Llega Bergoglio a Washington, donde incomodan sus mensajes sobre desigualdad

David Brooks
Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 23 de septiembre de 2015, p. 25
Nueva York.
El papa Francisco llegó a la capital del estiércol del diablo la tarde de este martes, donde visitará Washington, Nueva York y Filadelfia, algo que ya ha generado grandes expectativas y preocupaciones a políticos famosos, líderes religiosos, organizadores comunitarios e inmigrantes anónimos, en el cuarto país por número de católicos en el mundo.
El Papa, con su mensaje central de condena a la extrema desigualdad económica y su llamado a un cambio estructural junto con la paz y la defensa de inmigrantes, arribará a un país en que todos estos temas ocupan el centro del debate político y electoral. Llegará a un país con la mayor desigualdad económica desde 1928, que mantiene las guerras más largas de su historia y donde se intensifica el clima antimigrante en el contexto de la pugna electoral y el fracaso de una prometida reforma migratoria.
Aunque el marco religioso y político histórico de Estados Unidos es protestante, más de uno de cada cinco adultos estadunidenses se considera católico (activos e inactivos). Como denominación religiosa, la católica es la más grande, con cálculos de entre 72 a 81 millones que se identifican como católicos en este país. Un 35 por ciento de los estadunidenses afirman haber sido criados en un hogar católico, según un sondeo del Public Religion Research Institute (PRRI)
La Iglesia católica se está transformando demográficamente, ha perdido unos 32 millones de fieles en las últimas décadas (hoy día, 15 por ciento de los estadunidenses se identifican como ex católicos), pero a la vez es rescatada por el ingreso de los latinos –en particular los inmigrantes latinoamericanos–, la minoría más grande del país.
De hecho, los inmigrantes ahora representan casi 28 por ciento de los miembros de la Iglesia, y los latinos en conjunto son 34 por ciento, según cifras del PRRI. El cambio ha sido dramático y rápido: a principios de los 90, la relación era de 10 católicos blancos por cada católico hispánico; hoy día esa relación es de menos de dos por uno.
Eso también ha generado un cambio geográfico en su presencia, con dramático crecimiento en el suroeste y el sur, mientras continúa la hemorragia de feligreses en el noreste, incluso en lo que antes eran sus puntos más poderosos, como Nueva York, Boston y Filadelfia.
No hay duda de que el futuro de la Iglesia aquí depende cada vez más de los latinos y latinoamericanos. La visita de un Papa latinoamericano, por lo tanto, es vital en este contexto para la institución.
A la vez, la comunidad católica estadunidense es ideológicamente diversa, y Jorge Mario Bergoglio nutre tensiones en su interior.
Los conservadores, aunque darán la bienvenida a la posición antiaborto y la santidad del matrimonio exclusivamente heterosexual, se alarman con un cambio de tono y énfasis del Papa. De hecho, 11 cardenales estadunidenses publicaron un libro la semana pasada en el cual advierten contra cualquier relajamiento en la prohibición de la comunión a católicos divorciados y que se han casado de nuevo, reportó el New York Times.
Pero por otro lado, igual que en otras partes del mundo, el Papa genera esperanza de un cambio progresista, con su enfoque sobre la desigualdad económica, los derechos de los inmigrantes, el cambio climático y las reformas de justicia criminal, todo lo cual será resaltado por sectores liberales y progresistas dentro y fuera de la Iglesia en este país. Más aún, liberales dentro y fuera de la Iglesia celebran un tono más cordial y abierto del Papa, y ofrecen como ejemplo que cuando se le preguntó si condenaba la homosexualidad respondió: ¿Quién soy yo para juzgar?
De hecho, las bases católicas son más liberales que sus jerarcas en este país, y ven al Papa más acorde con ellos que los obispos (en gran medida porque los jerarcas fueron nombrados por los antecesores conservadores de Francisco). En un sondeo de Centro de Investigación Pew, por ejemplo, 39 por ciento de los católicos opina que la homosexualidad no es pecado, y 54 por ciento opina lo mismo de parejas no casadas.
También llega a una Iglesia que no ha superado los escándalos de los abusos sexuales de curas y su encubrimiento por las jerarquías que no sólo aceleró la deserción de fieles, sino que costó decenas de millones en gastos legales y pagos a víctimas. El éxodo de nuevas generaciones de ésta como de otras religiones organizadas en este país no se ha revertido, como tampoco la deserción de mujeres por la renuencia a cambiar a fondo sus posiciones sobre sus derechos dentro y fuera de la iglesia. Todo esto ha llevado a la clausura de parroquias, de escuelas católicas y a la reducción en las filas de curas y monjas.
Sin embargo, este Papa goza de una amplia percepción positiva entre el público en general, mucho mayor de lo que goza su Iglesia en este país: según un nuevo sondeo del Washington Post/ABC News, 70 por ciento ve favorablemente a Francisco, y 55 por ciento opina eso de la Iglesia católica.
Pero la visita del Papa tiene un impacto mucho más allá del mundo católico. Sus mensajes sobre la desigualdad y el capitalismo salvaje: la ambición desenfrenada de dinero que gobierna. Ese es el estiércol del diablo, como afirmó en Bolivia este año, incomodan a los campeones de ese sistema aquí.
Asustan aún más declaraciones como: “digámoslo sin miedo: queremos un cambio, un cambio real, un cambio de estructuras. Este sistema ya no se aguanta; no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores, no lo aguantan las comunidades, no lo aguantan los pueblos… Y tampoco lo aguanta la Tierra”. Algunos críticos conservadores aquí ya lo han tachado de socialista y marxista y de alguien que cuestiona el sistema estadunidense.
Esto ha obligado a ciertos católicos prominentes a distanciarse políticamente del Papa, como los precandidatos presidenciales Jeb Bush y Marco Rubio, quienes afirman seguir al Papa sólo en cuestiones religiosas, pero no en las políticas y económicas.
Pero casi toda la clase política se verá obligada a pronunciarse sobre lo que diga el Papa. Entre ellos hay varios católicos prominentes: el vicepresidente Joseph Biden; el presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner; seis de los nueve jueces de la Suprema Corte de Estados Unidos; 31 por ciento de los representantes federales y, además de Bush y Rubio, otros cuatro de los precandidatos presidenciales republicanos son católicos.
Muchos esperan –dentro y fuera de la Iglesia– que temas como el migratorio en esta coyuntura, donde crece el clima xenófobo y donde el fracaso de una reforma migratoria implica más redadas, detenciones y violaciones de derechos, la visita del Papa podrá influir en la dinámica política.
Toda una diversidad de agrupaciones, movimientos e instituciones se preparan para intentar emplear el efecto Francisco en las pugnas políticas, sociales y culturales en Estados Unidos, mientras los analistas y los medios ya han iniciado el torrente de información e interpretación sobre cada verbo y gesto del jefe de la Iglesia católica.

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