El negocio de la ciencia
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Primera
 parte. Esta semana, el presidente Andrés Manuel López Obrador fue 
contundente: la Secretaría de Hacienda y Crédito Público recortará el 75
 por ciento del presupuesto para gastos de operación y eliminará 
fideicomisos que nutrían de recursos sin control a los centros de 
investigación del país.

En nota de Aseneth Hernández –publicada en la página de Contralínea–,
 el primer mandatario afirmó que se van a seguir entregando becas a los 
investigadores y a las escuelas de manera directa, pero ya no habrá 
intermediarios “porque por eso pueden incurrir en actos de corrupción”.
Mucha razón tiene el jefe del Ejecutivo 
del uso discrecional de dinero público que hacían varios investigadores y
 científicos con dichos fideicomisos y fondos sectoriales, quienes 
habían creado empresas privadas para darse contratos ellos mismos y 
gastar millones de pesos sin control alguno, con sueldos elevados, 
viáticos y contratos a modo.
En el Conacyt hay 56 fondos sectoriales 
(fideicomisos) que, junto con alguna secretaría de Estado o dependencia 
de gobierno, destinan recursos para la investigación científica y el 
desarrollo tecnológico. Por ejemplo, el Fondo Semarnat-Conacyt 
administra recursos para la investigación en materia ambiental, mientras
 que el Fondo Inmujeres-Conacyt dedica recursos para investigar 
problemáticas y necesidades de mujeres.
De acuerdo con el libro blanco CONACYT-Secretaría-Sustentabilidad-Energética,
 otra de estas figuras es el Fondo Sectorial Sener-Conacyt, que surgió 
con el objetivo de “impulsar la investigación científica y tecnológica 
aplicada, así como la adopción, innovación, asimilación y desarrollo 
tecnológico en materia de fuentes renovables de energía, eficiencia 
energética, uso de tecnologías limpias y diversificación de fuentes 
primarias de energía”.
En 2013, a principios del gobierno de 
Enrique Peña Nieto y a raíz de la reforma energética, el objetivo del 
Fondo Sener-Conacyt se modificó: el amplio significado de la palabra 
“impulsar” se redujo al de “financiar”, y se agregaron otros objetivos, 
como “el registro nacional o internacional de propiedad intelectual, 
formación de recursos humanos especializados, becas, creación, 
fortalecimiento de grupos o cuerpos académicos o profesionales de 
investigación, desarrollo tecnológico e innovación, divulgación 
científica, tecnológica e innovación y de la infraestructura que 
requiera el sector energía”.
Así, el objetivo de dicho Fondo tuvo 
entonces un cambio de paradigma, es decir, de estar centrado en la 
ciencia y la tecnología pasó a centrarse en los científicos y 
tecnólogos. Por supuesto, un cambio semejante no podía quedarse en el 
plano puramente filosófico, sino que pegaría con todo sobre distintas 
cuestiones prácticas: la primera y más obvia fue sobre las reglas de 
operación de este fondo.
A diferencia de otros que no fueron 
afectados por la reforma energética y donde se prohibía explícitamente 
financiar “honorarios, sueldos, salarios o cualquier forma de pago para 
personal adscrito a las instituciones o empresas participantes”, las 
nuevas reglas de operación del Fondo Sener-Conacyt consideran como un 
rubro financiable los “recursos humanos”; es decir, “el costo de las 
horas-hombre directamente relacionadas con el desarrollo del proyecto… 
También el apoyo económico para los investigadores, expertos, tecnólogos
 y profesionistas asociados, incorporados al desarrollo del proyecto… 
que no estén adscritos a alguna institución o empresa”.
En otras palabras, gracias a este cambio
 en las reglas, los científicos participantes dentro de algún proyecto 
de investigación financiado por este Fondo podrían cobrar honorarios 
como investigadores, además de lo que ya recibían de sus centros de 
investigación.
Aquí cabe aclarar que no todos los 
investigadores cobran estos honorarios; sin embargo, es difícil saber 
cómo se reparten estos dineros entre los participantes, pues existe una 
fuerte oposición a transparentar el gasto por parte de los coordinadores
 del Fondo.
Lo que sí se sabe, es que uno de los 
proyectos apoyados es el Cemie-Bio: Cluster Biocombustibles Gaseosos, 
encabezado por el doctor Elías Razo Flores, del IPICYT (Instituto 
Potosino de Investigación Científica y Tecnológica), que gastó en las 
cinco etapas que hasta ahora lleva el proyecto 13 millones 613 mil 319 
pesos en el rubro supuesto de “recursos humanos”, y que otro proyecto 
del mismo Cemie Bio (pero esta vez el Cluster es encabezado por el 
doctor David Ríos Jara) lleva gastado –en cuatro de las ocho etapas que 
dura el proyecto– 27 millones 116 mil 157 pesos, supuestamente también 
en “recursos humanos”.
Cabe aclarar que no todos los fondos 
cuentan con presupuestos millonarios y que, por tanto, no todas las 
líneas de investigación en el país reciben el mismo apoyo de Conacyt. 
Por ejemplo, mientras que en 2019 el Fondo Sep-Conacyt destinó 743 
millones de pesos para financiar 488 proyectos de ciencia básica –es 
decir, en promedio 1.5 millones de pesos por proyecto–, sólo el monto 
total del proyecto encabezado por el doctor Ríos Jara recibió 380 
millones 795 mil 788 pesos (el 51 por ciento del total), de los cuales 
se tiene programado gastar “65 millones 115 mil 687 pesos en recursos 
humanos” y “10 millones 71 mil 795 pesos en pasajes y viáticos”.
La razón de esta enorme disparidad en 
los presupuestos tiene su origen en la Ley Federal de Derechos, que es 
su artículo 245 bis establece que “Pemex Exploración y Producción estará
 obligado al pago anual del derecho para la investigación científica y 
tecnológica en materia de energía, aplicando la tasa del 0.65 por ciento
 al valor anual del petróleo crudo y gas natural extraídos en el año”.


Con la reforma a la Ley Federal de 
Remuneraciones de los Servidores Públicos, la cual establece que ningún 
servidor público puede obtener una remuneración mayor a la establecida 
para el presidente de la República, era de esperarse que algunos 
investigadores, cuyo salario rebasaba esta barrera, aprovecharan la 
confusión de la reforma energética para defender sus privilegios.
Por ejemplo, en entrevista con el periódico La Jornada,
 el doctor José Luis Morán, presidente de la Academia Mexicana de 
Ciencias e Investigador titular “C” del IPICYT, declaro?: “son muy 
preocupantes las decisiones que se están tomando en materia de ciencia 
[…]. Esta comunidad ha sido golpeada por medidas como la aplicación de 
la Ley de Remuneraciones, que limita las percepciones de los servidores 
públicos”. Por esta razón, el doctor Morán ha propuesto que los 
investigadores que, como él, trabajan en el ámbito federal, no sean 
considerados servidores públicos.
Otra cosa que cambió fue la aparición de
 nuevos participantes en los proyectos financiados por este Fondo. 
Algunos científicos dejaron sus oficinas y laboratorios para convertirse
 en entusiastas empresarios por la apertura del “mercado de las ideas”.
Para ayudar a los nuevos 
científicos-empresarios en las artes del emprendimiento, se dispuso como
 ayuda otro Fondo de la Secretaría de Economía-Conacyt.
Gracias a este Fondo se crearon las 
llamadas Oficinas de Transferencia Tecnológica u Oficinas de 
Transferencia de Conocimiento. Su función era vincular a los científicos
 con la industria y, en todo caso, ahorrarles el tedioso trabajo de 
tramitar patentes o solicitar más fondos al gobierno para realizar sus 
investigaciones. Curiosamente, como algunos científicos y funcionarios 
del sector eran quienes habían hecho este trabajo desde siempre, 
aparecieron otros híbridos: los científicos-vinculadores y los 
funcionarios-vinculadores.
Un buen ejemplo lo tenemos en el 
exdirector del Conacyt, el ingeniero Jaime Parada Ávila, quien abrió su 
propia Oficina de Transferencia Tecnológica llamada Inncom (que incluye 
la gestión de fondos gubernamentales), y quien llegó a venderle al 
propio Conacyt y a uno de sus centros de investigación –el Cimav (Centro
 de Investigación en Materiales Avanzados)– algunos proyectos para 
permitirles alcanzar “excelencia internacional” y “nuevas líneas de 
investigación en energías renovables”.
Otro de los negocios de este exitoso 
funcionario-vinculador fue el de venderle al Cemie-Sol (en donde por 
cierto él fungía como parte del comité evaluador) un estudio sobre el 
aprovechamiento de la energía solar a nivel comercial.



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