“Autodefensas, la única manera de lograr la paz social”, dice José Manuel Mireles


Mireles, en libertad. Foto: Enrique Castro
Mireles, en libertad. Foto: Enrique Castro


PROCESO

COAHUAYANA, Mich. (apro).- “Nunca van a dejar de existir los grupos de autodefensas porque ya vimos que es la única manera de lograr la paz social”, advirtió el médico José Manuel Mireles Valverde, iniciador en Tepalcatepec de este movimiento que pronto se extendió a una veintena de municipios de la Meseta Purépecha y Tierra Caliente.
A menos de dos meses de haber salido de prisión, luego de una estancia de casi tres años en los reclusorios federales de Hermosillo, Sonora, y de Tepic, Nayarit, Mireles afirmó que las autodefensas no han dejado de luchar por sus pueblos.
“Al contrario -comentó-, ahora va a haber más municipios que se van a incorporar. Es más, ya hay estados: hace unos días se destaparon las autodefensas de Quintana Roo, las de Tamaulipas, las de Veracruz, al menos hay autodefensas en 18 estados”.
José Manuel Mireles fue entrevistado por apro y por Juan Ramón Negrete Jiménez, del diario colimense El Comentario, en la comandancia del grupo de autodefensas de Coahuayana, municipio ubicado en los límites de Michoacán con el estado de Colima.
Durante la charla, dijo que desde su detención pensó en felicitar al presidente Enrique Peña Nieto por haberlo encarcelado.
“Yo mismo quería felicitarlo el día que saliera por haber logrado con mi encarcelamiento la paz en Michoacán, porque valió la pena el sacrificio. ¿Pero qué pasó? Michoacán está peor que cuando me detuvieron y la nación está peor que cuando me detuvieron. Entonces no valió la pena el sacrificio”.
-¿Usted esperaba encontrar un país distinto cuando saliera?
-Sí. Si Mireles era el causante de las desgracias en Michoacán y lo meten a prisión, obviamente las desgracias tenían que acabar ¿no? ¿Y cómo estamos?
“Las movilizaciones nunca dejaron de hacerse. Mi detención no fue obstáculo para que la gente expresara su inconformidad con lo que estaba sucediendo no nada más en Michoacán, sino en toda la nación. Yo me enteré después de que salí de las grandes movilizaciones que hizo la gente en Michoacán, en las principales capitales de los estados y afuera de los consulados mexicanos en el extranjero y supe de una marcha mundial que hubo. Entonces las manifestaciones de la lucha social nunca terminaron con la detención de Mireles y ahora que sale, pues menos”.
El pasado 24 de junio, en Coahuayana, Mireles encabezó junto con el líder comunitario de Ostula, Cemeí Verdía, una manifestación en honor de autodefensas caídos y en demanda de la liberación de alrededor de 300 elementos de estos grupos que se encuentran en diversas cárceles de Michoacán y de otras entidades.
“Fue un deseo natural de los líderes de las autodefensas rendir homenaje a nuestros héroes caídos. Nunca tuvimos la oportunidad ni siquiera de participar en los sepelios. Somos católicos también y nos duele mucho la gente de nosotros que cayó, pero nunca pudimos manifestarles nuestro aprecio, o el haber dado su sangre para que nuestra causa de las autodefensas lograra los objetivos que obtuvimos.
“Aproveché mi salida y mi visita a esta región, para estar con mis líderes, mis viejos líderes que no se han rajado, ni se van a rajar y que gracias a ellos hay seguridad, hay tranquilidad, hay paz, hay productividad en la región”.
Añadió: “No esperamos el reconocimiento del gobierno, jamás lo vamos a esperar, pero sí de la población, porque es para la población para los que luchamos para conseguir esta paz y eso es lo que nos hace a nosotros sentirnos útiles, que valió la pena el sacrificio de no ver a Mireles los tres años en prisión, que valió la pena el sacrificio de los hermanos caídos, los que dieron su vida.
“La mía no se la han podido llevar, pero llevo siete emboscadas y un avionazo, es más, mediáticamente ya hasta me asesinaron la semana pasada, pero no han podido con Mireles. Yo creo que no han podido porque Dios es muy grande, porque ganas no les ha faltado de liquidarme y lo han intentado todos”.
“Es un infierno, nada más”
-¿Podría describir cómo fue su experiencia en la cárcel esos tres años?
-Se define con una sola palabra: Es un infierno, nada más. Y no es la cárcel, no son las reglas las que doblan a un ser humano en prisión, es la actitud de la gente que vive ahí y que se mantiene de eso. La gente que se mantiene del dolor ajeno, ese es el mejor lugar para ellos. Les queda muy bien el papel, porque hacen muy bien su trabajo.
-¿Fue torturado?
-Desde el día que entré, hasta el día en que salí fue tortura sicológica todos los días de mi vida dentro del penal.
-¿De qué manera lo torturaban?
-Pues simplemente con que lleguen y te digan a las dos semanas de que estás preso: “arregle sus cosas porque ya se va”. Yo les creí las primeras 10 veces, porque soy muy tonto. Me despedía de médicos y enfermeras con los que podía hablar y resulta que era una farsa de las autoridades judiciales; de las autoridades federales, incluso de los mismos directivos del penal. Era una burla y eso fue hasta el último día, no paraba. Ya para el día último ya no les creía. Al principio me afectaba sicológicamente, pero nada más tenía que fortalecerme yo solo, pensando en mis recuerdos y en la lucha que habíamos iniciado.
-¿Llegó usted a pensar que no iba a salir vivo de la cárcel?
-Sí, desde el primer preinfarto, cuando vi que no había la atención adecuada creí que no iba a salir vivo. Hice una manifestación porque, aunque esté uno preso no deja uno de ser luchador social. ¿Cómo era posible que sólo hubiera una o dos enfermeras para cinco mil internos y que viernes, sábado y domingos no hubiera médicos? Llegué a ver dos vecinos (de celda) que murieron por falta de atención médica y eso, ¡pues soy médico! Soy humanista, eso es doloroso. Yo no conocía a las personas esas, yo nomás escuchaba sus gritos toda la noche y cuando dejaban de gritar es que ya estaban muertos. Después me enteraba a los dos o tres días de que efectivamente se habían muerto, pues no había quien los atendiera.
-¿Cómo era un día en la cárcel?
-Un día en una prisión se relata en un minuto: Lista a las 5:00 de la mañana o 6:00; chequeo médico a las 7:00, a la 1 (13:00) y a las 7 (19:00), y eso es todo, y alimentos van junto con el chequeo médico, los medicamentos y los alimentos, 7, 1 y 7.
-¿Qué hacía usted para pasar el tiempo, para no sentirlo?
-Al principio, pensar cómo hacer una revolución. Sí, porque tienes que desahogarte.
-¿Lo estaba planeando?
-Si, después ya no, me hacía mucho daño estar pensando en eso. Luego me prestaron un libro, la Biblia, hasta que me la aprendí de memoria, porque en 10 meses no me volvieron a prestar otro. Aunque siempre me llegaban libros, me decían: “Firma de recibido” y yo les decía: “Déjenmelo”, y me decían: “No te lo podemos dejar, primero lo tienen que revisar y luego metes la solicitud y en dos o tres meses ya te lo prestan”, pero nunca me los prestaron.
-¿No tenía horas libres?, ¿no lo sacaban a tomar el sol?
-No, los últimos seis meses que estuve en Nayarit, aunque por orden médica tenía que tomar el sol 20 minutos diarios, no me sacaron ni un segundo. Y allá en Sonora, antes del preinfarto sí me sacaban un ratito. Incluso el día que me dio el infarto grande iba a salir al patio, era la única forma de ver el sol porque el cristal de mi celda que daba al patio lo tapizaban con una pintura gruesa, blanca.
Mireles Valverde recuerda que desde su detención siempre fue tratado por las autoridades como un prisionero de alta peligrosidad.
-¿Por qué lo catalogaron de esa manera?
-Por el miedo que me tienen, yo no veo otra cosa.
“La lucha social no ha terminado”
Ahora que obtuvo su libertad, aunque mientras continúe el juicio no puede salir de Michoacán, José Manuel Mireles está dispuesto a continuar luchando, ahora sin armas.
“Nuestra lucha social va a continuar, no ha terminado. La gente piensa que me estoy retirando de mis trincheras, pero al contrario, las estoy engrandeciendo. Ya tengo 55 mil académicos y universitarios de Michoacán en una de las mejores trincheras y todos en pie de lucha, no se van a dejar, no ocupan andar armados.
“Ya tengo a la Iglesia conmigo, hablé personalmente con el cardenal, le dije ‘señor necesito su ayuda, quiero lograr la paz social de Michoacán, ayúdeme’. Y me dice: ‘Comprende que estoy muy grande edad para andar atrás de ti con un rifle en las manos’. Le dije: ‘Señor, yo no quiero que se arme, usted tiene la mejor trinchera, desde el púlpito dominan la trinchera desde hace dos mil años’. Y me dijo que sí”.
-¿Ahora que salió de la cárcel lo han contactado grupos de autodefensas de otros estados?
-Sí.
-¿Qué le han planteado?
-Quieren indicaciones, o sea, mucha gente esperaba que yo saliera con la espada desenvainada y armara una revolución. Yo les digo, espérense, vamos a hacer una revolución, pero la vamos a hacer social, no armada.
-¿Desde que abandonó usted la cárcel, lo han vigilado agentes del gobierno?
-Sí. A veces me les pierdo y andan asustados los cabrones, porque no saben dónde estoy.
-¿Los identifica usted, los ha visto?
-Son inconfundibles. Oye, una región donde no existen los limosneros y de la noche a la mañana aparece un cabrón pidiendo limosna, no le vas a creer que es un limosnero. O un lugar donde nunca limpian los pinches vidrios, aparece un cabrón limpiando vidrios. Son inconfundibles. Nosotros les llamamos chicleros, no venden chicles, pero se paran en todas las esquinas y todos traen equipos de comunicación.
-¿Tiene temor?
-¿Yo? Si tuviera temor no me hubiera levantado en armas.
Duramos muchos años con temor, por eso no nos levantábamos, pero el día que decidimos morir, se acabó el temor.
-¿Cuando se levantó en armas estaba dispuesto a todo?
-Fue el día que decidimos que queríamos morir luchando, no soy yo solo, éramos muchos. Ese día se acabó el miedo, el temor, la falta de valor. Salían sobrando.

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