Andanzas - La danza en el SME

Opinión
Periódico La Jornada
28 de Enero de 2010


En aquel entonces, la calle Antonio Caso se llamaba, De las Artes, y ahí, curiosamente, se desarrollaba una pequeña escuela de danza moderna. El edificio, no muy alto, apenas de cuatro pisos, ostentaba con orgullo las enormes iniciales del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) con su escudo característico atravesado en diagonal por un rayo. Lo dirigía un señor, si no me falla la memoria, llamado Juan José Rivera Rojas y los electricistas, no sólo lo habían cubierto de pinturas murales sobre la Revolución Mexicana y la lucha obrera y campesina encargados a un pintor de renombre, sino que en su magnífico auditorio funcionaba una pequeña escuela de danza moderna para los hijos de los trabajadores, aunque nunca vi en ella, niño alguno.

El destino me llevó a ese lugar muy chiquita, pues las autoridades de la Secretaría de Educación Pública (SEP) al parecer habían dictaminado que niñas menores de seis años no debían estudiar el ballet de puntas por no convenir a su salud, y como yo estaba bailando con las célebres hermanas Campobello en aquel enorme salón del cuarto piso del Palacio de Bellas Artes, un matrimonio amigo de mis padres, los Abreu Gómez, les recomendaron a la señorita Magda Montoya, talentosa alumna y seguidora de la famosa bailarina y coreógrafa estadunidense, Waldeen, cuyo triunfo de su ballet, La coronela, con música de Revueltas, aún palpitaba fuertemente en el corazón de los auténticos amantes de la danza.

Fue así que me llevaron con la señorita Magda al SME, en la calle De las Artes, a ver sus clases y solicitarle me permitiera tomar danza moderna con ella, pues había algunas alumnas –como Rosita de Liepscey hasta la fecha mi amiga–, que fueron admitidas sin ser hijas de trabajadores agremiados al sindicato.

Las clases se impartían dos veces por semana en la tarde y cuando hacía falta, íbamos el sábado por la mañana cuando la señito, como le decíamos, empezaba a enseñarnos algunas danzas de su repertorio, lo que se llamó Ballet Infantil de Magda Montoya.

El Ballet Infantil del SME se dividía en niñas pequeñas, medianas y grandes de hasta 16 años o más, pero entre todas nos dividíamos el repertorio. La señito Magda nos formaba en hileras paralelas de chicas a grandes, ella se ponía al frente y pedía música a la niña que le tocaba atender el tocadiscos; Chopin, Bach y Prokofieff era lo que llevaba y empezaba a realizar una serie de movimientos libres, a veces muy tristes, pero que todas debíamos seguir imitándola. De pronto batía las palmas y la niña que estaba en bambalinas con el tocadiscos, inmediatamente suspendía la música.

En ese instante, todas nos quedábamos quietas, absolutamente quietas, mientras ella, muy seria, recorría las filas atenta a la pose petrificada y a manazo, corrección o suspendiendo toda la clase, colocaba en posición correcta a la niña que se equivocaba.

Algunas veces debíamos suspender las clases porque había mítines. Nos sentaban en el butaquerio del teatro, y colocando una enorme mesa con tapete verde, sacaban los pesados sillones de madera que algunas veces utilizábamos para hacer ejercicios, como si fueran barra de ballet, y ante los compañeros del lunetario comenzaban sus discursos, arengas y discusiones. Diega, mi nana, y yo escuchábamos y veíamos todo. Una vez, mientras esperábamos pasaran a recogernos: le pregunté a Diega qué era sindicato. Y ella me dijo que era para la defensa de los trabajadores. "Por qué", volví a preguntar, y me contestó: "pos pa que no les roben su trabajo, Colombita".

Ya en casa, volví a cuestionar. "¿Por qué les roban su trabajo Diega?" "Ay niña, pos porque no hay justicia y con el sindicato se defienden tantito".

Guardé silencio mientras merendaba y me quedé pensando que esos electricistas eran muy valientes y buenos, pues nos dejaban bailar en su teatro. Actualmente, al pasar por la calle De las Artes vienen tantos recuerdos extraordinarios y se me arruga el corazón con todo lo que están pasando los hijos o nietos de aquellos trabajadores y lo que estamos viviendo en el país, pues la justicia tarda y el saqueo a los trabajadores, campesinos, estudiantes, artistas y gente que vive de su trabajo al día, con el infame sueldo mínimo, vergüenza nacional, y los que no encuentran trabajo viviendo en el hambre y la más terrible necesidad; entonces, las palabras justicia, democracia y sindicatos parecen una broma pesada, una tomada de pelo gigantesca.

En aquel auditorio del SME iniciamos nuestra formación artística algunos de los que dedicamos nuestra vida a la danza; muy pocas resistimos, pero el recuerdo de aquellas funciones del Ballet Infantil en el hermoso teatro y el premio que nos daba Juan Rivera Torres y la señito Magda –un ramo de gladiolas y una enorme caja de chocolates de dos pisos de Lady Baltimore, lo más fino de aquellos tiempos– no deja de seguir emocionándome y me permite comprender a la gente que piensa si habrá valido la pena tanta lucha, tanto sacrificio en este torbellino perverso de mentiras y corrupción ante la descomunal codicia y falta de verdadero honor de tantos que sangran al país sin la menor conciencia.

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