"Llegando allá me compro un carro y una mansión", sueña la pequeña Layla

Foto
▲ Cientos de mujeres con hijos van al norte para escapar de la pobreza y la violencia.Foto Alfredo Domínguez
Emir Olivares Alonso
 
Periódico La Jornada
Jueves 8 de noviembre de 2018, p. 2
A su corta edad, de sólo 10 años, Leyla tiene claro por qué va a Estados Unidos: Porque eso dice mi mamá. Vamos para allá para salir adelante. Las penurias del éxodo no le han robado la ilusión.
¿Qué sueñas hacer cuando llegues allá? Su respuesta es contundente: “Comprarme un carro, y estudiar… ¡Ah! Y comprarme una mansión”.
Esta pequeña mulata viaja con su madre y sus dos hermanitas, de cuatro y cinco años, rumbo al norte. El guion se repite: la pobreza, la violencia, la necesidad las obligó a dejar todo en Honduras. Aunque ese todo es prácticamente nada. Vivía en una casa de tablas. Lo dice con normalidad, porque ese pequeño espacio fue el único hogar que conoció.
En ningún momento deja de sonreír. Ni siquiera cuando recuerda la crudeza de las vivencias que ha tenido a lo largo del éxodo. Con gran claridad y en pocas palabras define lo más difícil que ella ha vivido en la caravana: Lo más duro es que cuando uno quiere agua, no hay.
La experiencia no le ha arrebatado la inocencia infantil. ¿Esta entrevista es para le tele?, pregunta emocionada. Juega, pelea, hace berrinche. Aun cuando está ansiosa por regresar a las actividades lúdicas que se realizan en el albergue instalado en Ciudad de México, atiende todas las interrogantes:
¿De qué quieres trabajar? De licenciada. ¿Te gusta caminar? No, pero tengo que hacerlo aunque no me guste. ¿Cómo las cuida tu mamá, son tres? Cuando caminamos mi mamá agarra de las manos a mis dos hermanitas y yo me agarro detrás de ella. Nos cuidamos todas.
Cifras oficiales indican que de los 4 mil 600 migrantes que se resguardan en el albergue de la Ciudad Deportiva de la Magdalena Mixhuca 10 por ciento son menores de edad. La Comisión Nacional de los Derechos Humanos informó hace unos días que en esta caravana una tercera parte son niñas, niños y adolescentes. Ayer, funcionarios del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia nacional señalaron que se han documentado 106 casos de menores que viajan solos.
Luis Daniel, de seis años, no se cansa de jugar en un sube y baja del deportivo, corre a los columpios y al pasamanos. Cada vez que tiene frente a sí una pelota, no duda en patearla. Su padre, Luis Miguel, un agricultor de 25 años, se mantiene cerca, vigilante.
Viajan solos. La idea es llegar a San Francisco, California, para que el pequeño se quede con su abuela materna que vive ahí. Si tiene una mejor vida, me doy por satisfecho.
Su padre acepta que el niño hable con el extraño que pregunta, pero sin videos. La hiperactividad de Luis Daniel se trastoca ante las interrogantes. Se esconde tras las piernas de su padre y sólo dice: Vamos al norte.
Pamela es una paramédico de 28 años y antes de salir de Honduras llevaba seis meses desempleada. Viaja sola con su hija Eleonor, de cinco años. En los 26 días de éxodo ya se enfermó y deshidrató. Cansada, la pequeña no quiere jugar.
Sabe que los riesgos se incrementan al viajar con su hija. No había otra opción. Allá también hay muchos peligros. Nos arriesgamos, vale la pena sólo por la esperanza de llegar a Estados Unidos.
Selina y Gaby tienen cuatro y dos años. Lucían felices. Les regalaron una carreola y se montaron de inmediato en ella. Las más grande agradece el gesto y su madre no deja de llorar. Las ha cargado los más de mil 600 kilómetros que separan San Pedro Sula de Ciudad de México. La gente en México es muy solidaria. Esto es una bendición. El mejor regalo.

Comentarios