Una experiencia indispensable y diferente

Guillermo Almeyra
Periódico La Jornada
Opinión 
 
Desde hace décadas los trabajadores y los luchadores sociales de México carecen de un partido propio con registro electoral y, en la larga y continua serie de elecciones que se realizan para elegir el personal que gobernará en nombre de los capitalistas, deben optar entre distintas versiones (PRI, PAN, PRD) de una alianza para servir en las instituciones y respaldar a un gobierno represor, entreguista y antinacional, delincuencial y al sistema capitalista en general. La degeneración priísta total del PRD (aunque en su base en los estados pueda haber aún militantes combativos) y la subsistencia del PRI tienen sus bases en los errores de la izquierda anticapitalista frente a Lázaro Cárdenas y en los años sucesivos, pero sobre todo es la expresión de la ideología arraigada en las mayorías populares, según la cual somos todos mexicanos y hay que esperar que los problemas sean solucionados verticalmente desde el gobierno.
El hecho, sin embargo, es que los oligarcas y grandes capitalistas, agentes de las trasnacionales o ligados al capital financiero internacional, sólo tienen de mexicanos los papeles y destruyen las conquistas sociales y políticas de la Revolución, hacen retroceder a los tiempos porfiristas y entregan los bienes comunes al mejor postor. La unidad nacional de explotados y explotadores es, por lo tanto, un mito y también es fatal esperar que un gobierno de los capitalistas y para los capitalistas locales o extranjeros pueda asegurar la liberación nacional y social de los oprimidos.
Desde hace casi 10 años y en ruptura con la corrupción y el servilismo de la dirección del PRD, un vasto sector de la población, apoyado por sinceros y valiosos intelectuales y por millones de los mexicanos más activos en la protesta social, está creando contra el Pacto por México de las derechas unidas y de sus paleros un Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), cuyo nombre mismo sugiere una continuidad con el sistema político y social que, en cambio, hay que liquidar. Pero ese partido, aún en formación y en lucha por su registro electoral, no logra influir a otra parte numerosa de los explotados y oprimidos ni educarla en la necesidad de la acción política. Tampoco logra sacarla de la vía muerta de la abstención en la que caen esos sectores indígenas y populares porque rechazan la ilusión de Morena (desmentida en todas las elecciones a partir del fraude contra el ingeniero Cárdenas en 1988) en la posibilidad de que la clase gobernante y el imperialismo acepten un triunfo electoral de una oposición crítica aunque ésta tenga una dirección y una política muy moderada.
De ahí la importancia de la formación y de la lucha por imponer su registro electoral como partido nacional de la Organización Política de los Trabajadores (OPT), que nació de la acción común de varios de los sindicatos independientes y combativos de México en unión con organizaciones sociales y de la izquierda revolucionaria.
La creación de un partido de clase de alcance nacional responde a la misma presión popular que llevó a formar el Morena y que, en las comunidades indígenas y campesinas, impulsa hacia la creación de instrumentos propios, como las policías comunitarias, y al desarrollo de la autonomía para hacer frente a la represión y corrupción estatales y a la complicidad entre sectores del gobierno y la delincuencia organizada. La independencia política y de clase de los trabajadores organizados en la OPT reforzaría muchísimo la lucha democrática de Morena y sería, al mismo tiempo, una verdadera escuela de educación política para los explotados, al unir las luchas y movimientos con la disputa, incluso, en el terreno de los derechos legales y electorales, que es el más favorable para la burguesía.
La OPT no sería el primer partido nacido de algunos sindicatos. Ya en el siglo XIX en Inglaterra los sindicatos y un sector de la intelectualidad formaron el Partido Laborista, que fue fundamental para organizar a la clase obrera británica. En 1945, los sindicatos argentinos les imitaron creando un Partido Laborista que dio el triunfo electoral al coronel Juan Domingo Perón, hasta que éste los integró a la fuerza al Estado creando un partido único capitalista de base obrera y popular, el Partido Peronista. En 1952, la Central Obrera Boliviana actuó de hecho como partido. Posteriormente, en Brasil, los sindicatos obreros y campesinos, más las Comunidades de Base católicas y diversas agrupaciones de la izquierda, crearon el Partido de los Trabajadores. Todas estas experiencias terminaron, de un modo u otro, por ser absorbidas por el Estado.
Es que los sindicatos son una escuela primaria de conciencia de clase, pues unen a los trabajadores de un ramo contra sus patrones, pero son también un instrumento de adaptación al sistema, ya que defienden a los trabajadores en el mercado laboral como pequeños propietarios de su fuerza de trabajo, a la que venden como mercancía y, como cualquier grupo de productores, luchan esencialmente por los precios de esas mercancías (los salarios) y las condiciones de venta (las condiciones laborales).
El Estado, en condiciones normales, por consiguiente, puede promover, corromper e integrar direcciones y burocracias sindicales. Pero, en las grandes crisis sociales, fuertes sectores de los trabajadores imponen y defienden la democracia sindical y politizan los sindicatos, o por sobre ellos crean organismos ad hoc que los representan, sobre todo si la izquierda es capaz de combatir en la lucha cotidiana las tendencias conciliadoras y la ideología dominante.
Por eso, hoy, hay que defender el derecho de los obreros a tener su propio partido, lograr el registro de la OPT, respaldar a las direcciones sindicales combativas y, al mismo tiempo, popularizar políticas que conduzcan desde la lucha defensiva hasta la realizaciónde acciones que creen conciencia y poder anticapitalista.

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