Sobre cartas, ética y política

Guillermo Almeyra

En las cartas del subcomandante Marcos a Luis Villoro se destacan la exigencia de ligar estrechamente la ética con la política y el fuerte sentimiento democrático que lleva a la solidaridad con el SME y con el movimiento promovido por Javier Sicilia. En el ejemplo del militante indígena que pone Marcos, el sentimiento de responsabilidad hacia la comunidad –aunque ésta no le reconozca sus esfuerzos y aportes y le ponga multas por no asistir a asambleas ejidales debido a sus tareas en la junta de buen gobierno y lo critique por privilegiar sus actividades políticas– y la coherencia que lo impulsa a no pedir nada a cambio de su trabajo son, sin duda, ejemplos de ética. Ésta, como en el caso de la prohibición de mentir, robar y ser flojos de los indígenas andinos, no es compatible con el capitalismo, ya que el mismo se basa en la explotación de los trabajadores por los zánganos sociales, en el engaño y el despojo de los bienes ajenos, y requiere como humus cultural el egoísmo generalizado del "primero yo".

Pero la ética no puede tener vigencia sólo individual ni impera en abstracto: un preso político debe mentir para no dar informaciones dañinas para sus compañeros, un combatiente, si puede, debe robar informaciones al enemigo, y cualquier obrero sabe que hay que oponerse al salario a destajo, que lo obliga a ser el capataz de sí mismo y, naturalmente, ahorra esfuerzos.

Existe una ética de clase que obliga a pensar en el interés del conjunto de los trabajadores y de los oprimidos, al cual debe subordinarse el interés individual y el del propio grupo. En política, ella obliga a ver la realidad para modificarla. Es decir, obliga a ser consecuente en la lucha por la liberación nacional y social, autocriticándose y criticando también a los amigos cuando cometen errores, tratando de reforzar todo lo que pueda ser positivo para la organización de los trabajadores y los pueblos oprimidos.

No basta pues con dar solidaridad al SME, aunque esa sea una actitud indispensable y muy loable. Es necesario sobre todo impulsar el intento del SME, de otros sindicatos y de grupos de izquierda de dar vida a una OPT, o sea, un partido de los trabajadores y sus organizaciones, con un programa anticapitalista y antimperialista, lo cual sería un progreso en la independencia frente a los partidos precapitalistas y al Estado, aunque ello, aparentemente, haga competencia a la otra campaña, porque el interés general de los explotados y oprimidos está por sobre el interés de cualquier organización.

Lo mismo se plantea en otros terrenos. El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad es muy importante porque es una expresión del repudio social a la militarización del país y a la interpenetración entre los narcos y el Estado y la homogenización de los métodos de ambos. Debe ser apoyado, por supuesto. Pero también es necesario tratar de darle una mayor comprensión política y social sobre cuál es la raíz histórica de la violencia extrema en México –sobre la que se apoyan las atrocidades de los narcos– y de la colombianización actual de México promovida por Estados Unidos, que también fomenta el armamento de los delincuentes, la corrupción y la sumisión de los gobernantes, así como el consumo de la droga (que es la "industria" más floreciente en la crisis mundial capitalista, por sus altas ganancias monetarias y políticas y porque se extiende debido a la desesperación de millones, que aumenta el consumo de estupefacientes).

El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad es un sobresalto democrático de la sociedad, no un impulso de la misma resultante de una esperanza o de un deseo imperioso de cambio. Eso no le quita nada de su importancia pero sí torna ilusoria la idea de que pueda ser, por sí mismo, el detonante de una movilización popular espontánea, de un movimiento ciudadano, de una acción política de masas al margen de los partidos que están integrados en el Estado. El instrumento para la organización política de los trabajadores con independencia de los partidos capitalistas y del Estado, en cambio, podría ser la OPT promovida por el SME, si fuese reforzada por comunidades indígenas, movimientos estudiantiles y ciudadanos, y con él podría colaborar el MPJD.

En sus cartas Marcos critica correctamente a los que creen que un pedacito de papel en una urna basta para cambiar el país. En efecto, lo que hay que cambiar es la relación de fuerzas entre las clases, que está marcada por la escasa movilización popular, que es esporádica y está desorganizada. En esta situación nos encontraremos ante las elecciones organizadas por el poder para perpetuarse y reforzarse. ¿Cuál es la alternativa? Votar o abstenerse. Pero abstenerse simplemente es votar por los que hoy están en el poder. Queda entonces utilizar el voto como castigo y como elemento de organización de lo que sí cuenta, es decir, de la creación de elementos de poder popular (comités de vecinos, policías comunitarias, consejos de autodefensa, tendencias democráticas en los sindicatos), y allí donde sea posible, de experiencias de autonomía y autogestión. O sea, queda la utilización no electoralista del proceso electoral, aunque al final se ponga una boleta opositora en la urna (sea ésta la de la OPT o incluso la de AMLO). Porque lo que importará es la organización pre y post electoral, donde los votantes se harán sujetos, aprenderán, afirmarán su independencia, crearán gérmenes de poder.

No es posible salir de la lucha de clases tal cual se da en todos los terrenos, incluso el de las urnas. Pintarse el cabello o vestirse diferente para protestar contra el sistema no es algo nuevo (Alphonse Daudet en el siglo XIX se ponía un chaleco rojo intenso cuando todos vestían de negro). Es simpático y comprensible, pero es una protesta pasiva e individual que no lleva a nada. Lo que hay que cambiar es el interior de las cabezas, no el peinado. Para eso, sin duda, hay que tener principios éticos –no mentir, basarse en el interés colectivo–, pero también hay que enseñar todos los días a hacer política.

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