Zabludovsky-López Dóriga, fin de una era
Zabludovsky-López Dóriga, fin de una era
“Con Jacobo Zabludovsky, durante 27 años, terminó una época. Con Guillermo Ortega otra. Esta noche empezamos una nueva”.
El lunes 23 de mayo de 2016, López Dóriga anunció el fin de su propia época al frente del micrófono que volvió ícono a sus conductores, no por su credibilidad ante las audiencias, sino por la pretensión de ser los voceros del régimen o de colocar al sistema político al servicio de los intereses de Televisa y sus Cuatro Fantásticos.
Tanto a Zabluvodsky como a López Dóriga les sucedió lo mismo: se creyeron el personaje que representaban, abusaron de los privilegios que daba el monopolio informativo de Televisa y terminaron siendo rehenes de los propios intereses del sistema.
La “era Zabludovsky” en Televisa terminó mucho antes de que Jacobo renunciara a la pantalla estelar de Canal 2. Sus frases sentenciosas, su manera de editorializar con un gesto, sus silencios y hasta sus “servicios” a favor de los presidentes quedaron para la historia. Junto con ellas, algunos de los episodios más lamentables de la censura informativa en México como el papel de Jacobo y Televisa en las elecciones de Chihuahua en 1986, en el fraude de 1988, en el levantamiento de los indígenas zapatistas en 1994, en la forma de menospreciar a las voces de la disidencia social.
Zabludovsky y sus alumnos supieron darle forma y continuidad a una gran simulación: un estilo de periodismo al modelo soviético de centralización y censura, pero con un disfraz de pluralidad y una buena dosis de espectáculo.
Alumno aventajado del estilo Zabludovsky, Joaquín López Dóriga llegó al “micrófono de oro” de Televisa con las mismas expectativas de cambio y renovación con la que llegaron los jóvenes ejecutivos que heredaron el control de Televisa, a la muerte de Emilio Azcárraga Milmo, El Tigre, y en los meses previos a la alternancia presidencial del 2000 con Vicente Fox.
Muy pronto esas expectativas se frustraron. La consigna ya no fue que Televisa fuera el “soldado” de los presidentes sino que todos los políticos se convirtieran en “soldados” de Televisa. Los Cuatro Fantásticos de Emilio Azcárraga Jean convirtieron la pantalla no en un método para democratizar la información sino para mercantilizarla a favor de sus propios intereses. Y el principal instrumento de este sutil pero importante cambio fue el propio Joaquín López Dóriga.
López Dóriga fue la “avanzada” en los videoescándalos de 2004, en la campaña informativa del desafuero del 2005, en la presión para imponer la Ley Televisa en el 2006, en la cobertura en contra del movimiento de López Obrador ese año, en el ascenso a la Presidencia de la República del “cliente consentido” Enrique Peña Nieto de 2007 al 2012, en la rebelión de las televisoras a la reforma electoral de 2007-2008 que prohibió la venta de segmentos informativos con dinero público, pero abrió al mismo tiempo un mercado negro de infomerciales, en la guerra contra América Móvil y Grupo MVS por las telecomunicaciones desde 2011, en la intimidación a Carmen Aristegui por la cobertura del escándalo de las camionetas de Nicaragua, en la condena a movimientos como el #YoSoy132 en plena campaña presidencial del 2012, en la promoción a modo de las “reformas estructurales” de Peña Nieto y la condena a todo movimiento de disidencia, como el magisterial; en la promoción de la “verdad histórica” de Peña Nieto frente a Ayotzinapa; en la defensa de la posiciones de la Secretaría de la Defensa y la Secretaría de Marina.
Del periodista de la apertura, López Dóriga terminó siendo el comunicador de la mano dura.
La empatía informativa de López Dóriga no estaba con sus audiencias sino con los clientes del poder. De eso hizo un gran negocio, al amparo de la cobertura y la influencia que le dio el control del micrófono más escuchado en Televisa y también en Radio Fórmula.
La “era López Dóriga” también terminó mucho antes de que él se diera cuenta. Y su decadencia fue de la mano de la crisis de Televisa en estos últimos tres años. La irrupción de las redes sociales, la deserción de decenas de miles de jóvenes que ya no se informan a través de Televisa y la pérdida del miedo para denunciar los intentos de extorsión. Una empresaria muy poderosa, María Asunción Aramburuzabala, le puso el “cascabel al gato”. Denunció el método de presión y chantaje de la familia López Dóriga y, por primera vez, el teacher no pudo utilizar el poder del micrófono para defenderse o para presionar, como tantas veces lo hizo con otros personajes, políticos y empresarios, líderes y ciudadanos comunes.
Su salida del espacio informativo de Canal 2 era prácticamente un hecho desde el año pasado. Los ejecutivos de Televisa sólo prolongaron una decisión para “no dar gusto a los críticos”. Y en el camino han ido perdiendo más audiencias, más anunciantes y más credibilidad.
Es el final de una era entre los “comunicadores del régimen”, pero todavía queda un modelo a escala que se reproduce en otros espacios informativos y ahora pretende imponerse en los medios digitales.
El problema no son ya sólo los personajes icónicos como Zabludovsky o López Dóriga sino un modus operandi que se ha impuesto como una epidemia entre los medios impresos, electrónicos y digitales: la información es una mercancía; las entrevistas son intercambios de favores y dinero; la credibilidad se vende al mejor postor; la simulación es un método de desinformación.
Quizá esta es la señal de un fin de ciclo y el inicio de otro que no termina de surgir en el periodismo mexicano.
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