Conquista Botellita de Jerez a mil corazones guacaróckers

Martes, 03 de Agosto de 2010 00:00 Escrito por Jorge Sifuentes Cañas

CUERNAVACA. El corazón guacarroquero de los casi mil asistentes al Cine Morelos, volvió a latir con fuerza la tarde del viernes. En la sala principal, que lució completamente llena, se proyectó desde las seis el largometraje, -que no documental-, Naco es chido, dirigido por Sergio Arau. No importó la amenaza de lluvia ni la quincena que cada vez alcanza para menos; la banda llegó fiel a la cita con Botellita de Jerez.
Ahí, aún a pesar de que la mayoría de jóvenes espectadores no pasaba los 25 años, que probablemente jamás habían visto en vivo a los Botellos, y de la presencia de uno que otro guacarrockero de más de treinta y tantas primaveras; la nostalgia invadió la pantalla con los testimonios variopintos de Carlos Monsiváis, Armando Manzanero, Laura Esquivel, Café Tacuba y otros mas, junto a las imágenes del concierto del arrejunte de Botellita de Jerez, en el no menos mítico Rockotitlán.
Pero la banda es exigente. No bien habían terminado de aparecer los créditos de Naco es chido en pantalla, cuando una sonora rechifla retumbó en toda la sala. “¡Órale pinches nacos, salgan!”, se escuchó claramente una voz escondida en el anonimato mientras los técnicos daban los últimos detalles al equipo, previo al concierto.
Antes de otra cosa, aparecieron en el escenario Armando Vega-Gil, el Cucurrucú; Sergio Arau, el Uyuyuy; y Francisco Barrios, el Mastuerzo; como en sus mejores tiempos, ataviados con playeras negras y la B como escudo. Ya la gritería es uniforme y celulares en mano la banda aguarda aún tímidamente el inicio del toquín.
“¡Hey familia, guacarrock dedicado a Cuernavaca y amigos que nos acompañan!”, dijo en tono triunfal Vega-Gil, en tanto los primeros acordes apenas tocaban las fibras sensibles de los jóvenes y los animaban a bailar; algunos de ellos ni siquiera habían nacido cuando la banda ya había saboreado las mieles del éxito hace casi tres décadas y había puesto de moda la vestimenta del charrócker.
Y ahí estaban, tocando cuál adolescentes en tardeada, cotorreando chido con la banda y regalando su guacarrock a Cuernavaca: “la ciudad de la eterna balacera”, dijo al micrófono Arau para después afirmar, con voz de profeta, que Botellita de Jerez “está resurgiendo de sus cenizas como el gato Félix”. Luego, bromearon con el estribillo que pusiera de moda Shakira en el mundial y lo catalogaron como un homenaje al guacarrock, antes de cantar: Soy adicto.
También recordaron al maestro León Chávez Texeiro con una rola dedicada a la lucha del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME); y se dieron tiempo para recordársela al inquilino de Los Pinos, con una sonora mentada que salió al unísono, franca y espontánea, en voz de toda la banda reunida. Poco después, entre mentadas a la gobernadora de Arizona y a la ley racista, regalaron al publico la rola José se fue, una rola que forma parte del soundtrack de la película Un día sin mexicanos, también dirigida por Sergio Arau.
En ese momento, se integró como músico invitado Lino Nava, de La Lupita, con una canción que lanzó a Botellita de Jerez al estrellato en Disneylandia y en Iztapalapa: ¡Oh Dennis, no la hagas de Toks en Wings!; con tal frenesí que hasta reventó una cuerda de la lira que le prestaron.
A es altura del concierto, la banda ya estaba prendida y venía lo mejor. Celulares en mano, dejaron sus asientos y se agolparon en pleno escenario, festejando cada ocurrencia de los Botellos y coreando las rolas más conocidas. Instantes después, sonaron los acordes del primer guacarrock que Botellita patentara hace 27 años: el Charrock an roll.
El éxtasis del concierto iba en aumento. A poco, los Botellos se pusieron sus máscaras de luchadores; y como un homenaje a uno de los auténticos superhéroes nacionales, el enmascarado de plata, regalaron al público el guacarrock del Santo. De pasadita, se dieron tiempo para dedicar una rola al estado de Morelos; “se trata de una mujer que es nuestra compinche”, -dijo El Mastuerzo-, y se aventaron con el guacarrock de La Malinche.
Ya de plano la banda guacarroquera estaba entregada a su más fiel estilo escénico y a su público. No faltaron los albures entre ellos, tampoco los saltos y las aventadas de los instrumentos. Antes de cerrar, eligieron una rola de otro gran héroe de la urbe chilanga: El Tlalocmán.
Y ahí dieron rienda suelta al ritual que también los lanzara al estrellato. Ataviados con penachos multicolores, conchas en los tobillos y sonajas, Botellita de Jerez bailó cuál concheros en Xochicalco y dedicó a los dioses el concierto, caguama en mano, para luego ponerse en pose ante los incesantes disparos de las cámaras que no los dejaron ni un momento.
En medio de la gritería y los aplausos, Botellita de Jerez abandonó el escenario y se apagaron las luces. No tardó ni medio segundo en reaccionar la banda con los gritos de: “¡Otra, otra!”, junto al infaltable: “¡Culeeeroosss, culeeerooss!”. Aún después de casi dos horas de concierto, los Botellos complacieron a la banda y regresaron al escenario para cerrar con broche de oro y cantar otro de sus éxitos, una rola educativa, que, según Vega-Gil, “debería estar en todos los libros de texto”: ¡Alármala de tos!
Satisfecha con la vorágine, la banda se despidió de Cuernavaca, no sin antes recordar que Botellita resurgirá de sus cenizas, cuál gato Félix.

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