La ofrenda, para los grandes; para los niños es el jalogüin

Laura Gómez Flores

Periódico La Jornada
Martes 2 de noviembre de 2010, p. 3
Diablitos, vampiros, calaveras, Frankesteins, calabazas, Merlinas, Chuckies y Freddies Krueger tomaron ayer la ciudad de México. Cientos de niños aprovecharon el puente de Día de Muertos para disfrazarse y pedir su calaverita en la Alameda, el Paseo de la Reforma, el Zócalo, mercados públicos y hasta en las estaciones del Metro, donde deambulaban por trenes y andenes.

La habilidad para confeccionar un atuendo del Jorobado de Notre Dame u hombres lobos, con papel, trapos viejos, hilos de un mechudo para trapear y pintura, consiguió la admiración de los usuarios del transporte colectivo, quienes gustosos entregaban una moneda a los pequeños de alrededor de ocho años, quienes acompañaban su paso por los vagones con música macabra que salía de una pequeña grabadora.

No faltaron los jóvenes que con máscaras que semejaban rostros descarnados o ensangrentados, o bien de vampiros o de los ex presidentes Vicente Fox y Carlos Salinas de Gortari se divertían en convoyes del Metro, microbuses o en los alrededores de La Villa, donde la venta de máscaras y disfraces confraterniza estos días con las imágenes religiosas, veladoras y otros recuerdos de la visita de la gente al cerro del Tepeyac.

Pese a costumbres ancestrales, como rendir culto a los difuntos con papel picado y ofrendas en las que se colocan dulces, flores de cempasúchil, comida y bebidas en hogares, mercados públicos y hasta en el Zócalo para compartir con los deudos, “el jalogüin llegó para quedarse”, coinciden en señalar padres de familia.

Desde temprano, cientos de niños acompañados por sus padres, hermanos o amigos hicieron suya la ciudad. Con disfraces de calabazas, calaveras, murciélagos, muñecos diabólicos, del asesino de la calle 13 o de la niña de la familia Adams, una calabaza o una calaca de plástico, caminaron por las calles de la ciudad para pedir su calaverita.

Las monedas iban cayendo y, en muchos casos, no fueron suficientes para cubrir el costo de los atuendos, entre 150 y 400 pesos, según la calidad y el lugar donde fueron adquiridos. “Cada año gastamos casi 500 pesos en los disfraces que lucirán nuestros tres hijos. Es un lujo, pero se divierten y nosotros lo disfrutamos, aunque lo que juntan no cubre ni siquiera una cuarta parte de lo gastado”, comenta Leticia, quien con sus pequeños visitó la megaofrenda del Zócalo.
Teresa y Pepe, más que gastar en un disfraz, prefieren elaborarlo, pues disfrutan cuando la gente ve a su pequeña Paola vestida de Morticia, con “un vestido elaborado de tul y rafia, con grandes arañas en la parte baja que la obliga a caminar derechita y su cabello confeccionado con pelos de elote, teñido con pintura en aerosol. Lo más que gastamos fueron 50 pesos y ahí está, nos quedó súper”, señalaron.

La celebración del Día de Muertos, comentaron algunos niños, “no está completa si no te disfrazas o, por lo menos, te pones una máscara para salir a pedir tu calaverita, pero ya son bien codos, porque o no te dan o sólo te echan un peso, y con eso ni un chicle compras, pero nos divertimos, pos lo de la ofrenda es para los grandes, no para nosotros”.

Mientras, los jóvenes, en bola, disfrutan espantando a la gente con máscaras terroríficas, entre las que sobresalen las de los dos últimos ex presidentes. “Aquí, en Tepis, te cuestan 60 pesos, mientras en los mercados valen 80 y en el súper hasta 150 pesos, dizque porque es un material fino, cuando lo que buscas es divertirte y no importa si es vil plástico, látex u otra cosa”, señalaron Ulises, Felipe y Jesús, quienes comentaron que “ya hay hasta de Calderón, pero ésa ni siquiera en esta fecha la compras. Es desperdiciar tu dinero”.

Así que mientras algunas delegaciones se preparan para la visita de miles de personas a los panteones para celebrar con las ánimas o permanecer en sus hogares con copal e incienso para sublimar la oración; con flores, que son símbolo de la festividad por sus colores; con licor, para recordar los grandes acontecimientos; con petate, para que descansen; con tepezcuintle, que es el perrito de juguete en los altares de los niños difuntos, y con dulces, para mantenerlos felices, los niños disfrutan aunque ya no sigan las tradiciones mexicanas.


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