Peña Nieto y la normalidad corrupta


 
PROCESO 
 
CIUDAD DE MÉCICO (apro).- Un acto organizado por el Grupo Financiero Interacciones –banco nacido al amparo del poder político y cuyos clientes son los gobiernos–, fue elegido por el presidente Enrique Peña Nieto para recriminar a quienes se ocupan, por la vía de la transparencia, de los actos de corrupción.
Lo hizo al frivolizar ahí las denuncias que remiten a asuntos dolorosos por la perdida de vidas humanas y aun patrimoniales de miles o millones de personas.
Notable bifurcación de símbolos y hechos, como sólo en las reuniones entre Peña Nieto y ese grupo financiero ocurre.
Interacciones es el banco de Carlos Hank, hijo homónimo de “El Profesor”, paradigma del “hombre del sistema”, como se llamaba a quienes sabían trepar el escalafón del régimen hegemónico y que, en su caso, pudo hacerlo mientras amasaba una fortuna que hoy tiene a sus descendientes en la Lista de Forbes de los más ricos del mundo. Se le identificaba como líder del “Grupo Atlacomulco” con el que, por origen y parentescos, se identifica al propio Peña Nieto.
Aunque el presidente abordó diferentes tópicos relevantes destacó su declaración sobre corrupción. Según Peña Nieto, en todo quiere encontrarse culpables para poder decir que fue la corrupción. Ejemplificó con un choque vehicular por falla de semáforo; sardónico, dijo que se quiere saber a quién se compró el semáforo. Aunque luego presumió los sistemas de transparencia y anticorrupción como avances de su gobierno, la declaración es reveladora de sus conceptos. Ejemplo malogrado.
Si un semáforo falla y el ciudadano quiere saber quién fue el proveedor, es porque existe la posibilidad de una compra irregular, funcionarios que no verificaron las condiciones, y de que actos de corrupción resultaran en el daño patrimonial o físico al ciudadano. Perder un coche no es daño para uno del Grupo Atlacomulco, ni siquiera cuando choquen el Ferrari y aun cuando no les guste pagar tenencia pero, para un ciudadano común, puede ser una tragedia hasta pagar un deducible, como el que por cierto, tendrán que pagar muchos afectados por el sismo, sólo para endeudarse más.
Del ejemplo ficción a los hechos: en el Paso Exprés había señalamientos previos de deficiencias en la obra, con una empresa, Epccor, cuyos dueños tienen largo historial en obras mal hechas; hubo dos muertos. En los sismos, hay ejemplos más graves: inmuebles con pisos y helipuerto ilegal; el Tec de Monterrey –cinco muertos– o, el más doloroso por los 19 niños muertos: irregularidades en la edificación y verificaciones al colegio Rébsamen. Todo con síntomas de corrupción.
Pero decirlo ahí, con Interacciones, tiene una relevancia especial. Interacciones, de Carlos Hank, es el tercer banco que acapara deuda pública; su hijo preside Banorte, segundo banco acreedor de gobiernos. Juntos, los bancos de los Hank son los principales prestamistas de los gobiernos estatales y municipales, cuando las deudas son el escándalo de la década y tienen a varios gobernadores presos o bajo investigación.
Que los banqueros, descendientes del líder del Grupo Atlacomulco sean los principales acreedores, es un asunto de interés público. Se trata de saber en qué condiciones y por cuánto, cientos de gobernantes han comprometido los recursos de estados y ciudades hasta por 25 años.
Desde 2014, en Proceso litigamos para abrir los contratos de deuda subnacional con esos bancos que, por su parte, se ampararon contra las resoluciones del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, que nos daban la razón. Con chicanadas han logrado prolongar los procesos constitucionales.
Viejos amigos, fue frente a Hank que Peña Nieto, el mandatario federal con más señalamientos de corrupción en dos décadas, refrendó la coincidencia de los de Atlacomulco: su resistencia a la transparencia y la normalidad con que ven la corrupción.
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