Conservatorio Nacional, 150 años

Conservatorio Nacional de Música
Conservatorio Nacional de Música


PROCESO 

A los músicos, cuyo día fue el martes 22
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- ” …La música es una de las artes que no pueden producir mal a nadie… y ¿qué cosa puede haber más grata al corazón del hombre que el haber proporcionado un entretenimiento a sus semejantes y haberlos hecho olvidar por algunas horas las tristes penalidades de la vida?”. En esta forma, el 1 de julio de 1866, el maestro Agustín Caballero inauguraba el Conservatorio de Música de la Sociedad Filarmónica Mexicana, hoy, a 150 años de distancia, orgullosamente el Conservatorio Nacional de Música (CNM).
Y el miércoles 16 un conglomerado músico-vocal de 150 atrilistas y cantantes, uno por cada año, culminaron las celebraciones de tan importante aniversario: Maestros, exmaestros, estudiantes, exestudiantes y futuros estudiantes formales –porque también participó el Coro de Niños del CNM que integran ratones y ratonas de 7 a 12 años–, ofrecieron un concierto que, por sus características, será irrepetible, y fue abierto gratuitamente al público.
Culminación de un trabajo de meses comandado por el maestro Julio Briseño –que contó con la complicidad de medio mundo, autoridades y exautoridades incluidas–, el concierto se realizó no en el interior de una sala sino en el vestíbulo del edificio que, en 1944, empezó a construir Mario Pani, para, a decir del maestro Briseño, sacar la música a espacios más amplios, más abiertos, donde la música vuele y llegue a más oídos y espíritus.
Allí pues, frente al busto de Silvestre Revueltas, la Orquesta y el Coro del Conservatorio Nacional, reforzados con invitados especiales –el ya citado Coro de Niños, y los jóvenes cantantes Adelaida Gual, soprano; Ítalo Greco, contratenor; Roberto Cortés, tenor; María Anaya, sopra­no; Ana Rosalía Ramos, soprano, y Rodrigo Petate, tenor, todos bajo la dirección (que no batuta porque no la usa) de Briseño– nos brindaron el concierto conmemorativo.
Dos estupendas obras, poco programadas en nuestro país por cierto, fueron las escogidas: la Misa a 4 en sol mayor para la Real Colegiata de Ignacio de Jerusalem y Stella (1707-1769), y la Oda para el día de Santa Cecilia (patrona de los músicos) de George Frideric Handel (1685-1759). Es decir, la culminación del barroco en todo su esplendor.
Más allá de los buenos resultados artísticos conseguidos en la interpretación de estas dos muy bellas pero igualmente difíciles obras, el concierto es muestra del trabajo conjunto y entendimiento entre estudiantes y maestros más allá de las aulas; este proyecto ha venido desarrollándose a lo largo del año y es de desear se prolongue mucho más allá de esta importante celebración.
El combinar ya sobre el escenario las aptitudes personales de los jóvenes estudiantes y sus maestros actuales, pasados y posiblemente futuros, es una experiencia seguramente muy enriquecedora para los educandos que, la verdad, pocas veces se consigue y, por parte de las autoridades, menos se propicia. En esta práctica radica la mayor importancia del concierto, ya que trae al terreno de los hechos las enseñanzas vertidas, pero también las aprehendidas y las que no y, a partir de esto, saber cómo andar el resto del camino que ambos deberán aún transitar juntos.

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