México 2010: el mural de Siqueiros

Luis Hernández Navarro

En los muros exteriores del edificio de Rectoría de la Ciudad Universitaria, en el Distrito Federal, el artista plástico comunista David Alfaro Siqueiros pintó tres murales. Se titulan El pueblo a la universidad, la universidad al pueblo; Las fechas de la historia de México y Nuevo emblema universitario.

Las fechas de la historia o el derecho a la cultura se localiza en el lado norte del edificio. En la obra aparece un brazo con dos manos entrelazadas con las fechas en las que acontecieron episodios fundamentales de la historia de México: 1521, la Conquista; 1810, el inicio de la Independencia; 1857, año de promulgación de la Constitución liberal; Siqueiros dejó el último año en el aire así: “19??” De cuando en cuando, manos anónimas han llenado ese espacio en blanco con una fecha en la que se anuncia la realización de una nueva revolución. Durante la huelga universitaria de 1999 una brocha cambió las dos interrogaciones por el número 99.

Hoy, el país entero parece haber ocupado el lugar de ese mural. El rumor que anuncia un nuevo levantamiento popular en 2010 está en boca de los más variados actores políticos. Las advertencias no vienen sólo de la izquierda. Apenas en septiembre de 2009, en un hecho inusitado, José Narro, el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, dijo que sobre la nación se cierne una amenaza de inestabilidad social. Al finalizar el año pasado, Miguel Alemán, ex gobernador de Veracruz y empresario, advirtió que los hombres de negocios no están preocupados por la crisis financiera, para la cual siempre habrá recetas; lo que les inquieta es la crisis social y el porvenir del país.

Carlos Slim Helú señaló hace un par de meses que “urge evitar el sacrificio de las próximas generaciones”; que nuestros gobiernos se han limitado a seguir los ajustes dictados desde el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional en vez de elaborar planes de desarrollo propios; que para combatir eficazmente la pobreza –más allá de la asistencia social– se requiere inversión, actividad económica y creación de empleos; incorporar a los pobres a la clase media con desarrollo de capital humano, educación, salud y nutrición; en pocas palabras, “una visión integral, ambiciosa, fuerte, con rumbo claro y de largo plazo”.

Para no ser menos, el pasado 18 de enero Gerardo Gutiérrez Candiani, presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), afirmó que las causas que motivaron la aparición del movimiento zapatista en Chiapas (pobreza y derechos de las comunidades indígenas), el 1º de enero de 1994, continúan vigentes. Según él “la pobreza y la desigualdad social siguen siendo la mayor deuda social a 100 años de la Revolución Mexicana”.
La lista de quienes, en el México de arriba, han externado en los últimos meses su preocupación por lo que pudiera suceder este año es mucho mayor. Legisladores, políticos, gobernadores, líderes corporativos, han advertido en distintas ocasiones sobre la posibilidad de que se produzca un levantamiento social. Algunos lo utilizan, como lo hicieron en 1994, como un fantasma para negociar con el gobierno federal más presupuesto, programas o concesiones de distinto tipo. Otros, desde el poder, le han encontrado utilidad como pretexto para reprimir a la oposición. Finalmente, algunos más simple y llanamente quieren mostrar los riesgos implícitos en la insensibilidad política del gobierno federal en medidas como la ofensiva contra el Sindicato Mexicano de Electricistas.

La idea de que este año podría producirse una explosión social no es nueva. Tomó fuerza en 2006, en el marco de la otra campaña. Un año más tarde, en una entrevista publicada por el diario inglés The Guardian, el subcomandante Marcos, después de haberle tomado el pulso al México de abajo, señaló que el “poder subconsciente” del año 2010, justo cuando se cumple el segundo centenario del inicio de la guerra de Independencia y el aniversario 100 de la Revolución Mexicana, “hará prender la mecha que han dejado lista los esfuerzos estadunidenses por asegurar la frontera bilateral, lo que impide a millones de personas escapar al norte para conseguir trabajo”.

Las advertencias apuntan a un hecho central: el agotamiento acelerado de un régimen que vive sus últimos estertores. La nación atraviesa por una crisis en la que convergen varias crisis: económica, de seguridad pública, ambiental, sanitaria, diplomática, de gobernabilidad. Aunque cada una tiene su propia dinámica, han crecido por la incapacidad del gobierno federal para enfrentarlas adecuadamente.

Una tras otra, las expresiones de descontento social brotan por todo el país como si fueran burbujas en una olla de agua a punto de hervir. Ciudadanos rabiosos se enfrentan con la policía cada vez con mayor frecuencia. Se hacen justicia por propia mano, en ocasiones de manera violenta. El malestar aflora lo mismo en las ciudades que en el campo. Igual lo protagonizan mujeres que hombres; jóvenes y ancianos. Es el fantasma de Fuenteovejuna.

Sin embargo, nada garantiza que este hastío logre articularse de manera organizada en 2010. En caso de que se produzca una explosión social, ésta no tiene una fecha precisa en el calendario, por más que algunas manos quisieran volver a llenar el hueco que Siqueiros dejó en blanco en su mural universitario. Mientras tanto la jerarquía católica y la derecha se han lanzado a fondo en la tarea de avanzar en su revolución conservadora.
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