¿A Quinén urge una reforma laboral?
Brasil Acosta Peña
MTI/ Texcoco Mass Media/Brasil Acosta Peña
Publicada: Abril 13, 2010
Sir William Petty, economista inglés (1623-1687), expresó que el padre de la riqueza era el trabajo, y que la naturaleza era la madre. Esta sentencia ha puesto de manifiesto a lo largo del tiempo que sin el trabajo del hombre la producción de riqueza sería imposible y de ahí su trascendencia. Ahora bien, de acuerdo con la economía moderna, el trabajo, que es la mercancía que ofrecen los trabajadores en una fábrica (aquí está uno de los errores fundamentales de esta visión, pues, el trabajador no puede ofrecer lo que no tiene, lo que no ha hecho; lo que ofrece en venta es su capacidad para trabajar, es decir, su fuerza de trabajo, la cual, al ser usada, despliega trabajo); se le considera como si fuera un insumo más, tal como el hierro, los metales, las materias primas, etc. Sin embargo, ven en este “medio de producción”, en este “insumo” un defecto que los demás insumos no tienen y es que éste piensa; que es materia animada con la capacidad de razonar y, por lo mismo, tiene la posibilidad de adquirir conciencia, de organizarse, de inconformarse y de luchar para defender sus intereses.
Si los hombres que trabajan fueran como las máquinas: que sólo las alimentas de combustible, les pones su aceitito y trabajan sin parar tres turnos; o si fueran como el hilo para la producción de paños: que cambia de forma de acuerdo con el tejido particular, que no reclama si lo tuercen, si lo avientan, si lo maltratan, etc.; y, finalmente, si fueran autómatas o robots, todo estaría muy bien, pues trabajarían para el empresario sin exigir salarios más altos ni prestaciones.
Por el contrario, como el obrero razona, siente se inconforma y se organiza, tiene la capacidad de exigir mejores salarios y no se le puede remover como se le remueve a una máquina o al hilo. Ante esta situación, el sistema social en el que nos encontramos, es decir, el sistema capitalista de producción, ha ideado formas concretas y jurídicas para someter a los obreros rebeldes. En la época de la manufactura, con la introducción de la maquinaria, se le arrebató al obrero de las manos la herramienta que fue incorporada a un mecanismo automático o semiautomático que dirigía los procesos de producción y transformaba directamente las materias primas para volverlas mercancías. Así, las tareas que requerían de la intervención de hombres fuertes se simplificaron a tal grado de que podían ser hechas por las manos infantiles o las de las mujeres. De esta forma, entran a la fábrica a sustituir a los hombres fuertes y rebeldes: las mujeres y los niños que, en aquella época, no se defendían igual que ahora lo hacen. Además, con la simplificación del trabajo fueron despedidos tantos obreros que se creó un “ejército industrial de reserva”, el cual entra en combate en las épocas de mayor demanda, pero, al mismo tiempo, ejerce sorda presión sobre los que ya tienen trabajo, al grado de obligarlos a desplegar una mayor fuerza sin recibir más dinero a cambio, con el único propósito de conservar su puesto de trabajo, pues viven bajo la constante amenaza conocida por todos nosotros: “si no te gustan las condiciones de trabajo, te puedes ir, que allá afuera hay muchos queriendo ocupar tu lugar”. Puestos en esa disyuntiva, los obreros prefieren callar, trabajar y trabajar.
Por si las presiones económicas no fueran suficientes, la voluntad de la clase dominante puesta por escrito, es decir, la ley, es otro elemento que ejerce presión sobre el obrero. No tengo cifras ni conozco con detalle en número de juicios promovidos y ganados por el obrero en contra de la parte patronal; sin embargo, no hace falta saberlo para darse cuenta de que la batalla entre las partes es enteramente desigual. El obrero despedido, tiene que ver por la vida de su familia todo el tiempo que dure el juicio; mientras que el patrón, que tiene recursos suficientes y, por lo mismo, “la sartén por el mango”, puede pagar abogados, sobornar y llevar las cosas a su entera satisfacción.
Pues bien, la clase empresarial y sus representantes, incluida la propia Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STyPS), no conformes con los mecanismos económicos y legales con los que someten al obrero, se atreven a exigir que se “flexibilice” el mercado laboral y que los legisladores aprueben la iniciativa de reforma laboral. Por ejemplo, se dice que la "flexibilización" de las contrataciones, como el outsourcing (ejemplo: una empresa ajena es contratada para hacer un trabajo para la mía) y trabajo por temporada, beneficiará a las empresas y con ello México podrá avanzar hasta 25 posiciones en el tablero de competitividad (según dijo el secretario del Trabajo Javier Lozano Alarcón en conferencia de prensa reciente).
En otras palabras, quieren minar los alcances que han tenido los sindicatos en México (que podríamos discutir sus fortalezas y debilidades, como dijo Carpizo, sobre todo en el caso de los sindicatos universitarios); si no, por qué tan dura campaña contra el SME y contra Napoleón Gómez Urrutia; quieren que el trabajador, contratado por horas y a prueba, trabaje y despliegue más energía en la misma unidad de tiempo para luego correrlo sin más y no gane ningún juicio.
Se trata de una nueva ofensiva contra la ya de por sí pobre y debilitada clase productora de México en aras del mejoramiento de la productividad, pero en contradicción con el hecho de que el 98% de las empresas manufactureras sean pequeñas y medianas. Como se ve, no es el obrero mexicano el que va a salir ganando con esta reforma, sino, por el contrario, la clase pudiente, la clase que tiene en su poder el capital. Sigue vigente, entonces, aquello de que la clase obrera debe organizarse y luchar conscientemente por una distribución más justa y equitativa de la riqueza y que haga una reforma laborar que le comprometa a elevar la productividad, sí; pero que le garantice, al mismo tiempo, mejores niveles de vida.
brasil_acosta@yahoo.com
© Alianzatex.com 2010
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MTI/ Texcoco Mass Media/Brasil Acosta Peña
Publicada: Abril 13, 2010
Sir William Petty, economista inglés (1623-1687), expresó que el padre de la riqueza era el trabajo, y que la naturaleza era la madre. Esta sentencia ha puesto de manifiesto a lo largo del tiempo que sin el trabajo del hombre la producción de riqueza sería imposible y de ahí su trascendencia. Ahora bien, de acuerdo con la economía moderna, el trabajo, que es la mercancía que ofrecen los trabajadores en una fábrica (aquí está uno de los errores fundamentales de esta visión, pues, el trabajador no puede ofrecer lo que no tiene, lo que no ha hecho; lo que ofrece en venta es su capacidad para trabajar, es decir, su fuerza de trabajo, la cual, al ser usada, despliega trabajo); se le considera como si fuera un insumo más, tal como el hierro, los metales, las materias primas, etc. Sin embargo, ven en este “medio de producción”, en este “insumo” un defecto que los demás insumos no tienen y es que éste piensa; que es materia animada con la capacidad de razonar y, por lo mismo, tiene la posibilidad de adquirir conciencia, de organizarse, de inconformarse y de luchar para defender sus intereses.
Si los hombres que trabajan fueran como las máquinas: que sólo las alimentas de combustible, les pones su aceitito y trabajan sin parar tres turnos; o si fueran como el hilo para la producción de paños: que cambia de forma de acuerdo con el tejido particular, que no reclama si lo tuercen, si lo avientan, si lo maltratan, etc.; y, finalmente, si fueran autómatas o robots, todo estaría muy bien, pues trabajarían para el empresario sin exigir salarios más altos ni prestaciones.
Por el contrario, como el obrero razona, siente se inconforma y se organiza, tiene la capacidad de exigir mejores salarios y no se le puede remover como se le remueve a una máquina o al hilo. Ante esta situación, el sistema social en el que nos encontramos, es decir, el sistema capitalista de producción, ha ideado formas concretas y jurídicas para someter a los obreros rebeldes. En la época de la manufactura, con la introducción de la maquinaria, se le arrebató al obrero de las manos la herramienta que fue incorporada a un mecanismo automático o semiautomático que dirigía los procesos de producción y transformaba directamente las materias primas para volverlas mercancías. Así, las tareas que requerían de la intervención de hombres fuertes se simplificaron a tal grado de que podían ser hechas por las manos infantiles o las de las mujeres. De esta forma, entran a la fábrica a sustituir a los hombres fuertes y rebeldes: las mujeres y los niños que, en aquella época, no se defendían igual que ahora lo hacen. Además, con la simplificación del trabajo fueron despedidos tantos obreros que se creó un “ejército industrial de reserva”, el cual entra en combate en las épocas de mayor demanda, pero, al mismo tiempo, ejerce sorda presión sobre los que ya tienen trabajo, al grado de obligarlos a desplegar una mayor fuerza sin recibir más dinero a cambio, con el único propósito de conservar su puesto de trabajo, pues viven bajo la constante amenaza conocida por todos nosotros: “si no te gustan las condiciones de trabajo, te puedes ir, que allá afuera hay muchos queriendo ocupar tu lugar”. Puestos en esa disyuntiva, los obreros prefieren callar, trabajar y trabajar.
Por si las presiones económicas no fueran suficientes, la voluntad de la clase dominante puesta por escrito, es decir, la ley, es otro elemento que ejerce presión sobre el obrero. No tengo cifras ni conozco con detalle en número de juicios promovidos y ganados por el obrero en contra de la parte patronal; sin embargo, no hace falta saberlo para darse cuenta de que la batalla entre las partes es enteramente desigual. El obrero despedido, tiene que ver por la vida de su familia todo el tiempo que dure el juicio; mientras que el patrón, que tiene recursos suficientes y, por lo mismo, “la sartén por el mango”, puede pagar abogados, sobornar y llevar las cosas a su entera satisfacción.
Pues bien, la clase empresarial y sus representantes, incluida la propia Secretaría del Trabajo y Previsión Social (STyPS), no conformes con los mecanismos económicos y legales con los que someten al obrero, se atreven a exigir que se “flexibilice” el mercado laboral y que los legisladores aprueben la iniciativa de reforma laboral. Por ejemplo, se dice que la "flexibilización" de las contrataciones, como el outsourcing (ejemplo: una empresa ajena es contratada para hacer un trabajo para la mía) y trabajo por temporada, beneficiará a las empresas y con ello México podrá avanzar hasta 25 posiciones en el tablero de competitividad (según dijo el secretario del Trabajo Javier Lozano Alarcón en conferencia de prensa reciente).
En otras palabras, quieren minar los alcances que han tenido los sindicatos en México (que podríamos discutir sus fortalezas y debilidades, como dijo Carpizo, sobre todo en el caso de los sindicatos universitarios); si no, por qué tan dura campaña contra el SME y contra Napoleón Gómez Urrutia; quieren que el trabajador, contratado por horas y a prueba, trabaje y despliegue más energía en la misma unidad de tiempo para luego correrlo sin más y no gane ningún juicio.
Se trata de una nueva ofensiva contra la ya de por sí pobre y debilitada clase productora de México en aras del mejoramiento de la productividad, pero en contradicción con el hecho de que el 98% de las empresas manufactureras sean pequeñas y medianas. Como se ve, no es el obrero mexicano el que va a salir ganando con esta reforma, sino, por el contrario, la clase pudiente, la clase que tiene en su poder el capital. Sigue vigente, entonces, aquello de que la clase obrera debe organizarse y luchar conscientemente por una distribución más justa y equitativa de la riqueza y que haga una reforma laborar que le comprometa a elevar la productividad, sí; pero que le garantice, al mismo tiempo, mejores niveles de vida.
brasil_acosta@yahoo.com
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