Italia: descomposición y vergüenza

Con el telón de fondo de la crisis política y económica que enfrenta Italia, y en medio de un amplio repudio social expresado en diversas ciudades de ese país, el gobierno encabezado por Silvio Berlusconi logró superar ayer, en el parlamento italiano, la moción de censura interpuesta el mes pasado por la oposición. En la Cámara de Diputados, donde se suscitó la más cerrada de las contiendas legislativas, el empresario milanés metido a la política obtuvo una victoria pírrica –314 votos en favor de su gobierno; 311 en contra y dos abstenciones–, debido al respaldo de última hora de tres diputados tránsfugas, pertenecientes a los opositores Partido Democrático e Italia de los Valores.

Dicha mudanza, por cierto, refuerza las denuncias difundidas la víspera por algunos sectores de la prensa italiana, según las cuales los personeros de Berlusconi habían ofrecido sobornos de entre 350 mil y 500 mil euros a diputados de oposición a cambio de respaldar al primer ministro italiano. Horas antes, en el Senado, Il Cavaliere había obtenido una diferencia más holgada, de 162 votos en favor, 135 en contra y 11 abstenciones.

De tal forma, la votaciones llevadas a cabo ayer en ambas cámaras del parlamento italiano arrojan una perspectiva lamentable: la continuidad en el poder de una figura como Berlusconi, sobre quien pesan numerosas acusaciones por todo tipo de delitos –sobornos, fraudes, lavado de dinero, vínculos con la delincuencia organizada y hasta homicidio– y quien se ha valido, en distintos momentos del pasado reciente, de su presencia en la primera magistratura y de la fuerza parlamentaria de su partido para detener las investigaciones judiciales en su contra y tejer a su alrededor una vasta y sólida red de impunidad: un ejemplo de ello es la impresentable Ley Alfano, que otorgaba inmunidad a los cuatro más altos cargos del Estado, entre ellos el primer ministro, y que fue invalidada por un fallo judicial en octubre del año pasado.
Por añadidura, en las pasadas dos décadas Berlusconi ha logrado conjuntar al poder político y al empresarial en un maridaje tan lucrativo como inmoral, gracias a lo cual ha logrado hacerse de la mayor fortuna personal de Italia; tomar por asalto a las instituciones de ese país y ponerlas a servicio de sus intereses y los de sus socios, y mantenerse, a pesar de todo, en la jefatura del gobierno italiano.

Hoy día, la concentración en una sola persona –el propio Berlusconi– de los poderes políticos, económicos y empresariales en la nación mediterránea, constituye una distorsión mayúscula de la institucionalidad democrática y un factor de división y de ingobernabilidad social en su propio país: muestra de esto último es la marcha realizada ayer en las calles de Roma en contra del aún jefe del gobierno, que devino enfrentamiento entre los manifestantes y la policía, con saldo de más de un centenar de heridos en ambos bandos. Por lo que hace a la Europa comunitaria, la continuidad en el poder de un personaje tan turbio e impresentable como Il Cavaliere –quien goza, por lo demás, de una gran capacidad de influir en las decisiones que se toman en Bruselas– es un indicador contundente y significativo de la inconsecuencia moral y la hipocresía que caracterizan a ese conglomerado de naciones, que con frecuencia se presenta a sí mismo como promotor y protector mundial de la legalidad, la democracia y la transparencia.

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