Socialismo, planificación y mercado hoy

miércoles 24 de noviembre de 2010

Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)

Ignoro en qué momento se instaló en la sociología y en el lenguaje teórico y político la simplificación que convirtió en sinónimos al capitalismo y al mercado e hizo de la planificación socialista la antítesis de aquel. En realidad mercado hubo siempre y nada indica que algún día desaparecerá; mientras el capitalismo existe hace unos doscientos años y con o sin él probablemente no sea eterno.

Aunque debido al galimatías anterior sea difícil apreciarlo, el mercado y la planificación son herramientas de gestión que unos utilizan bien y otros no. Quienes los asumen y los emplean disponen de dos instrumentos claves para gestionar grandes economías y desarrollar hasta el infinito las fuerzas productivas.

El origen de la confusión que desde los bolcheviques llevó a los marxistas que alcanzaron el poder en Rusia, Europa Oriental y China a poner en duda la ley del valor, demonizar el dinero y rechazar a las prácticas mercantiles como elemento regulador de la economía, puede estar en un enfoque nihilista que rechazó de oficio todo aquello que la sociedad desarrolló bajo el capitalismo. Los ejemplos del Proletkult y de la perspectiva con que en tiempos de Stalin se percibieron algunas disciplinas científicas son parte de la confusión.

El más desastroso de los resultados de esa percepción fue la idea, abusada hasta la saciedad en la antigua Unión Soviética y en los países del socialismo real, de que para usar al mercado como herramienta de gestión y valerse de sus inmensas posibilidades, era imprescindible renunciar al socialismo. De ese modo al deshacerse del agua sucia, botaron también la criatura.

Aunque desde mucho antes el capitalismo, especialmente en la Europa de posguerra, demostró que es posible congeniar el marcado con la planificación económica, tuvieron que ocurrir las reformas en China para probar que ello no sólo es posible sino extraordinariamente ventajoso.

En realidad parece que todo depende de una doctrina económica clara y suficientemente dialéctica como para a partir de la existencia de un Estado fuerte, estable y con suficiente capacidad de convocatoria, usar ambos instrumentos en beneficio del interés nacional.

Cuando todavía hacía poco que había abandonado la especulación filosófica y asumido el estudio de la historia y de la sociedad desde la perspectiva de la economía política, Carlos Marx quedó perplejo al descubrir la enorme obra realizada por la burguesía europea. De hecho nadie le ha prodigado elogios más rotundos que los contenidos en el Manifiesto Comunista:

“La burguesía -escribió Marx-, ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario…Ha sido ella la que primero ha demostrado lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a los éxodos de los pueblos y a las Cruzadas. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes…han sido consolidas una sola nación, bajo un solo Gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola línea aduanera… Con su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas.”

Obviamente Marx no elogia los sentimientos de la burguesía ni al sistema político que gestionaba, el cual combatió con todas las armas a su alcance, sino a la sabiduría o el pragmatismo con que aquella clase social implantó un régimen que liberó a las fuerzas productivas, colocó en su lugar a la ilustración, reivindicó la capacidad de innovación y utilizó eficazmente herramientas que otros también habían tenido pero no supieron emplear.

La otra noticia es que tampoco existe quien haya señalado criticas más rotundas a esa clase social y al capitalismo que el propio Marx, por cierto en el mismo texto. Comprobarlo no es difícil, basta hojear los capítulos I y II del Manifiesto Comunista, apenas unas 8000 palabras.

Mientras redactaba esta nota recordé una ocasión en que ante un ilustrado líder católico utilicé como ejemplo el pasaje bíblico en que Jesucristo expulsa a los mercaderes del templo y, debido a que no fui exacto, discretamente me corrigió:

“Recuerda -me dijo- que Cristo no le prendió fuego al templo ni tampoco expulsó a los comerciantes honrados sino que la emprendió con ciertos inescrupulosos tratantes de dinero, usureros que explotaban a los creyentes.

Marx tampoco demonizó el mercado ni sacralizó a la planificación centralizada que dicho sea de paso, no tiene limpio el expediente y puede ser pesimamente utilizada.

Lo cierto es que la burguesía no inventó el mercado ni el socialismo la plantificación. La historia da para mucho más. Allá no vemos.

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