Los muchachos que derrotaron al neoliberalismo
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
A 2 décadas de la histórica huelga estudiantil del CGH, el balance es positivo. Aún con incumplimientos de las autoridades, traiciones, represiones y retrocesos, la lucha valió la pena. Hoy la UNAM mantiene abiertas su puertas para ofrecer educación pública y gratuita gracias a la lucha de 1999-2000
Hace 21 años parecía que el
neoliberalismo campearía en la Uniersidad Nacional Autónoma de México
(UNAM). La privatización de la educación pública parecía inminente. El
“plan Barnés” (17 de diciembre 1998) representaba el inicio de ese
proceso. La reforma al Reglamento General de Pagos (RGP) del 15 de marzo
de 1999, para incrementar el pago de la cuota semestral de 20 centavos a
15 salarios mínimos para bachillerato y 20 para licenciatura, fue el
acicate que levantó a una generación de estudiantes de la UNAM.
En 1999 la llamada comunidad
universitaria estaba inhibida. Tanto, que parecía postrada. A esta
generación de estudiantes la llamaban despectivamente la “generación X”;
otros, la “generación perdida”. Sin embargo, y con todo en contra,
desde el momento que se conoció la intención de aumentar las cuotas
inició el proceso organizativo de estudiantes más significativo desde
1968. El movimiento estudiantil pronto alcanzó un primer consenso:
integrar la Asamblea Estudiantil Universitaria (AEU), con una estructura
horizontal y rotativa, que pronto tuvo representación de prácticamente
todas las Escuelas, Colegios, Centros, Facultades e Institutos de la
UNAM; desde las escuelas desarrollaron una gran capacidad de
movilización; frente a la opinión pública adquirieron una legitimidad
incuestionable; hubo una participación masiva, cientos de miles
marchando en las calles desde antes de que la AEU trascendiera en el
Consejo General de Huelga (CGH) el 20 de abril de 1999. Estos muchachos
resultaron ser lo mejor de la juventud mexicana, entendieron con lucidez
su momento histórico y con su entrega, generosidad y compromiso, han
escrito una de las páginas más hermosas de la historia nacional.
No se trataba de dinero. El CGH defendió
la gratuidad de la educación como principio constitucional, traducido
en la fracción IV del Artículo Tercero como: “Toda la educación que el
Estado imparta será gratuita”. Por eso no funcionó el chantaje de
decirles: todos los estudiantes ya inscritos no pagarán cuotas. Los
muchachos dijeron al unísono: Atrás viene mi hermano, mi primo y después
vendrán mis hijos. Tampoco les funcionó a los burócratas el haber
rebajado a la mitad las cuotas, incluso el hacerlas voluntarias. Por eso
la lucha del CGH fue una lucha principista, defendieron el principio de
gratuidad de la educación; sabían bien que la privatización de la
educación pública en México era un designio de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), del Banco Mundial (BM) y
del Fondo Monetarios Iternacional (FMI), entes del imperio que
consideran la gratuidad de la educación como una anomalía en el sistema
capitalista, más notorio en el neoliberalismo de finales del siglo XX.
El CGH luchó por construir futuro y
triunfó. Desde el aciago 6 de febrero de 2000 al día de hoy han pasado
por sus aulas y laboratorios varios millones de compañeros
universitarios que abrevan, aún sin saberlo, de ese triunfo histórico
del CGH.
En la historia de la lucha social ni el
triunfo ni la derrota son definitivos, hay movimientos aparentemente
triunfantes, que en realidad han sido derrotados. Hay otros
aparentemente derrotados que resultan triunfantes. Trataré de
explicarme.
La huelga del Comité Estudiantil
Universitario (CEU), de 1986 contra el “plan Carpizo”, también por el
intento de aumentar las cuotas en la UNAM, resultó aparentemente
triunfante porque logró parar el aumento de cuotas, pero no pudo lograr
la abrogación del Reglamento General de Pagos. Lo más importante es que
el CEU ganó, además, la posibilidad de refundar la UNAM, para lo cual
habría de realizarse un Congreso General Universitario (CGU),
resolutivo, democrático y representativo. Sin embargo, al diferirse su
realización hasta 1990, la burocracia operó y diseño un Congreso “a
modo”, que garantizó la derrota del CEU en él. Permítanme resaltar
solamente tres puntos. Uno, la COCU (Comisión Organizadora del Congreso
Universitario) hizo parte del CGU al Consejo Universitario en pleno:
como delegados ex oficio, fueron más del 40 por ciento de los
delegados al Congreso. Dos, la COCU estableció que para que hubiera
acuerdo se requeriría el 75 por ciento de los votos. Tres, hubo una
sobrerrepresentación de la burocracia universitaria y una
subrrepresentación de la comunidad académica, es decir, de estudiantes y
profesores, lo que garantizó que no hubiera acuerdos por no alcanzar
tres cuartas partes de los votos. Vale la pena señalar que hubo en el
Congreso sólo un acuerdo que alcanzó más del 80 por ciento de los votos:
la desaparición del Tribunal Universitario, por considerarlo un
tribunal especial prohibido en la Constitución mexicana. Éste único
acuerdo del Congreso Universitario de 1990 nunca ha sido cumplido, hoy
continúa funcionando como instrumento de represión, de corte
inquisitorial, en contra de los estudiantes y profesores.
En cambio, la huelga del CGH no obstante
que fue rota violentamente por el Ejército disfrazado de policía, el
golpe de mano fascista fue preparado por Juan Ramon de la Fuente, en las
cloacas del gobierno federal a donde pertenece. El rompimiento ocurrió
en dos etapas, la primera el 1 de febrero de 2000 en el plantel 3 de la
Escuela Nacional Preparatoria. El segundo golpe fue aún más brutal,
ocurrió el 6 de febrero siguiente, en el Auditorio Che Guevara, durante
la plenaria del CGH. Así el porro perfumado, cumpliendo los designios
imperiales, estrenó contra los muchachos a la Policía Federal Preventiva
(PFP). Sumaron 998 presos. Así visto el hecho aislado parecería que el
CGH fue derrotado; sin embargo, al analizar el contexto, podemos
observar que el carácter eminentemente pacífico del movimiento, la
legitimidad que resulta de defender los principios constitucionales y de
defender la autonomía universitaria, que estaban siendo vulnerados por
el rector y por el Estado, hizo totalmente injustificado el golpe de
mano represivo.
El rompimiento de la huelga del CGH no
significó su derrota, pero el impacto fue brutal. Además de los presos
del 1 y 6 de febrero, publicaron en la prensa una lista de casi 500
órdenes de aprehensión en contra de estudiantes, profesores y padres de
familia. La ocupación militar de todas las instalaciones de la UNAM nos
obligó llevar a la clandestinidad el movimiento. Los operativos de la
policía para ejecutar las detenciones, crearon un clima de terror en la
ciudad y el movimiento se volcó por la libertad de los presos políticos.
Aún y cuando el 10 de diciembre de 1999,
en el Palacio de Minería, se firmaron los acuerdos sobre las demandas
de los muchachos, una de las cuales era la realización de un nuevo
Congreso General Universitario, resolutivo, representativo y
democrático, sin embargo al haber quedado su realización a la
discrecionalidad de la burocracia adoptaron una modalidad o simulación a
la que llamaron “Congreso por etapas”. Con ese proceder, frustraron la
posibilidad real de refundar nuestra Universidad; significó que se
impuso la fuerza del Estado por encima de la fuerza de la razón. Sin
embargo la justeza de sus planteamientos, la amplitud del movimiento y
el hecho de que los muchachos estaban defendiendo el patrimonio más
preciado de la sociedad mexicana, convirtieron al CGH en el primer
movimiento social triunfante frente al neoliberalismo en México, en las
postrimerías del siglo XX. Aún cuando el triunfo es parcial, el plan
Barnés fue detenido. Los seis puntos del Pliego Petitorio (replanteado)
que habían sido aceptados por Rectoría fueron incumplidos. De la Fuente
traicionó su palabra empeñada en los acuerdos del 10 de diciembre en el
Palacio de Minería, uno de los acuerdos refiere precisamente que: la
única vía de solución de la huelga del CGH tenía que ser pacífica y dada
por los universitarios; en lugar de eso el porro perfumado metió a la
cárcel a sus legítimos interlocutores a los que había reconocido
públicamente.
De la Fuente siempre negó haber
solicitado la intervención de la fuerza pública, sin embargo, no fue
capaz de protestar siquiera por la flagrante violación de la autonomía
universitaria. La única voz que se levantó para protestar por la
incursión militar en la UNAM fue la de don Pablo González Casanova,
quien dignamente renunció a la dirección del Instituto de
Investigaciones Sociales.
Juan Ramon de la Fuente fue ungido
rector de la UNAM el 17 de noviembre de 1999, sacado del gabinete
presidencial, desde un inicio actúo en forma hipócrita, ya que
aparentaba voluntad de diálogo, pero al mismo tiempo mandaba golpeadores
para agredir a los compañeros que hacían guardias en las escuelas;
inició una campaña de medios, pagada, para tratar de desprestigiar al
CGH; tejió una red de alianzas, se alió con los “moderados” del PRD y
con los sectores más reaccionarios dentro y fuera de la universidad;
alentó a las llamadas “mujeres de blanco”; convocó a los investigadores y
a los “profesores eméritos”, para diseñar un “plan institucional” que
le diera cobertura a la salida violenta que se preparaba; la
Procuraduría General de la República (PGR) giró cientos de citatorios;
inclusive Rectoría ordenó la retención ilegal de salarios a profesores
que fueran parte del movimiento. Toda una escalada al tiempo que
convocaba al diálogo público con el CGH, para lo cual el día 18 de
noviembre nombró una “Comisión de Encuentro” que estableció contacto con
el CGH el 22 de noviembre y el 29 en el Palacio de Minería inició el
Diálogo Público entre los representantes del rector y los 120
representantes del CGH. El 10 de diciembre se firmaron los únicos
acuerdos.
El 4 de febrero de 2000, en el “palacio
de la inquisición” (antigua escuela de medicina) se reunió con el CGH,
por última vez, el porro perfumado impuesto por el gobierno federal como
rector durante la gran huelga estudiantil, Juan Ramón de la Fuente (hoy
en día embajador de México ante la Organización de las Naciones
Unidas). Se trataba de hacer creer a la opinión pública que por la
“intransigencia del CGH” la única opción era la represiva: romper la
huelga en toda la UNAM igual que en “prepa 3”. La decisión estaba
tomada, el golpe de mano fascista se preparaba con premura.
Los 251 detenidos el día 1 (en la Preparatoria) eran presentados como rehenes del Estado, como monedas de cambio.
El 4 de febrero, De la Fuente convocó al
CGH, pero ahora únicamente a través de una pequeña comisión de 10
delegados y “cuatro de apoyo”. Como telón de fondo está el hecho de que
desde el 10 de diciembre, cuando se habían alcanzado los primeros y
únicos acuerdos en el Palacio de Minería, donde ya habían aceptado el
pliego petitorio y al CGH como único interlocutor válido, incluyendo la
realización de un Congreso General Universitario, con carácter
resolutivo. Sin embargo, por un error táctico (1 mil sillas) y una
provocación (al día siguiente de la firma, apedrearon y rompieron los
vidrios de la embajada de Estados Unidos), la Rectoría se levantó de la
mesa y no había regresado al diálogo con el CGH, hasta este día.
Antes de que entrara la comisión, afuera
de la antigua Escuela de Medicina, se propuso que pudiéramos acompañar a
la comisión los dos asesores del CGH que estábamos presentes. Así el
doctor Luis Javier Garrido Platas y el que esto escribe entramos a la
reunión. En una mesa larga ya se encontraban: Juan Ramón de la Fuente; a
su derecha, el tenebroso Luis de la Barreda, ombudsman del entonces
Distrito Federal; José Luis Soberanes, presidente de la Comisión
Nacional de los Derechos Humanos (CNDH); el inefable José Narro
(operador); Federico Reyes Heroles (opinócrata); Fernando Serrano Migallón, que era el abogado general de la UNAM, entre otros.
Ahora, en una posición de fuerza,
después del plebiscito cuyos resultados fueron mediáticamente
tergiversados para hacer creer que una “mayoría” del 38 por ciento
representaba en realidad al 85 por ciento de la “comunidad
universitaria”, cínicamente dijo el rector al CGH: Levanten la huelga y
libero a los estudiantes presos. Cualquier otra cosa significaba que,
otra vez, usarían a la fuerza pública para romper la huelga del CGH con
un golpe de mano, de corte fascista.
De inmediato De la Fuente planteó el
ultimátum a los muchachos, les ofreció liberar a los presos políticos, a
cambio de que, en ese momento, levantaran la huelga. Era evidente que
la comisión de los 10 no tenía facultad para levantar la huelga. Sin
embargo, en un esfuerzo desesperado, a propuesta de los asesores,
considerando que los Institutos, el Estadio Olímpico y la zona cultural
no fueron cerrados por el CGH (los cerró Barnes), se propuso que como
muestra de buena fe y de la voluntad del CGH para levantar la huelga, en
ese momento se entregarían esas instalaciones. Durante la reunión,
después de cada propuesta, Narro tomaba el teléfono, se salía y al
regreso se acercaba a De la Fuente; algo le decía al oído, se retiraba y
de la Fuente decía: No, ¡tienen que levantar la huelga!
Cuando se hizo la propuesta de entregar
los espacios cerrados por Barnés, de inicio el rector reconoció su
viabilidad y aceptó que se formara una comisión redactora de la
propuesta, en ese momento surgió una tenue luz que iluminó la mesa. Sin
embargo muy pronto fuimos llamados, de urgencia, a la mesa. El rector,
de pie, anunció que se retiraba porque una manifestación enorme marchaba
al “palacio de la inquisición” y no iba a tolerar presiones. Para
quitar el pretexto ofrecimos que la marcha regresaría al zócalo (que era
su destino original). Así cuando llegó la avanzada, venía el Centro
Libre de experimentación Teatral y Artística (CLETA) al frente con su
camión, con sonido. La Comisión de los 10 y Luis Javier Garrido me
pidieron subir al toldo del camión. Desde ahí traté de hacerme oír, pero
el barullo era enorme y no se escuchaba nada. Entonces me arrodillé y a
gritos pude hacer que se corriera la voz de SILENCIO, fue como mágico,
se fue haciendo el silencio. Conforme les explicaba que tenían que dar
media vuelta y regresar, traté de transmitir el sentido de urgencia, la
gravedad y fragilidad del momento. Creo que lo logré. La marcha regresó
al Zócalo y se reinstaló la mesa.
Sin embargo cuando regresamos a la mesa,
de inmediato el rector señaló que no había otra alternativa para el
CGH. Lo único que aceptaría era que se levantara la huelga en ese
momento. La Comisión de los 10 insistía en que esa decisión tenía que
ser tomada por la plenaria del CGH, misma que sería convocada de
inmediato. No obstante, el rector se levantó de la mesa y se retiró.
Minutos antes nos avisaron que la CNDH había publicado un Comunicado
anunciando el rompimiento de las pláticas “por la intransigencia del
CGH”. Si alguna duda quedaba, así quedó de manifiesto el papel de
corifeos y comparsas, simplemente para legitimar el golpe de mano
fascista. Cuando salimos del “palacio de la inquisición”, a la una de
la mañana del 5 de febrero, la suerte estaba echada, el CGH sería
reprimido.
Los presos del 1 de febrero fueron
consignados ante los Juzgados Segundo y Sexto de Distrito en Materia
Penal. El Ministerio Público los acusó de los siguientes delitos: 1)
Terrorismo; 2) Sabotaje; 3) Motín; 4) Asociación Delictuosa; 5)
Lesiones; 6) Robo calificado; 7) Daño en Propiedad Ajena; y 8) Despojo
agravado. Por si fuera poco, además les fincaron la calificativa de
“Peligrosidad Social”, que si bien no es un delito sí fue suficiente
para evitar la libertad bajo fianza de los muchachos. De inmediato ambos
jueces desestimaron por datos insuficientes las acusaciones de
terrorismo y sabotaje; sin embargo el Juez Segundo inició la causa penal
8/2000 por los delitos de: motín, asociación delictuosa, lesiones, robo
calificado, daño en propiedad ajena y despojo; el Juez Sexto abrió la
causa penal 7/2000, únicamente por los delitos de motín y despojo,
siendo sobreseída la causa penal por el delito de despojo, lo que
permitió la libertad bajo fianza de los muchachos. Fue tan excesiva la
acusación que el propio procurador general tuvo que salir a declarar que
se había tratado de un exceso y aunque los jueces ya lo habían hecho,
ordenó el sobreseimiento de terrorismo y de sabotaje; además la UNAM se
desistió parcialmente del delito de daño en propiedad ajena, dejando a
seis muchachos la acusación de ese delito.
Al amanecer del 6 de febrero se inició
una de las más graves violaciones a la autonomía universitaria y a las
garantías individuales en México, que fueron suspendidas de facto, un
juez de consigna, recién nombrado exprofeso, simuló haber leído y
estudiado 10 mil hojas tamaño oficio, en unas cuantas horas, para
justificar el libramiento de algunas órdenes de aprehensión, dictadas
también por el Juez Segundo de Distrito, en la causa penal 20/2000, por
el delito de despojo agravado, denunciado por Ignacio Burgoa, Raúl
Carranca y Othón Pérez, que a su vez sirvieron de pretexto para ejecutar
una redada ilegal en el Auditorio Che Guevara, donde estaba reunida la
plenaria del CGH, el resultado fue de otros 747 presos políticos. En
esta causa penal la defensa solicitó y obtuvo el sobreseimiento del
delito de despojo.
Llegó el momento en que técnicamente los
muchachos alcanzaban el derecho a la libertad bajo fianza. Sin embargo,
el Ministerio Público seguía sosteniendo la calificativa de
“peligrosidad social”, medida unilateral pero avalada por los jueces que
impedía su liberación. Por ello la defensa argumentó que el Ministerio
Público Federal había omitido ofrecer pruebas para acreditarla, por ello
había incurrido en incomprobación de la calificativa. Cuando el juez
aceptó retirar la calificativa de peligrosidad social se abrieron las
puertas de la cárcel para todos los detenidos, excepto para cinco, a
quienes les fue retirada posteriormente y obtuvieron también su libertad
el 7 de junio de 2000.
Después de este apretado balance, sin
dejar de reconocer que el costo social de la gran huelga del CGH fue
enorme; nos costó la vida de dos estudiantes del Colegio de Ciencias y
Humanidades (CCH), uno del plantel Naucalpan, atropellado antes de la
huelga y el asesinato de Alejandra Trigueros Luz, del plantel Oriente,
ocurrido el día de la primera manifestación del CGH.
Cerrando la universidad por 10 meses, en
huelga, hoy mantiene abiertas sus puertas para sus hermanos; y a 20
años de distancia, son los hijos del CGH los que hoy disfrutan la
educación pública y gratuita por la que luchamos hace 2 décadas. A
fuerza de golpes nos hicieron fuertes; con las provocaciones y la cárcel
por defender la educación pública y gratuita, esta generación se
rescató a sí misma, escribiendo una de las páginas más hermosas de la
historia nacional. ¿Valió la pena la huelga y la luca del CGH? ¡Sí,
valió la pena y lo volvería a hacer!
Juan de Dios Hernández Monge** Jurista integrante del Colectivo de Abogados Zapatistas y de la Liga de Abogados 1 de Diciembre; catedrático de historia y de derecho en la Universidad Nacional Autónoma de México
Fuente
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Comentarios