Morena, Marichuy y México

Periódico La Jornada
Opinión 
 
Guillermo Almeyra
 
 
Morena, con Romo y Moctezuma, acaba de dar a conocer su programa para las elecciones presidenciales de 2018. Como se preveía, el programa en cuestión consiste en una lista de propuestas que no encaran ningún cambio real en la dependencia de México del capital financiero internacional y de Estados Unidos y en la situación social en nuestro país. Para colmo, ese programa evita cuidadosamente decir quién pagará los proyectos que expone porque no piensa en hacer pagar la reconstrucción del país a quienes lo destrozaron y busca mantener intacto el sistema capitalista.
AMLO pide el voto popular pero no plantea la necesidad de un aumento general de salarios y de las jubilaciones por lo menos de 50 por ciento para elevar el nivel de vida y de consumo de los más pobres, que son la mayoría, reduciendo el posible impacto inflacionario de esta medida de choque mediante el cobro de los impuestos que los capitalistas evaden, impidiendo la fuga de capitales con un control de cambio e imponiendo un impuesto de reconstrucción a los grandes bancos extranjeros y a las mayores empresas y las grandes fortunas.
No habla tampoco de un plan masivo de creación de empleos elaborado comunidad por comunidad, con la participación popular en la definición de las necesidades, las prioridades y la búsqueda de recursos para el financiamiento de nuevos puestos de trabajo sobre todo en los sectores que más absorben mano de obra, como la vivienda, la vialidad, la artesanía. Deja de lado también la pérdida por México de una parte importante de la población joven que enfrenta peligros y hasta la muerte para emigrar donde será explotada como mano de obra barata y sumisa y discriminada porque es pobre y por su color. Además, subestima claramente los derechos indígenas, o sea, a 15 por ciento de los mexicanos.
El programa de AMLO tampoco afecta en nada la actual dependencia económica, política, diplomática, militar y cultural de Estados Unidos. No tiene planes reales para reincorporar a una actividad productiva a los mexicanos expulsados por los gobiernos racistas de Estados Unidos ni un plan eficaz para el campo para evitar los efectos del recalentamiento global que desertifica y aumenta los peligros de inundaciones y huracanes, ni hace frente a la necesidad de asegurar la autosuficiencia alimentaria para no depender de Washington.
Peor aún: adopta una política en el campo de la producción de energía eléctrica que aumenta la dependencia mexicana de Estados Unidos y pone en peligro los ecosistemas sobre todo en el sur del país, única región que posee una vasta red de ríos. Con el cambio del clima, el agua es cada vez más un recurso escaso y precioso, pero el programa retoma ideas del genial Vicente Fox y de su Plan Puebla Panamá y propone una serie de obras hidráulicas que forman parte de una cadena de represas destinadas a dar energía al sur de Estados Unidos y que, además de expulsar campesinos e inundar sus pueblos y tierras fértiles muy productivas, cambiarían irreversiblemente el clima y los aportes de las aguas a la agricultura y la fauna terrestre y marina creando un grave problema ecológico.
En el programa, elaborado entre otros por viejos y destacados priístas cuya presencia en el entorno de AMLO busca dar garantías al establishment oligárquico y al imperialismo estadunidense, no hay nada que ayude a la autonomía y la autorganización de los trabajadores y, en cambio, hay guiños y promesas a las empresas privadas, como la propuesta de conceder autonomía a las universidades privadas en vez de reforzar y depurar las alicaídas universidades públicas.
¿Por qué, sin embargo, centenares de miles de mexicanos honestos apoyan a AMLO y su programa escrito a sus espaldas y que no conocen? Porque en México jamás ha habido una experiencia democrática de masas y siempre las esperanzas se depositaron en la esperanza de un gobierno amigo y en Salvadores Providenciales y no en la organización de los oprimidos y explotados para hacer frente a los opresores y explotadores. Hay quienes temen un cambio social, creen aún en la posibilidad de reformas pacíficas y depositan sus esperanzas en un caudillo que es honesto –aunque la honestidad no es una virtud sino un deber ético– pero que ordena la ocupación del centro de la capital así como el cese de esa medida de fuerza sin consultar a nadie, según le convenga y cuando se le ocurre.
Frente a esta candidatura de Morena destinada a reforzar las instituciones capitalistas y a encauzar hacia vías institucionales la rabia popular se alza la candidatura de una mujer indígena –Marichuy Patricio– que se declara anticapitalista, incorpora a la izquierda revolucionaria y de clase y depende del apoyo de los trabajadores incluso para vencer el obstáculo de su registro. El anticapitalismo de su programa, es cierto, todavía no se concreta en medidas que se podrían adoptar inmediatamente o en llamados a crear todo tipo de organizaciones de base, desde las cooperativas de consumo o de producción hasta las policías comunitarias y las autodefensas frente al crimen y a la ofensiva reaccionaria del Estado. Pero la dinámica misma de la candidatura y la lógica de los hechos permiten esperar un progreso en la extensión del programa.
México está en una crisis muy grave y sin precedentes y los paños tibios no lo aliviarán. Necesita medidas de fondo, urgentes, y despertar con ellas a sus aliados potenciales en Estados Unidos (los antirracistas que combaten a Trump por la izquierda y los jóvenes socialistas) y en toda América Latina. Necesita una fuerza anticapitalista que proponga medidas radicales. Morena le ofrece seguir como hasta ahora sin cambiar el sistema mientras Marichuy llama a crear, a organizarse, a establecer relaciones humanas de fraternidad para luchar por un cambio social. Para mí la opción está clara.

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