Tren Maya: futuras urbes, pueblos presentes
El sol aún no 
ilumina suficiente el inicio del día, pero los jefes de familia, hijos y
 primos montan bicicletas para dirigirse al monte, a su parcela, a su 
apiario, a su milpa; también se oye la combinación del sonido de las 
antiguas motos con aquellas de las marcas actuales. Sus cuerpos cargan 
el sabucán de sosquil (fibra natural obtenida de la penca del 
henequén) contenidos de una bola de masa de maíz para pozole resguardada
 en una bolsa de plástico, así como de recipientes de agua para beber: 
unos conservan el chúuj (o calabazo) y otros reciclan botellas 
desechables de refrescos vacíos. Sus bicicletas cargan el hacha, el 
machete y la coa. El silencio de las calles y las veredas se combina con
 el silbido de las aves y las conversaciones de estos hombres que 
interactúan con la confianza de que llegarán con bien a su destino; no 
hay muchas sorpresas, sólo el reto de esquivar los automóviles al cruzar
 o transitar las carreteras federales o estatales.

La mañana transcurre. Las familias salen
 a comprar al mercado o a los puestos ambulantes del parque central del 
pueblo, varios en motocicletas, cruzándose con otros padres o madres que
 llevan a sus hijos a las escuelas. No es extraño ver a niños menores de
 10 años caminar junto a sus hermanos y primos sin el acompañamiento de 
un adulto. La preocupación no consiste en si serán secuestrados por la 
delincuencia organizada o atropellados por una turba de automovilistas 
desesperados por llegar a su lejano lugar de trabajo. La preocupación 
real es si lograrán resistir llegar hasta la escuela con la grande y 
pesada mochila; la salida es otro nivel, el sol fatigoso recubre su 
andar hacia casa, pero tampoco hay peligro si en algún momento se les 
ocurre detenerse en una casa para pedir agua y continuar su recorrido.
La noche cae y se ven cruzar a los 
pobladores, algunos ya frescos tras el baño realizado con el agua que no
 escasea pero que tampoco se desperdicia por la misma razón. Muy pocos 
llevan pasos apresurados o altas velocidades; no es necesario, siempre 
se llega sin enormes retrasos. Usualmente algunas calles de los pueblos 
yucatecos son muy oscuras y solitarias. El miedo y el temor invaden a 
ciertos niños, jóvenes o mujeres, pero no por la posible presencia de un
 asaltante con arma de fuego y/o violador con arma blanca, sino por las 
culebras y víboras que podrían cruzar dicha calle, y porque se sabe que 
detrás de las albarradas que delimitan la calle y los solares puede 
estar deambulando algún Uay [1] o Alux, o estar soplando el k’ak’as ik’ o “viento malo”, causante de enfermedades.
Durante el día la gente se mantiene 
trabajando. El ingreso no es alto, pero los gastos tampoco exigen 
demasiado como en las ciudades. Viven al día, y al mismo tiempo con 
tranquilidad. Un hombre de 79 años me dice: “Aquí en los pueblos [de 
Yucatán], no hay un día que te quedes sin comer. Si hace falta dinero, 
vas a cortar leña por la mañana, luego sales a venderla, y con eso hay 
para la comida o cena”.
Al niño, al joven, al esposo o a la 
madre de familia que necesita comprar para la comida o para “botanear” 
en la tarde, toma su bicicleta o motocicleta para recorrer unas cuantas 
pequeñas esquinas, no hay necesidad de tomar un autobús urbano para 
llegar a su destino; en todo caso, se transportan en taxis de 
trici-motos que circulan en vías no muy transitadas ni con 
embotellamientos; en pocas ocasiones sufren accidentes que terminan en 
chuscas anécdotas.
Este es, apenas, un fragmento de la vida
 cotidiana de los pueblos yucatecos, descrita desde la cotidianidad de 
mi pueblo y lo observado en otras localidades en donde he realizado 
trabajo etnográfico. La noticia del reciente planteamiento del Tren 
Maya, que es la creación de nuevos asentamientos humanos urbanos a 
través del convenio entre el Fodo Nacional de Fomento al Turismo 
(Fonatur) y el Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos 
Humanos (ONU-Hábitat) [2], ha causado mayor incertidumbre en las 
localidades rurales y neo-rurales (por utilizar un término 
antropológico) de Yucatán.
En definitiva, algunos aspiran a una 
vida correspondiente al imaginario de la modernidad del capital 
globalizado, pero acotan que con sus actuales condiciones de vida uno 
vive seguro y feliz con sus familias. La duda es si este “nuevo enfoque”
 llevará a la creación de otros lugares como Cancún, Tulum o Playa del 
Carmen. Ante esta duda avizoro respuestas ligeras de los funcionarios 
públicos, que sólo sirven para apaciguar y no para garantizar. No es 
paranoia: actualmente los pueblos circunvecinos de Mérida están siendo 
absorbidos mediante el despojo inmobiliario y el subsecuente cambio 
social disruptivo [3].
Un matrimonio yucateco de mediana edad 
que vivió por 6 años en Cancún expresó que el motivo de su regreso a su 
pueblo, su tierra natal, fue porque “allí no es vida”. El esposo dice: 
“A mí me asaltaron en tres ocasiones, ya no podía salir tranquilo a 
comprar la cena”. Su esposa añade: “Uno puede ganar mucho, pero también 
se gasta mucho. Todas las cosas de allí son caras, termina siendo lo 
mismo que vivir aquí, pero pues aquí estamos con la familia”.
Para algunos del centro del país, este 
escenario cotidiano que he descrito puede evocar al ambiente y espacio 
idóneo para vacacionar; pero para los que nacimos y residimos aquí es 
una forma de vida.
Los líderes del proyecto Tren Maya nos 
venden la idea, que a menor urbanización existe mayor población en 
condición de pobreza (ingreso inferior a la línea de bienestar) [4]. No 
obstante, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo
 Social (Coneval) informó que para 2012, más de dos terceras partes de 
los pobres a nivel nacional se encuentran en zonas urbanas. El actual 
presidente consideró que era mejor hablar de bienestar y no de 
desarrollo social. Lástima que el proyecto Tren Maya se siga dirigiendo 
como un impulsor de desarrollo social y desconsiderando a la vida de los
 pueblos yucatecos como una forma de bienestar; claro que hay mucho por 
hacer en estos pueblos para su mejora, pero crear ciudades no es la 
solución por más “verdes” que se planteen. Por cierto, los pueblos 
presentes son “verdes” desde mucho antes.
Agradezco al lingüista maya Ismael May 
May por la orientación en la escritura del idioma maya y a la 
antropóloga Martha Medina por los comentarios a la versión inicial de 
este texto.
Notas[1] Ente sobrenatural que espanta. En la mayoría de las ocasiones se utiliza para referirse a animales de carácter sobrenatural, que pueden ser brujos o hechiceros que se convierten en dichos animales. Es un concepto complejo, que aquí sólo simplifico por el espacio disponible.
[2] Oscar Santillán, “Tren Maya: cambio de ruta y nuevo enfoque”, Eje Central, 17 de junio de 2019. Disponible en: http://www.ejecentral.com.mx/tren-maya-cambio-de-ruta-y-nuevo-enfoque/.
[3] José Ángel Koyoc Kú, “Los montes de los pueblos mayas y la ciudad de Mérida en tiempos de calor ‘infernal’”, Revista Común, 11 de junio de 2019. Disponible en: https://www.revistacomun.com/blog/los-montes-de-los-pueblos-mayas-y-la-ciudad-de-mrida-en-tiempos-de-calor-infernal.
[4] óscar Santillán, op. cit.
Ezer R May May*
*Antropólogo social e historiador
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