Cuba, ¿un salto cualitativo hacia la restauración capitalista?

viernes 7 de enero de 2011

Homar Garcés (especial para ARGENPRESS.info)
Los “Lineamientos de la política económica y social” que implementaría el gobierno de Cuba, camino de la realización del VI Congreso del Partido Comunista durante la segunda quincena del mes de abril (un evento postergado desde hace más de una década), han despertado variadas expectativas y debates a nivel mundial, tanto entre los adherentes más entusiastas del socialismo como entre sus detractores más acérrimos.

Como lo refiriera Roberto Ramírez en su análisis “Cuba frente a una encrucijada”, escrito en 2008: “Esto va a definir rumbos que pueden ser positivos o negativos para los trabajadores y las masas populares, lo que plantea por consiguiente una lucha que decida finalmente cuál será el signo de esta “transición”. Asimismo, el desenlace va a tener importantes repercusiones, en sentido revolucionario o contrarrevolucionario, a escala latinoamericana y mundial. Cuba se encuentra, entonces, ante una encrucijada. ¿Qué camino tomar? La respuesta la va dar inevitablemente una lucha política, en la que ya se están expresando distintos intereses y fuerzas sociales, tanto de adentro como de afuera de la isla”. Todo esto, sin duda, arrojaría resultados positivos para el esclarecimiento de las vías idóneas para consolidar el socialismo, aunque, por otra parte, pudiera detonar algunos descontentos y desilusiones, imponiendo la errada idea que ello es una tarea imposible, condenada de antemano a un fracaso reiterado e ineludible.
Antes que nada, este VI Congreso del Partido Comunista cubano estará centrado en la búsqueda de soluciones a los problemas de la economía y en las decisiones fundamentales de la actualización del modelo económico cubano, según lo anunciara Raúl Castro en el Acto Conmemorativo del Décimo Aniversario del Convenio Integral de Cooperación Cuba-Venezuela, en el Palacio de las Convenciones, el 8 de noviembre de 2010. Así, los objetivos fundamentales los constituyen el reordenamiento del empleo, siendo la principal fuente de ingresos, y la producción de alimentos.
Alcanzadas la expropiación del capitalismo y una independencia nacional subordinada al poderoso imperialismo yanqui, el cual siempre la estimó como su apéndice estratégico en el mar Caribe, Cuba pareciera enrumbarse -según los pronósticos de varios estudiosos del socialismo- a dar un salto cualitativo hacia la restauración capitalista, sin cuestionar radicalmente al régimen burocrático calcado del modelo soviético.
Según se puede extraer de tales Lineamientos, el meollo del problema es la productividad del trabajo, es decir, cómo producir más y mejor, en medio de un sistema capitalista globalizado del cual difícilmente se puede mantener al margen de su influencia y vaivenes sin afectar la economía interna. Tal como lo reconocía el Che Guevara en el debate sostenido entre 1963 y 1964 con economistas cubanos y extranjeros respecto a la economía política por instaurarse en la Isla, “Todo se reduce a un denominador común en cualquiera de las formas en que se analice: el aumento de la productividad en el trabajo, base fundamental de la construcción del socialismo...”. Para estimular la productividad en el trabajo, el Che contraponía los incentivos morales, desarrollando la conciencia socialista de los trabajadores, frente a los incentivos materiales defendidos por los economistas soviéticos. Pero entre ambas concepciones o posiciones no existía la opción de la democracia consejista o participativa que, ejercida desde abajo por los sectores populares, pudiera emprender la transición sin equívocos hacia el socialismo revolucionario. En ellas preexistía la defensa del líder o de la dirigencia burocratizada e iluminada del Partido por encima de la capacidad política de las masas (sobre todo, de los trabajadores) para asumir su papel de sujetos históricos de la revolución socialista, contradiciendo los principios esenciales del socialismo, esto es, la participación y el protagonismo de éstas en todo momento.
Por consiguiente, para resolver el problema representado por la falta de iniciativa, motivación y disciplina en el trabajo y la administración es necesario el control democrático de la economía, del Estado y de la sociedad, en la cual los trabajadores mismos sean quienes controlen el trabajo en todas sus etapas. El desarrollo de las fuerzas productivas no es posible bajo el mando de una burocracia que decide todo desde arriba. Sólo podrá lograrse en la medida que los trabajadores no se sientan como algo ajeno y accesorio en el proceso general de la producción. Sin embargo, tendrían que luchar en todo momento contra las trabas burocráticas y la explotación características del capitalismo. Esto implicaría el funcionamiento independiente de organizaciones populares (semejantes en propósitos y estructuras a la Comuna de París de 1871 o los Soviets de 1917 en Rusia); diferenciadas en un todo a las de tipo verticalista que terminan por secuestrar y distorsionar el espíritu democrático del pueblo. De este modo, Cuba podría evitarse ese salto cualitativo hacia la restauración capitalista que ya muchos dan por sentado, como ocurriera en el extinto bloque soviético.

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