Generación XXL

Laura M. López Murillo (especial para ARGENPRESS.info)


En algún lugar vital, en el núcleo de la personalidad, se configuran las actitudes y los ideales; y es justamente ahí, sobre el horizonte de las expectativas, donde se inscribe el canon social y se condiciona la conducta...


Desde la oscuridad de los tiempos, desde el amanecer de la humanidad, el entorno ha determinado el paradigma y ha modelado a los próceres en cada periodo histórico. Cuando la Modernidad implantó el paradigma de la industrialización como el único sendero hacia el progreso, se transformaron los códigos de conducta y el trabajo se erigió como el móvil en la sociedad de consumo.


El trabajo se ha diversificado y en la sociedad de mercado los estándares reflejan exclusivamente el poder adquisitivo. Debido a la incursión de los padres en el ámbito profesional, el tiempo destinado a la comida en familia se desvanece entre las distancias, los horarios, las prisas y las exigencias del trabajo.


Con la modernidad, la comida rápida y el entretenimiento incursionaron en la vida cotidiana; las comodidades generadas por la tecnología avanzada y el impacto de las telecomunicaciones produjeron un nuevo sedentarismo. Los niños y adolescentes crecen dentro de un hogar erigido como perímetro de seguridad, exploran el mundo navegando en la Red y conocen la realidad circundante por los videos en una página de colaboración multitudinaria. La televisión es la compañera insustituible en la infancia.


La generación (extra-extra-grande) es el reflejo de nuevos hábitos: la ingesta diaria de porciones desmesuradas de comida rápida, la expectación pasiva ante un monitor y los juegos reducidos a un dispositivo de video. Pero además, la generación XXL soporta un presente matizado por la discriminación en un entorno donde la flacura exacerbada es sinónimo de belleza y, además, se enfrenta a un porvenir diagnosticado como degenerativo.


La formación de individuos sanos, plenos y felices, exige cambios drásticos en el estilo de vida de niños y adultos, de padres y maestros. La comida chatarra y el sedentarismo, como pautas arraigadas y extendidas de conducta, no se modificarán por un decreto o una reforma, mucho menos por el cabildeo de los legisladores.


Recientemente, los senadores analizaron las reformas a la Ley Sanitaria, a la Ley de Educación y a la Ley para la Protección de Niños y Adolescentes, como respuesta a la obesidad, al sobrepeso y a los trastornos alimenticios que predominan en la población. Sin embargo, los legisladores han encontrado todos los obstáculos posibles para la implementación de una idiosincrasia que pondere la salud y el bienestar social.


Los senadores argumentan que “no se puede obligar a las escuelas a impartir media hora diaria de actividad física porque la gran mayoría de los planteles carecen de espacios para la práctica del deporte”. Y para cerrar el círculo de las contrariedades, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) planteó que no existen las condiciones de infraestructura, ni el número suficiente de maestros ni el tiempo adecuado para que se cumpla esta reforma, que consideran autoritaria.


Los hábitos se generan por la repetición deliberada y frecuente; los hábitos perniciosos sólo sucumbirán cuando se recuperen las prácticas que han caído en desuso: el cuidado de la alimentación en el hogar, la dosificación del tiempo dedicado al ocio cibernético, los juegos que involucran actividad física.


Para recuperar la salud y la integridad física será necesario navegar contra la corriente y superar los obstáculos en un régimen insuficiente e ineficiente, además, será preciso resistir los embates del mercado y de los arquetipos de una felicidad sustentada en las comodidades y el ocio, para reconfigurar el canon social y modificar la conducta…


Laura M. López Murillo es licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.
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