Monsanto y su seudociencia contra el pensamiento autónomo

Periódico LA JORNADA
Opinión 
 
Julio Muñoz Rubio
 
Una de las tesis más equivocadas acerca del quehacer científico y, sin embargo, más legitimadas, es la que afirma que cualquier investigación será auténticamente científica en la medida en que el sujeto cognoscente esté menos prejuiciado y aborde su objeto o sistema de estudio de la manera más fría y desapasionada. A ello se le ha dado en llamar objetividad. Es uno de los ideales más sólidos del pensamiento positivista.
Sin embargo, el desarrollo mismo de la ciencia y su práctica cotidiana han mostrado la imposibilidad de alcanzar tal estado de frialdad o de pureza mental del investigador. Éste (o ésta) siempre se encontrará bajo la influencia de teorías previas, prejuicios, pasiones y preferencias e intereses personales o colectivos, muchas veces no racionales, que desempeñan en conjunto un papel preponderante en el quehacer científico. Ello no lleva a concluir que esos elementos tengan siempre un papel obstaculizante de desarrollo de la ciencia; de hecho pueden llegar a ser fuente de inspiración y creatividad.
Ahora bien, para que la ciencia desarrolle al máximo sus capacidades teórico prácticas debe garantizarse la autonomía del pensamiento de los sujetos o comunidades que la elaboran. Con esto quiero decir no la eliminación de pasiones, preferencias o incluso prejuicios, sino un ambiente propicio para la reflexión, la creatividad, el libre diseño de las investigaciones y el reporte de los resultados: un ambiente adecuado para el establecimiento de los debates.
Una ciencia sujeta de entrada a los poderes económico-políticos opresivos y/o a grupos minoritarios que se valgan de la ciencia y la tecnología para perpetuarse en el poder, como fin en sí, no sólo no podrá desarrollar sus potencialidades, sino que inevitablemente se convertirá en ideología e imposición autoritaria.
Esto último es lo que encontramos en la biotecnología, que nace y se desarrolla como un campo de conocimiento ligado a los intereses del capital transnacional, cuando no preso de, e inmerso en ellos. Cuando la investigación científica y sus resultados se encuentran cooptados por los intereses particulares de empresas privadas, tales como las biotecnológicas (Monsanto, Syngenta, Du Pont, etcétera), la investigación científica no puede desarrollarse libremente, su margen de duda no puede expresarse, no puede haber espacio para el ejercicio de la crítica ni de la autocrítica. La objetividad está perdida.
¿Por qué? Para responder esta pregunta es necesario comprender que el único vínculo que el capitalismo tiene con la sociedad es el mercado. Éste se constituye en la única realidad comprensible para este sistema y para sus empresas. La biotecnología muestra fehacientemente esto en vista de su subordinación y aun su integración a los fabricantes y comercializadoras de organismos genéticamente modificados. Su único margen de acción es el vinculado a la contabilidad de tales compañías, referido sólo a sus ganancias y pérdidas, una forma de pensamiento en la que las investigaciones y sus resultados están de antemano forzados a corresponder a los intereses monetarios de las empresas, no al mejoramiento de la condición humana; un quehacer cotidiano que exhibe un desprecio profundo por las consecuencias de la comercialización de alimentos transgénicos sobre la salud y el ambiente.
Por ello, cuando algún grupo de investigadores, independientes de las empresas biotecnológicas (como el encabezado por Gilles-Eric Seralini, en Francia), reporta un hallazgo que muestra que en ciertas condiciones los alimentos transgénicos pueden dañar la salud y la vida de los que los consumen, se pone en marcha toda una campaña irracional de oposición a tales resultados; campaña caracterizada por la arrogancia, por la ausencia de espíritu analítico y crítico, sin lugar para la duda ni para la precaución, que incluye hasta el hostigamiento y la amenaza a los autores de esos hallazgos. Por ello, porque prioriza los intereses de las empresas fabricantes de alimentos transgénicos por encima de todo principio ético y por no dejar margen para la duda y la confrontación de puntos de vista, la ciencia de la Monsanto, la Syngenta, la Du Pont, deviene seudociencia y dogma.
Frente al creciente peso que en la ciencia mundial tienen las empresas privadas y para evitar que la ciencia (y la humanidad) siga siendo rehén de éstas, es imprescindible el desarrollo de una ciencia independiente, crítica, que excluya compromisos con el capital privado, para orientarse a los intereses del 99 por ciento de la sociedad. Esto incluye el rescate de los principios éticos y la aplicación del principio precautorio en la comercialización de los alimentos transgénicos.

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