Oídos sordos

Susana Rappo

El titular de la Secretaría del Trabajo, Javier Lozano, se ha encargado de repetir que “no va a proceder” la demanda de los trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) para ser contratados por la Comisión Federal de Electricidad (CFE) bajo la figura de patrón sustituto. Sin querer adelantarse a la resolución de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, presagia ya su dictamen, desfavorable por supuesto al SME; seguramente algo sabe, y la historia de resoluciones de la Junta poco ayuda cuando de conflictos y disputas se trata; por ello, algunos abogados han planteado que una reforma a la legislación laboral pondría en entredicho la existencia misma de las Juntas de Conciliación. Agrega también el funcionario que deberían saber los trabajadores del SME que “nosotros no respondemos a movilizaciones ni a chantajes”.

Efectivamente, la política de no ver ni oír en su máxima expresión de este gobierno contrasta con la necesidad de un cambio que implique poner en el centro de la discusión el bienestar de la población; es decir, un gobierno con sensibilidad social, el que no podría lanzar a la calle a 44 mil trabajadores sin opciones de empleo en plena crisis económica.

Por ello, y justamente por esa cerrazón e insensibilidad, preocupa la salud de los trabajadores del SME en huelga de hambre, específicamente la salud de Cayetano Cabrera, con sus 82 días de huelga y la posibilidad de un infarto.

La historia está ahí. Cómo no recordar la acción colectiva de 1981 que acorraló al gobierno de Margaret Thatcher: 10 hombres presos republicanos del IRA, en el bloque H de la prisión de máxima seguridad de Long Kesh, sacrificaron sus vidas para cambiar la historia irlandesa. El 1 de marzo de 1981, Bobby Sands, comandante del IRA en esa prisión, comenzó la huelga de hambre que durara siete meses, y en la que 10 presos murieron entre el 5 de mayo y el 20 de agosto de ese año: Bobby Sands, Francis Hughes, Raymond McCreesh, Patsy O’Hara, Joe McDonnell, Martin Hurson, Kevin Lynch, Kieran Doherty, Thomas McElwee y Mickey Devine.

Últimamente el caso de Cuba, de Orlando Zapata Tamayo, muerto después de 83 días en huelga de hambre, pone nuevamente esta forma de lucha sobre la mesa de la discusión y obliga a repensar qué pasa en un país donde la gente decide sacrificar su cuerpo para defender una causa o utiliza como arma su propio cuerpo ante la falta de voluntad de diálogo.
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