Marx: Teoría y acción
martes, 8 de mayo de 2012
El
24 de agosto de 1867, en una carta dirigida su entrañable compañero
Federico Engels, Carlos Marx alude a su más reciente producción
intelectual -el tomo I de “El Capital”- diciendo lo siguiente: “los
mejores puntos de mi libro son 1) El doble carácter del trabajo, según
que sea expresado en valor de uso o valor de cambio; y 2) El tratamiento
de la plusvalía independientemente de sus formas particulares,
beneficio, interés, renta del suelo etc”.
Gustavo Espinoza (especial para ARGENPRESS.info)
Al
formular esta apreciación, Marx puso énfasis en temas en los que venía
trabajando cuando estuvo en París, en 1843, y que había abordado también
en 1859 en su Crítica a la Economía Política. En otras palabras, dio
forma a un concepto esencial que se convertiría en la base de su más
elevado pensamiento crítico.
Mucho
es lo que podría decirse con relación a estos ítems que tienen capital
importancia, y que han trascendido a nuestro tiempo como inequívocas
bases de una teoría confirmada por la vida. La creación intelectual de
Marx sirvió por cierto para conocer profundamente la naturaleza del
desarrollo y más precisamente los rasgos predominantes del sistema de
dominación capitalista; pero el mismo Marx, en su momento, diría que la
tarea esencial no era interpretar el mundo, sino transformarlo; es
decir, luchar para que sobre las ruinas de una sociedad perversa,
pudieran los trabajadores erigir los cimientos de un nuevo orden social,
más humano y más justo.
Al
celebrar el 194 aniversario de su nacimiento, debemos recordar que en
su tiempo, el “Progress", vocero del Sindicato de Tabaqueros de los
Estados Unidos, lo consideró “el mejor amigo de los obreros y su más
grande Maestro". Al decir esto, interpretó cabalmente el punto de vista
de millones, pero quizá no previó que esa formulación sería repetida por
multitudes también en el año 2012.
Recordemos
brevemente que 8 años antes de la publicación de "El Capital", cuando
el propio Marx evaluó su producción intelectual, reivindicó cuatro de
sus obras como las que hubiese querido legar realmente a la posteridad.
Una de ellas, por cierto, fue el Manifiesto del Partido Comunista,
editado en 1848. Las otras, fueron "La Miseria de la Filosofía", el
"Discurso sobre el Libre Cambio" y una serie de artículos recogidos
después con el nombre de "Trabajo Asalariado y Capital".
No
resulta casual, por cierto, el que haya considerado "El Manifiesto...."
como una de sus obras principales si se tiene en cuenta que a través de
ella pudo desarrollar la idea de que la historia -toda la historia- no
ha sido sino "una historia de lucha de clases, de lucha entre clases
explotadoras y explotadas, dominantes y dominadas, en las diferentes
fases del desarrollo social". En ese esquema, concluyó afirmando que "la
clase explotada y oprimida (el proletariado) no puede emanciparse de la
clase que la explota y oprime, sin emancipar, al mismo tiempo y para
siempre, a la sociedad entera de la explotación, la opresión y la lucha
de clases".
Después
de esta afirmación ocurrieron muchos episodios en la historia humana.
Uno de ellos fue La Comuna de París, el ejemplo de Primer Gobierno
Obrero que asomó en la faz de la tierra. Otro, de mayor profundidad y
consistencia fue ciertamente la Revolución Socialista de Octubre, que en
1917 sacudió al mundo desde su raíz y cambió las relaciones de
producción a lo largo del Siglo XX. Hoy se sabe, sin embargo, que no
todo fue un avance lineal en la historia de los pueblos, que la vida
también tuvo contrastes, que el movimiento obrero registró derrotas de
las que debe extraer valiosas enseñanzas para volver a avanzar.
La
quiebra de la experiencia socialista en Europa del Este y la
desaparición de la URSS –la quiebra del denominado “socialismo
temprano”- llevaron a algunos a celebrar los funerales de Marx 110 años
después de su muerte física, proclamando el fin de sus concepciones
básicas. Hubo otros, sin embargo, que "lamentaron", sibilinamente que un
nombre ilustre -como el suyo-, hubiese estado vinculado al de Lenin,
“el más fecundo y creador de sus discípulos” -fueron ésas, palabras de
Mariátegui en 1925-; o a la experiencia socialista frustrada en la vieja
Rusia de los Zares el año 17 del siglo pasado.
Otro
argumento que algunos esbozan hoy, parte de la idea de que "la clase
obrera ha cambiado", que "el proletariado, ya no es el mismo". Deducen,
de allí, que el pensamiento de Marx forma parte del pasado y que sus
ideas centrales no corresponden a nuestro tiempo; que hoy, los adelantos
de la tecnología y de la ciencia consagran un mundo integrado cuyo
valor más consistente es la llamada "globalización". Para quienes así
piensan, la existencia de las Clases, y la lucha entre ellas, no tiene
ya sentido.
Es bueno
subrayar que los cambios en la Clase Obrera, como en la estructura
misma de la sociedad, fueron constantes. La clase obrera de 1871 -cuando
surgió la Comuna de París-, era distinta a la que existiera cuando en
1864 quedó constituida la I Asociación Internacional de Trabajadores. La
Clase Obrera que en 1905 formó las Barricadas de Moscú, era también
distinta a la del siglo anterior. Y diferente a todas, era la Clase que
en octubre del 17 tomó el Cielo por Asalto y dio los primeros pasos para
la construcción de un modelo superior. La Clase Obrera de nuestro
tiempo, no tendría por qué ser igual, entonces, a la Clase del pasado.
Pero eso, no cambia su esencia, ni el papel social que está
históricamente llamada a cumplir.
Aunque
resulté reiterativo, debe recordarse que la existencia de las clases,
va unida a una etapa del desarrollo de la producción; que la lucha de
clases conduce a la Dictadura del Proletariado y que ésta, que tanto
horroriza a los filisteos de ayer y de hoy, "no es más que el tránsito
hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases".
Y es que, de acuerdo a la esencia del pensamiento marxista, los hombres
hacen su propia historia, "pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo
circunstancias elegidas por ellos mismo, sino bajo aquellas
circunstancias con que se encuentran directamente, que existen, y que
les han sido legadas...".
La
perspectiva de la historia, entonces, mantuvo su carácter y su visión
dialéctica. Y es que, en definitiva, fue el descubrimiento de la
Dialéctica y sus leyes, lo que podría considerarse el aporte esencial
del pensamiento marxista. Gracias a ella, Marx descubrió la ley del
desarrollo de la historia, pero también la ley específica que mueve el
modo de producción de nuestro tiempo: la Plusvalía, inherente a la
explotación capitalista.
El
mérito central de Marx, sin embargo, fue el de unir al desarrollo de la
teoría, una incesante actividad práctica. Ella lo llevó a ser también
un combatiente de línea. A integrar la Liga de los Comunistas, el primer
partido revolucionario de la historia humana; a trabajar activamente en
los procesos sociales de su época, enfrentando incluso las demandas
judiciales de aquellos años, como lo acreditara el juicio a los
Comunistas de Colonia, en los que se vio envuelto.
Pero
también, a fundar la Primera Asociación Internacional de Trabajadores,
en 1864; a solidarizarse activamente con la Comuna de París, en 1871; y a
vivir toda su vida en condiciones precarias de miseria, pero además de
enfrentamiento y lucha, debiendo mudar de país constantemente, salvando
los más difíciles escollos de la persecución y el acoso.
Hoy
la historia humana se desarrolla en nuevas condiciones. No obstante. Y
pese a los augurios de "la modernidad", las relaciones de producción
basadas en la opresión humana siempre constituyen fuente de miseria y no
instrumentos de bienestar. En ese marco, y más allá de los deseos de la
clase dominante, las ideas de Marx conservan vigencia
En
las condiciones concretas de nuestro país es bueno detenerse brevemente
en un aspecto que tiene definida incidencia entre nosotros: Para Marx,
el terrorismo nunca fue un método revolucionario. En mayo de 1878
condenó abiertamente el atentado contra la vida del Emperador Alemán y
subrayó que solamente serviría para provocar nuevas persecuciones contra
los verdaderos socialistas.
Pero
aún antes, Marx enfrentó con firmeza las teorías anarquistas de
Bakunin, desentrañando su naturaleza desarticuladota y reivindicó más
bien los fuertes lazos que unieron siempre la concepción socialista con
el ideal democrático.
El
tema de la dictadura del proletariado se presta hoy a confusiones. Pero
es muy simple. En el seno de la sociedad actual, la democracia burguesa
es eso, democracia burguesa. Y al mismo tiempo, es la dictadura de
clase de la burguesía sobre el proletariado y otras clases y segmentos
oprimidos de la sociedad. En el socialismo, cuando triunfe la causa de
los trabajadores, la dictadura del proletariado será también la
democracia popular más amplia.
Algunos
han juzgado hoy más prudente, no hablar de dictadura del proletariado, a
fin de “no asustar” a la burguesía. Pero otros, han optado simplemente
por guardar el concepto en el baúl como quien abandona allí un traste
viejo.
A los
primeros hay que advertirles que el tema no es asustar, o no, a la
burguesía, sino ganar la conciencia de las masas. Y a los segundos,
hacerles ver que en la dureza de la confrontación social, ellos,
pregoneros de la democracia en abstracto, han terminado capitulando ante
la dictadura de clase de la burguesía y se han acomodado a su dominio
renunciando a la esencia del marxismo, es decir, a la idea de la
transformación radical de la sociedad.
Y
este es uno de los temas cardinales del debate en nuestro tiempo ¿Hacia
dónde marchamos? ¿Hacia la lucha por alcanzar conquistas en el seno de
la sociedad capitalista procurando apenas un sistema de dominación menos
cruel y perverso? O Buscamos -como dijera Marx- cambiar el mundo de
raíz acabando con la explotación capitalista en procura de un régimen
social distinto, más justo y más humano: la sociedad socialista. Tenemos
la elección en nuestras manos.
Carlos
Marx nunca hizo concesiones de principio. Le gustaba repetir un viejo
aforismo latino muy usado en la Alemania de entonces: “Suavites in modo,
fortites in res” (suaves en las maneras, fuerte en el fondo). Y daba
siempre ese sabio consejo a sus camaradas en la Liga de los Comunistas.
No hay que olvidarlo.
La
etapa final de la vida de Marx fue muy dura. El 2 de diciembre de 1881
murió su esposa Jenny. Dos años más tarde, el 11 de enero de 1883 murió
su hija, del mismo nombre. Dos meses después, el 14 de marzo de ese año,
sentado en el sillón de su sala, expiró Carlos Marx. Ante su tumba,
Federico Engels dijo palabras muy certeras, que deben ser leídas
cuidadosamente, meditadas y confrontadas con la realidad. Ellas expresan
el sentido de una vida que tiene vigencia en nuestro tiempo.
Recordemos, a Engels en 1883: “Marx era el hombre más odiado y más
calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que
los republicanos, le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los
conservadores que los ultrademócratas, competían a lanzar difamaciones
contra él. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de
araña, no hacía caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad
imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado, querido, llorado por millones
de obreros de la causa revolucionaria, como él, diseminados por toda
Europa y América, desde la minas de Siberia hasta California. Y puedo
atreverme a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un
solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él
su obra”.
Gustavo Espinoza es Presidente de la Asociación Amigos de Mariategui.
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