Con el TLCAN sólo los empresarios ganan
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Sin salidas de
emergencia para evadir el tema del capítulo laboral que exigen poner
sobre la mesa de renegociación los socios comerciales del TLCAN, la
comisión de nuestro país sigue negando lo rotundamente cierto: en México
los trabajadores devengan uno de los peores salarios del mundo, motivo
por el cual millones de mexicanos vieron pulverizarse, desde hace tres
décadas, su poder adquisitivo, cayendo al rango de la marginación, muy
alejados de los estándares de vida de obreros y agricultores de Canadá y
Estados Unidos.
En
uno de los escenarios más aberrantes e inauditos, funcionarios,
dirigentes empresariales y líderes del decadente corporativismo, evaden
abordar un asunto que no puede ser ocultado bajo la alfombra, pues a la
vista del mundo entero se asoma el innegable fracaso del modelo
económico neoliberal que ha conducido a nuestro país a la categoría de
un “paraíso laboral” o un “dumping humano”.
A 23 años de la entrada en vigor del
acuerdo comercial, la tecnocracia se empecina en no escuchar las voces
de quienes por generaciones han visto cancelados su futuro y proyecto de
vida; 5 millones de trabajadores del campo fueron expulsados a Estados
Unidos por la quiebra del agro y millones más han heredado a sus hijos y
nietos una vida de carencias y miserias por la tesis de la contención
salarial empleada desde el sexenio de Miguel de la Madrid para pretextar
el combate a la inflación.
Todo este capital humano echado al vacío
no cuenta para los negociadores que están dispuestos a entregar el
futuro de las generaciones venideras a cambio de que el gobierno
norteamericano de Trump les otorgue su aval para ganar en las elecciones
del próximo año y continuar en el poder con su modelo de
desmantelamiento nacional, a través de las reformas estructurales.
Organizaciones sociales y campesinas,
catedráticos y sindicatos independientes han exigido al gobierno
escuchar sus puntos de vista para rectificar los fracasos, pero como en
el pasado ha sido un diálogo de sordos que ahora se ha hecho extensivo a
los representantes comerciales de los países socios, lo que ha motivado
diplomáticas y firmes reconvenciones, colocando en penosas e incómodas
evidencias a funcionarios del más alto nivel que se han salido por la
tangente ante la imposibilidad de explicar cómo es que México siendo un
país de aparente desarrollo económico tiene una posición interna
contraria al desarrollo social.
No solo Donald Trump y el primer
ministro canadiense Justin Trudeau han resaltado el tema de los bajos
sueldos en México; líderes como Jerry Dias, representante de la
organización gremial más importante de Canadá, han cuestionado sin
ambages a los gobiernos mexicanos por la contención de los aumentos
salariales, asunto toral en las negociaciones.
Las palabras del dirigente seguramente
causaron escozor en la clase política mexicana cuando señaló al diario
El País sobre la posición gubernamental en materia de salarios: “De
alguna manera tiene que mantener a sus ciudadanos en la pobreza para
generar empleos. Es un sinsentido y es indignante. No entiendo el
argumento de que tenga que oprimir a sus ciudadanos para estar mejor”.
Permanecer en el TLCAN le ha generado a
México una clase trabajadora empobrecida que ha beneficiado únicamente a
empresarios extranjeros y nacionales por la vía de los ahorros
obtenidos en el pago de exiguos salarios.
Ante la falta de argumentos para
defender un acuerdo que en nada ha beneficiado a las mayorías, los
negociadores mexicanos no tienen otra opción que tratar de ignorar el
problema. En todos estos años nuestro país no ha logrado consolidar una
economía realmente competitiva con sus socios comerciales, conformándose
con migajas y hasta la cesión de su soberanía alimentaria.
De nada ha valido a los negociadores
adoptar una posición de franca docilidad ante el gobierno de Trump; la
comisión norteamericana ha terminado por aprovechar tal situación para
imponer sus propias condiciones con la idea de una renegociación
periódica cada cuatro años y la obligación de nuestro país a aumentar
sus importaciones de bienes y servicios con Estados Unidos y la
eliminación del capítulo 19 para violar el acuerdo de manera unilateral
cuando así convenga a los intereses del país vecino.
Bajo cualquier ángulo, México lleva
todas las de perder con la aparente “modernización” del tratado.
Preocupante además que en el Congreso la partidocracia esté más
preocupada por defender los recursos para sus campañas electorales del
próximo año que en exigir a las autoridades una posición más firmes en
la defensa de los intereses nacionales en la mesa de las negociaciones
del TLCAN.
Los diversos sectores de la economía,
afectados por los saldos negativos del tratado, deben unirse con los
trabajadores y los campesinos para emplazar a las autoridades a que el
acuerdo comercial no se firme sino hasta después de las elecciones del
próximo año.
No puede cancelarse en definitiva la
posibilidad de acceder a un nuevo modelo de desarrollo económico que
incluya el fortalecimiento de los sectores agropecuario e industrial
para crear condiciones que mejoren los salarios y fortalezcan el mercado
interno como una vía para resolver la pobreza y la desigualdad que se
han arraigado por más de tres décadas en México.
Los mexicanos deben preguntar a nuestros
gobernantes: ¿De qué nos sirve un acuerdo que sólo ha generado pobreza y
estancamiento económico? Los beneficios directos y tangibles se
reflejan en el interés, por ejemplo, de las armadoras estadounidenses
para que todo siga igual; es decir, que el “paraíso laboral” de México
se mantenga con salarios miserables para obtener ahorros en sus costos
de producción por miles de millones de dólares. Y de paso, zanjar el
camino a un empresariado nacional empecinado, al igual que los
tecnócratas, en mantener la cultura de los magros salarios que ni
siquiera son de rango mínimo, sino ínfimo, comparados con los de
nuestros socios comerciales.
La dirigencia del Consejo Coordinador
Empresarial (CCE) alardea con plantear a las autoridades, vía la
inservible Comisión Nacional de Salarios Mínimos, un aumento a los
salarios de 15.20 pesos diarios, para que el mínimo pase de 80.04 a
95.24, como si con ello se resarciera el poder adquisitivo menguado en
décadas. De acuerdo con la benevolencia empresarial y en el marco de la
negociación del TLCAN, tal mini incremento permitirá a México ya no
tener los peores estipendios entre los miembros de la OCDE. Esto, por
supuesto, suena a una broma de muy mal gusto.
En tal sentido, no debe perderse de
vista en el cercano contexto político, el papel que muchos de los
aspirantes y partidos han jugado en el proceso de la desventajosa
renegociación, para que a la hora de lanzarse, como ya es costumbre, a
la búsqueda del voto con su demagogia a cuestas, no le salgan a los
agraviados electores con sus reciclados y huecos discursos
nacionalistas, porque lo que menos les ha importado en estos años ha
sido la defensa de los intereses de la nación y de las mayorías. Deberán
aceptar el costo de su irresponsabilidad en las urnas.
Martín Esparza Flores
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