A recobrar la dignidad laboral en el mundo

21. diciembre, 2014 Opinión
/Tercera parte
 
 
 
Los estragos que el modelo económico global ocasiona a la creación de empleos formales y bien remunerados, que garanticen el bienestar de millones de trabajadores en todo el mundo, no han pasado inadvertidos en la nueva dinámica de la doctrina social de la Iglesia Católica, que busca recobrar a favor de los pobres el papa Francisco.
 
En octubre pasado, durante la celebración en el Vaticano del Encuentro Mundial de Organizaciones Populares, al que acudió como parte de la delegación mexicana el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), el Vicario de Cristo enjuició al sistema económico que antepone los beneficios de una minoría por encima de los derechos laborales de millones de personas, privándolas de la dignidad del trabajo para ganarse su sustento a través de una remuneración justa obteniendo los beneficios de la seguridad social y una honrosa cobertura jubilatoria.
 
En su triada universal enviada al mundo exigiendo el derecho a la tierra, a un techo y a un trabajo digno para millones de habitantes del planeta, sobre todo jóvenes a los que se pretende anular su futuro, el sumo pontífice trazó de manera exacta el retrato hablado de muchos gobiernos que han abandonado en sus políticas públicas y su modelo económico la creación de empleos formales y bien remunerados que permitan a los trabajadores y sus familias acceder a un decoroso nivel de vida, orillándolos a engrosar las filas de la informalidad que, en México, ante el estancamiento de su economía, es la única opción laboral para miles de personas cada año.
 
Las cifras sobre el flagelo de la cesantía laboral, difundidas por las propias corporaciones internacionales como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), indican que más de 200 millones de personas en el mundo en edad productiva no encuentran acomodo en la “cultura del descarte” que el modelo neoliberal ha impuesto de manera global, al ubicar como centro del sistema social y económico al dios dinero.
 
En su mensaje que está siendo difundido en todo el planeta por las organizaciones populares asistentes a Roma, el jefe de la Iglesia Católica apuntó: “No existe peor pobreza material, me urge subrayarlo, no existe peor pobreza material que la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad del trabajo. El desempleo juvenil, la informalidad y la falta de derechos laborales no son inevitables, son resultado de una previa opción social, de un sistema económico que pone los beneficios por encima del hombre si el beneficio es económico […]; son efectos de una cultura del descarte que considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar.
 
“Hoy, al fenómeno de la explotación y de la opresión se le suma una nueva dimensión, un matiz gráfico y duro de la injusticia social; los que no se pueden integrar, los excluidos, son desechos, sobrantes. Ésta es la cultura del descarte y sobre esto quisiera ampliar algo que no tengo escrito pero se me ocurre recordarlo ahora. Esto sucede cuando al centro de un sistema económico está el dios dinero y no el hombre, la persona humana. Sí, al centro de todo sistema social o económico tiene que estar la persona, imagen de Dios, creada para que fuera el denominador del universo. Cuando la persona es desplazada y viene el dios dinero sucede esta trastocación de valores.”
 
Sobre el ominoso descarte, el papa también dijo: “Se descartan los ancianos, porque, bueno, no sirven, no producen, ni chicos ni ancianos producen, entonces con sistemas más o menos sofisticados se les va abandonando lentamente, y ahora, como es necesario en esta crisis recuperar un cierto equilibrio, estamos asistiendo a un tercer descarte muy doloroso, el descarte de los jóvenes. Millones de jóvenes, yo no quiero decir la cifra porque no la sé exactamente y la que leí me parece un poco exagerada, pero millones de jóvenes descartados del trabajo, desocupados”.
 
Habló, además, no únicamente con el Evangelio, sino con pruebas en la mano: “En los países de Europa, y éstas sí son estadísticas muy claras, acá en Italia, pasó un poquitito del 40 por ciento de jóvenes desocupados; ya saben lo que significa 40 por ciento de jóvenes, toda una generación, anular a toda una generación para mantener el equilibrio. En otro país de Europa está pasando el 50 por ciento, y en ese mismo país, del 50 por ciento, en el Sur es el 60 por ciento. Son cifras claras, óseas del descarte. Descarte de niños, descarte de ancianos que no producen, y tenemos que sacrificar una generación de jóvenes, descarte de jóvenes, para poder mantener y reequilibrar un sistema en el cual en el centro está el dios dinero y no la persona humana”.
 
Y urgió desde el corazón de la curia apostólica: “Desde ya, todo trabajador, esté o no esté en el sistema formal del trabajo asalariado, tiene derecho a una remuneración digna, a la seguridad social y a una cobertura jubilatoria. Aquí hay cartoneros, recicladores, vendedores ambulantes, costureros, artesanos, pescadores, campesinos, constructores, mineros, obreros de empresas recuperadas, todo tipo de cooperativistas y trabajadores de oficios populares que están excluidos de los derechos laborales, que se les niega la posibilidad de sindicalizarse, que no tienen un ingreso adecuado y estable. Hoy quiero unir mi voz a la suya y acompañarlos en su lucha”.
 
Buena dosis de la crítica papal puede ajustarse a lo que ha ocurrido en nuestro país en materia de empleos y la sistemática conculcación de los derechos de millones de trabajadores a consecuencia de la aprobación de la reforma laboral. Desde hace varios sexenios, falazmente, se ha prometido a los mexicanos que habrá generación de puestos de trabajo seguros y bien pagados: lo planteó en su momento el gobierno de la “transición” de Vicente Fox; lo repitió hasta el cansancio el fallido supuesto “presidente del empleo” Felipe Calderón –ofreció 1 millón de fuentes de trabajo al año–, y la nueva administración se encargó de diseñar un espejismo en el mismo sentido para justificar el impulso y la aprobación de sus reformas estructurales.
 
A la fecha el desempleo va al alza, y hasta la OCDE, que ha implantado la aplicación de sus fórmulas económicas a gobiernos como el nuestro, subraya que 2 millones 681 mil habitantes en edad productiva se hallan en cesantía laboral en México, representando una tasa de 5.1 por ciento de la población económicamente activa. El asunto cobra dimensiones mayores con referencia a la población juvenil, pues el porcentaje se dispara hasta un 10 por ciento, reafirmando lo expresado por el Vicario de Cristo en el sentido de que la “cultura del descarte” está anulando el futuro de los jóvenes en todo el mundo.
 
La falta de derechos laborales a la que hizo alusión el papa Francisco está presente en los efectos negativos que ha tenido en nuestro país, a 2 años de su entrada en vigor la reforma laboral: ni la economía creció un 6 por ciento anual ni se han creado los millones de empleos estables y bien remunerados prometidos. Lo que sí, es que han proliferado las empresas de “servicios” que fomentan las legalizadas outsourcings o subcontrataciones; esta subcontratación que exime a los patrones de otorgar prestaciones a sus trabajadores como el aguinaldo y las vacaciones, negándoles además el acceso a la seguridad social. Siguen intocables, con el visto bueno de las autoridades laborales, los contratos de protección y los sistemas antidemocráticos en la elección de dirigentes charros, como también la transparencia y rendición de cuentas en un sinfín de sindicatos corporativos que niegan a los asalariados el libre derecho a optar por el sindicato de su preferencia.
 
Situación que no es privativa de México, pues forma parte, como lo denunció el papa Francisco, de un contexto global al que los propios trabajadores y pobres del mundo deben combatir para colocar a la dignidad humana en el centro del modelo económico y de las alternativas sociales que se requieren para hacer realidad el justo postulado emitido en Roma: “Ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ninguna persona sin la dignidad que da el trabajo”.
 
*Secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas 

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