México: El muro de la indiferencia

lunes 16 de enero de 2012

Laura M. López Murillo (especial para ARGENPRESS.info)

En algún lugar pletórico y vertiginoso se concentran los efectos de aislamiento y se expanden los estragos de la indiferencia; y es justamente ahí, en un sitio sin reposo donde la identidad se disuelve en el anonimato...

Entre los rasgos que distinguen a los habitantes de la aldea global predomina el individualismo, el ego exacerbado que aniquila la empatía; por los efectos de esa predisposición socialmente adquirida se atenúa, al grado mórbido, el mandato genético que hizo del hombre un ser social. Hoy por hoy, el mundo se ha transformado en un sendero de circulación incesante donde los transeúntes se desplazan apresurados sin mirar a su alrededor porque padecen el agobio galopante de la indiferencia. La paradoja de esta época consiste en la percepción: los individuos ensimismados deambulan sin percatarse de la realidad tangible que los envuelve porque su atención está capturada en las redes de un tejido virtual.

En el ajetreo cotidiano y por esa indiferencia lacerante, la belleza, la maldad y las perversidades pasan desapercibidas. Así lo confirmó el experimento de Gene Weingarten, redactor del diario The Washington Post. Joshua Bell, uno de los mejores violinistas del mundo, aceptó la propuesta de actuar de incógnito en el subterráneo: ataviado con pantalones de mezclilla, camiseta de manga larga, gorra y su Stradivarius (de 1713, valorado en 3,5 millones de dólares). El 12 de enero del 2007 a las 7:51 de la mañana, el artista comenzó un recital de seis melodías de autores clásicos en la estación de L'Enfant Plaza en Washington, entre decenas de personas cuyo único pensamiento era llegar a tiempo al trabajo. Lejos de los grandes escenarios, entre las prisas y la apatía, el violinista recaudó en su estuche 32 dólares y 17 centavos, durante 43 minutos. 1.097 personas pasaron cerca de él, sólo una mujer lo reconoció y muy pocos se detuvieron para escucharle.

En julio del 2011, en la Ciudad de México, el empresario textil Miguel Moisés Sacal Smeke, propietario de una cadena de boutiques de ropa, estalló en ira, gritó, ofendió y golpeó a Hugo Enrique Vega, portero del edificio donde vive. En la filmación de la cámara de seguridad se aprecian las humillaciones y el desprecio del magnate, pero también se perciben la sumisión de la victima y la cruel indiferencia de sus compañeros de trabajo quienes atestiguaron el incidente. Esta brutal exhibición de prepotencia fue imperceptible hasta el momento en que este video se insertó en las redes sociales; fue entonces cuando se desencadenó el rechazo y abundó la discriminación en las etiquetas de miles de mensajes. Pero la vida siguió curso y el centro del mundo recuperó su egocéntrica ubicación. Después de una breve saturación mediática todas las miradas regresaron al muro donde transcurre la vida virtual, al muro de la indiferencia que bloquea la percepción de la realidad latente y tergiversa los significados de la presencia y la compañía.

La indiferencia como forma de crueldad se erige como la hipótesis que confirma la naturaleza cambiante de una especie vulnerable. El primer capítulo en la historia de los hombres inicia cuando la afinidad y la empatía le permitieron sobrevivir como especie; ahora, en la aldea global se concentran los efectos de aislamiento y se expanden los estragos de la indiferencia porque el mundo es un sitio sin reposo donde la identidad se disuelve en el anonimato…

Laura M. López Murillo es Licenciada en Contaduría por la UNAM. Con Maestría en Estudios Humanísticos, Especializada en Literatura en el Itesm.

Fuente

Comentarios