Reforma constitucional en España: Carta Magna neoliberal

miércoles 7 de septiembre de 2011

Pablo Bilsky (REDACCION ROSARIO)

Sí pasarán. Se firma en España la rendición incondicional de la política frente al poder económico concentrado. La reforma constitucional en marcha prioriza el pago a los organismos de crédito internacionales por encima del gasto social. Fue acordada entre el gobernante Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el derechista Partido Popular (PP) con celeridad de rehenes asustados. Es la capitulación final del sistema democrático ante el apriete mafioso de los mercados y deja al descubierto los sucios entresijos de esta etapa del capitalismo, incompatible no sólo con el sistema democrático, sino también, incluso, con su versión vacía, paródica, la que hasta hace poco se venía sosteniendo en Europa como una cínica máscara ya tufosa.

Una España absurda, violenta y esperpéntica, como la que describió Ramón María del Valle Inclán a principios del siglo XX. Una España con protestas populares y represión en las calles. Una España con un sistema democrático que languidece falaz, formal y descangayado, en el que dos partidos se alternan en el poder para beneficiar a las elites. La España de “Luces de bohemia”, la famosa obra de Valle Inclán que inauguró la estética del esperpento en 1920, está de nuevo entre nosotros.

Por 316 votos a favor y 5 en contra, la Cámara baja de las Cortes Generales aprobó la reforma. Los cambios a la Carta Magna acordados el 26 de agosto por PSOE y PP, pasarán ahora al Senado, que seguramente otorgará el visto bueno definitivo para calmar los mercados y enfurecer a los ciudadanos.

“La Constitución debe proteger a los ciudadanos, no tranquilizar a los mercados”. “¡No es democracia, es mercadocracia!”. Los españoles indignados ganan las calles. A través de las pancartas, y de sus propias gargantas, gritan la crisis de representatividad que quedó al descubierto en la Europa neoliberal de los ajustazos. “¡No, no, no, no nos representan!”, les espetan los ciudadanos a los dirigentes que perpetraron la mayor de las estafas: utilizaron los votos de la ciudadanía para ponerse al servicio de los intereses económicos más concentrados.

Una vez legalizados por el voto popular, los dirigentes europeos se convirtieron en serviles empleados de corporaciones, esas impunes entidades espectrales, sin patria ni cuerpo, que engordan al margen del sistema como bravos pollos en invernadero áureo, fagocitando la democracia, corroyéndola como un cáncer.

Y fue en España, en el país donde, por lo menos desde el siglo XV, el desarrollo del capitalismo tuvo características muy particulares con relación al resto de Europa. Fue en España, donde el crecimiento de la burguesía tuvo un ritmo particular, diferente al resto del Viejo Continente. Allí, en el marco de la actual Europa neoliberal y ajustadora, en medio de un continente que se incendia de indignación ciudadana, allí el tijeretazo neoliberal cobra rango constitucional y pasa a formar parte de la Carta Magna, como en los sueños más eróticos de Domingo Felipe Cavallo.

La falacia esencial del sistema democrático en esta etapa del capitalismo se sinceró con crudeza en España. El Estado se rindió, capituló, lo entregó todo y desistió de actuar como freno del saqueo insaciable que perpetran los mercados en detrimento de la sociedad civil. Es apenas un paso más del proceso estaticida que se verifica en Europa y los Estados Unidos: pero es un paso decisivo y brutal.

Se terminaron los cruces entre el PSOE y el PP. Se dejaron de lado las sutiles diferencias para dejar al descubierto la cínica alternancia bipartidista de gatopardo. Huyeron como asustados fantasmas las máscaras, las caretas y los disfraces. Y lo que tras la fantasmal huida se deja ver un panorama desolador para la democracia representativa. La reforma constitucional es el acta de defunción de la política frente a las fuerzas del mercado y los poderes fácticos, que por definición están al margen del sistema democrático.

El carácter antidemocrático de la reforma fue puesto en claro por el propio Jefe de Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, quien se negó a someter la propuesta de reforma a un referéndum “La reforma es urgente, para evitar el acoso de los mercados”, señaló Zapatero sincerando un hecho evidente: los mercados están por encima de la democracia, son impunes, amorales, caprichosos y soberanos como los dioses del Olimpo. Frente a esto, la opinión de los simples mortales, esos indignados que gritan por las calles porque no quieren perder el empleo, vale poco o nada, no tiene lugar en la otrora Europa ejemplar, organizada, pulcra y del Primer Mundo.

El gobierno de España se convierte en el más fundamentalista defensor del credo neoliberal cuyo libro sagrado es la constitución de la Eurozona. El euro, en este contexto, funciona como la sacra consolidación de los dogmas neoliberales definidos en los tratados de Maastricht (1993), Ámsterdam (1999), Niza (2003) y Lisboa (2009).

Con esta reforma constitucional España realiza un acto de fe y responde al severo llamado, muy parecido a un apriete, lanzado en agosto por Berlín y París para que todos los miembros de la zona euro incluyan en sus Cartas Magnas la denominada regla de oro de estabilidad presupuestaria.

En su nota titulada “El neoliberalismo entró en la Constitución”, Oscar Guisoni señala las consecuencias que la reforma tiene para la calidad institucional del sistema: “La reforma constitucional aprobada por el Partido Socialista y el Partido Popular en el Parlamento español es el correlato final de una carrera hacia el precipicio de la clase política de la península en particular, y de sus colegas europeos en general. Por primera vez en la historia un concepto absolutamente ideológico, como es el del límite del déficit público, se introduce en una Carta Magna del continente, en medio de la más severa crisis de deuda soberana que se haya visto en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial”.

Por este motivo, los cientos de miles de indignados que se lanzan a las calles de España definen al jefe del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, como el alumno aventajado de la canciller germana, Ángela Merkel, y del presidente francés, Nicolás Sarkozy.

Un fantasma barbado, de aspecto bohemio, participa de las marchas de indignados y recorre los bares de Madrid, siempre enfundado en su extraño poncho mexicano. Se identifica como Valle Inclán y repite lo que viene diciendo hace ya casi un siglo: “La tragedia española no es tragedia, es esperpento”, vocifera. Y escribe. Y continúa buscando una estética “que desnude la mentira y la mediocridad del orden burgués”.

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