Estafa Volkswagen: naturaleza del capitalismo
CONTRALÍNEA
Xavier Caño Tamayo*/Centro de Colaboraciones Solidarias
Timar es hurtar con mentira, engañar con
promesas, que no se cumplen ni cumplirán, en beneficio del timador. La
empresa Volkswagen tima desde hace años a quienes han comprado algunos
de sus modelos. Manipuló millones de vehículos para ocultar que emitían
más gases contaminantes de los que permite la ley, instalando en los
motores un programa informático que falsea los resultados de las pruebas
oficiales que miden esos gases.
Desde mayo de 2014, la Agencia de
Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos (EPA, por su sigla en
inglés) investigaba las emisiones de gases de automóviles Volkswagen en
California. La investigación demostró que algunos vehículos de esa marca
emiten más dióxido de nitrógeno que el permitido, y la EPA acusó a la
firma alemana de falsear las emisiones de casi medio millón de vehículos
en Estados Unidos. Sorprendida en fraude, Volkswagen admitió la
manipulación de vehículos diésel y reconoció que el fraude no sólo
afectaba a vehículos estadunidenses, sino a 11 millones de automóviles
en todo el mundo.
Un ministro sinvergüenza (no diré de qué
país) ha osado decir que el caso Volkswagen es algo aislado… Pero
justamente es todo lo contrario. Es sistemático y sintomático. Un timo
de grandes proporciones, con premeditación y alevosía, además de grave
delito contra la salud pública.
El caso Volkswagen certifica que no hay
capitalistas buenos y capitalistas malos. No es el problema de una
minoría codiciosa que estafa y delinque. Esas actuaciones son parte
esencial del sistema. No hay capitalismo bueno y capitalismo malo. Ya lo
advirtió David Harvey: “Quizás el capital funcione indefinidamente,
pero provocará la degradación progresiva del planeta y el sufrimiento de
la gente”. Más contundente y gráfico es Manuel Freytas cuando escribe
que “el capitalismo no es otra cosa que una empresa de ladrones con un
‘sistema’ económico, político y social en el mundo para legitimar con
leyes el robo masivo y planetario del trabajo social y de los recursos
naturales”.
El timo de Volkswagen abona esas
afirmaciones. Ante situaciones así, la cuestión es sencilla: priman los
derechos humanos de la gente, incluido el derecho a la salud y al medio
ambiente limpio, o los beneficios de unos pocos. Una cosa u otra. Ambas
no son posibles.
Recordemos la historia reciente para
comprender qué pasa. La principal razón del progresivo ‘endurecimiento’
del capitalismo y el porqué del auge del llamado neoliberalismo, el
capitalismo más cuatrero, es la reducción de beneficios en la inversión
productiva. A finales de la década de 1960, tras el crecimiento
económico y la prosperidad que se dispararon después de la Segunda
Guerra Mundial, los beneficios de los capitalistas empezaron a bajar.
Ahí comenzó todo.
Esa reducción de ganancias en la inversión productiva en los países desarrollados llevó a una financiarización
de la economía a partir de la década de 1970. Todo lo que hay u ocurre
sobre la Tierra puede convertirse en activo financiero y, por tanto, ser
vendido y comprado en los mercados financieros como producto
financiero. Sin relación directa con la incertidumbre de la inversión
productiva.
Además de esa financiarización
galopante, como recuerda Harold Meyerson, “cuando se frenó el aumento de
beneficios en la década de 1970, los ricos cambiaron los códigos
fiscales, las reglas financieras y la negociación colectiva de los
trabajadores para apropiarse de una porción sin precedentes de renta
nacional”. Pero no bastó. La corrupción, el fraude y la evasión fiscal
se convirtieron en medios sistemáticos para conseguir esos beneficios
que la inversión productiva ya no proporcionaba porque había llegado la
sobreproducción para quedarse.
Por todo eso, acabar con la nefasta financiarización
de la economía, el fraude y la corrupción institucionalizados no es
cuestión de mayores controles a la banca, entidades financieras y
grandes empresas. No basta. Es el propio sistema el que está podrido,
porque lleva en su ADN la trampa y finalmente la devastación.
Ocurre como en la fábula donde un escorpión pide a una rana que lo lleve
en su lomo a la otra orilla de un río caudaloso; en medio de la
travesía el alacrán pica al batracio y ambos se ahogan. Cuando la rana
pregunta, mientras se hunden, por qué la ha picado, si él también
morirá, el escorpión responde: “Es mi naturaleza”.
Todo el capitalismo es depredador y
peligroso. La única manera de evitar el desastre hacia el que vamos es
eliminar el capitalismo, es decir, suprimir la propiedad privada de
medios de producción, servicios y entidades financieras. Que no será
fácil ni rápido, desde luego.
Xavier Caño Tamayo*/Centro de Colaboraciones Solidaria
*Periodista y escritor
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