Calderón-Peña: la confirmación de una complicidad pactada

Calderón-Peña: la confirmación de una complicidad  pactada
La oligarquía está dispuesta a todo, incluida la represión más sanguinaria y cruda contra el pueblo

Revista EMET


No es cierto que la transición comenzara con la reunión con ese fin entre los dos empleados de la oligarquía, pues lo que se llevó a cabo en Los Pinos fue la confirmación de una complicidad pactada. De ahí que ambos dieran la impresión de políticos “civilizados” capaces de superar “diferencias”, cuando en realidad lo único que estaban haciendo era sellar compromisos que aseguran la continuidad de un régimen antidemocrático, ajeno a los intereses fundamentales del país y firmemente atado a los poderes fácticos.
          
Así dio comienzo una nueva etapa de un mismo proyecto entreguista, orientado a seguir despojando a la nación de sus riquezas, y al pueblo de lo poco que le toca de la renta nacional. El compromiso de garantizar una entrega de la Presidencia “tersa y apegada al Estado de derecho”, sale sobrando cuando en realidad los mismos intereses dominantes se mantienen intocados. El binomio PRI-PAN se consolida, por ahora, situación que compromete a los militantes de uno y otro partido a dejar de lado sus principios partidistas y actuar con base en el proyecto fundamental del grupo en el poder: asegurar la continuación del neoliberalismo en México.
          
Por eso se equivocan quienes de buena fe, incluso, opinan que el problema para la izquierda es la terquedad de Andrés Manuel López Obrador en ser el candidato. El fondo del mismo es que el Estado mexicano está cooptado por una oligarquía reaccionaria y antidemocrática que actúa como palafrenera de los grandes consocios trasnacionales que se han estado apoderando de los principales bienes nacionales. Se equivocan al decir que si Marcelo Ebrard hubiera sido el abanderado del Movimiento Progresista, “otro hubiera sido el resultado electoral”. Lo evidente es que tampoco lo hubieran dejado ganar, y los votos para la izquierda seguramente hubieran sido menos de los que obtuvo López Obrador.
          
La cuestión de fondo es cómo lograr que el Estado mexicano recupere su independencia, cuando en los hechos está demostrado que no será posible mediante procesos electorales controlados por la oligarquía, y particularmente por el monopolio televisivo, que ahora lo es a partir de alianzas estratégicas entre las dos cadenas, con la finalidad de obstaculizar cualquier posibilidad de competencia ajena a sus intereses. Porque a final de cuentas ese es el objetivo central de la lucha que nos espera: recuperar la autonomía de las instituciones del Estado, ahora al servicio de grupos oligárquicos que sólo buscan su fortalecimiento.
          
No es una demostración de “civilidad” la que dieron Calderón y Peña Nieto en la escalinata de Los Pinos, sino una muestra clara de que la cadena de complicidades está asegurada en los próximos años. Tal es el verdadero mensaje que dieron ambos, no la palabrería hueca de uno y otro. Salieron a decirle a los poderes fácticos que las cosas habrán de seguir igual, que no deben temer cambios que pudieran afectarlos, que pueden dormir tranquilos porque sus intereses estarán a salvo. Hasta Vicente Fox podrá respirar profundamente el aire limpio de su hacienda porfiriana: no será expulsado del PAN porque también tendrían que expulsar a Calderón: desde antes de las elecciones se ha dedicado a elogiar a Peña Nieto y solicitar a los mexicanos su apoyo a éste, mismo pecado que cometió Fox.
          
Por eso puede afirmarse que el regreso del PRI a Los Pinos, más que una “transición” es un retroceso histórico que habrá de dificultar aún más el proceso liberador del pueblo, pues con el mexiquense llegan también los peores días del antiguo priísmo depredador, pero sin el nacionalismo que caracterizó a sus dirigentes de entonces. Los problemas habrán de empezar cuando se vean obligados a ceder buena parte del botín a sus patrones extranjeros, pues con Calderón estos se fortalecieron de manera incontrovertible. Buen ejemplo de esta realidad, es que en este sexenio el territorio concesionado a mineras extranjeras abarca la cifra de 32 millones 573 mil hectáreas, superficie que supera la de los estados de Chihuahua y Chiapas juntos.
          
Ese es el verdadero fondo del por qué resulta una hipótesis insostenible suponer que Ebrard hubiera ganado las elecciones. La oligarquía está dispuesta a todo, incluida la represión más sanguinaria y cruda contra el pueblo, con tal de mantener sus privilegios, incluso acrecentarlos como lo demuestra su interés en que sea aprobada una reforma laboral que pondría de rodillas a los trabajadores. Ceder en el Congreso a esta injusta demanda, sería el principio de la instauración formal de una dictadura de corte fascista. No es una exageración decirlo así, sino apenas el esbozo de una realidad que convertiría al país en un territorio ajeno a las clases mayoritarias.
          
En la escalinata de Los Pinos, más que una demostración de “civilidad democrática”, vimos el empoderamiento de lo peor del sistema político mexicano. Ahora sí, como dice un viejo dicho popular: “Que Dios nos agarre confesados”.
Guillermo Fabela - Opinión EMET
 

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