Egipto: Geopolítica de la Guerra Fría
lunes 7 de febrero de 2011
Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)
Los recientes episodios en el Levante me han hecho recordar no sólo el esfuerzo que significó tratar de retener la periodización de la historia egipcia con su sucesión de edades, imperios, califatos y sultanatos, dinastías y faraones, esplendor y decadencia; seguir las peripecias del abate Jean François Champollion, empeñado en descifrar los jeroglíficos de la piedra Rosetta, paladear la sentencia atribuida a Napoleón: “Soldados desde lo alto de estas pirámides 40 siglos os contemplan”; profundizar en los anales de la dominación británica, hasta algunos episodios de la Guerra Fría, uno de ellos recién aireado por Fidel Castro que recordó aquella primera vez en que la Unión Soviética amenazó con utilizar su cohetería estratégica contra Londres y París.
Esa faceta comenzó el 29 de noviembre de 1947 cuando, al votar a favor de la Resolución 181 de Naciones Unidas que dividió a Palestina y cedió el 54 por ciento de su territorio para fundar el Estado de Israel, la Unión Soviética incurrió en uno de los grandes desaguisados diplomáticos de su historia.
Todo parece indicar que la posición de Stalin, fue inducida por una percepción históricamente correcta del sionismo original, reforzada por la actitud de los judíos, que fueron una fuerza positiva en la fundación del socialismo y del marxismo, en el desarrollo del movimiento obrero y la socialdemocracia europea, con un papel relevante en las filas de Partido Bolcheviques, que en el poder contó con una “Sección Judía”; entre otros muchos militantes, Carlos Marx, Trotski y Rosa Luxemburgo fueron judíos.
La inspiración socialista del sionismo original y el hecho de que los líderes de la Agencia Judía que repudiaban profundamente al fascismo y de alguna manera al imperialismo, hubieran nacido en la Unión Soviética; entre otros: Chaim Weizmann y David Ben Gurión, primer presidente y primer jefe de gobierno de Israel, que eran rusos y Golda Meir, primera ministra de relaciones exteriores ucraniana, crearon la percepción de que la presencia de un Estado y de una fuerza política con aquel perfil en la región pudiera equilibrar las posiciones dominantes anglo francesas y norteamericana y favorecer a la izquierda.
Aunque el cálculo no carecía de base, resultó fallido debido a que prevalecieron las hipócritas y aparentemente compasivas maniobras de Gran Bretaña y el apoyo de Estados Unidos y Francia; así como el rechazo al stalinismo que entonces tenía ya mala fama en Europa, de donde procedían la mayor parte de los emigrantes que fundaron Israel.
El hecho de que Israel se formara básicamente con judíos europeos y algunos procedentes de Estados Unidos, introdujo elementos extraños en una región lingüística, cultural y religiosamente homogénea, poblada casi totalmente por árabes. Contra esos pueblos, llamados infieles, los reyes franceses, españoles e ingleses y los papas italianos libraron las Cruzadas y en esas tierras se estableció el Reino Latino Jerusalén, más tarde los colonialistas británicos, franceses y luego los fascistas alemanes que sucesivamente subyugaron a los pueblos. Las reservas árabes e islámicas contra occidente no son gratuitas.
Debido a que la Resolución 181 no incluyó los modos como debía aplicarse; al expirar el mandato de Gran Bretaña sobre Palestina, el 14 de mayo de 1948 los líderes judíos proclamaron el nacimiento del Estado de Israel. Los árabes reaccionaron declarando la guerra. En la primera de estas contiendas Israel arrebató a los palestinos otro 26 por ciento del territorio. Durante toda la década del cincuenta se mantuvo un permanente estado de tensión en la zona.
El 26 de julio de 1956 frustrado por la negativa de ingleses y norteamericanos de cumplir sus compromisos relativos al financiamiento de la represa de Asuán, el presidente Nasser que, en virtud de un golpe militar había llegado al poder en 1952, dispuso la nacionalización del canal de Suez construido con financiamiento de Francia y Egipto, que posteriormente vendió su parte a Gran Bretaña. Para su fastuosa inauguración, el 17 de noviembre de 1869, el italiano Giuseppe Verdi compuso la ópera Aída.
En respuesta a la nacionalización, junto con Israel, Francia y Gran Bretaña fraguaron un plan para atacar a Egipto. El 29 de octubre de 1956 el Estado judío comenzó la invasión del Sinaí; de modo relámpago, sus tropas alcanzaron las márgenes del canal; mientras, desde bases en Malta y Chipre, a espaldas de los Estados Unidos, Francia e Inglaterra lanzaron 80 mil hombres y más de 100 buques, incluidos siete portaviones contra el país árabe. Nasser hundió 40 buques mercantes y bloqueo la vía acuática. Los paracaidistas agresores tomaron posiciones egipcias e Israel conquistó el Sinaí.
En aquellas circunstancias, Fidel Castro recordó que la Unión Soviética advirtió que podía utilizar sus fuerzas coheteriles contra Londres y París, lo que significaba la Tercera Guerra Mundial. El 30 de octubre Estados Unidos presentó una resolución en el Consejo de Seguridad que fue vetada por Francia y Gran Bretaña. Eisenhower insistió y dispuso cortar los créditos para la reconstrucción a Gran Bretaña y Francia. El 5 de noviembre se adoptó un alto al fuego, Israel retrocedió a las posiciones de partida y las tropas anglo francesas fueron sustituidas por fuerzas de la ONU.
Cuentan que Eisenhower y Dulles se enojaron con Gran Bretaña y Francia, entre otras cosas porque estimaron que la agresión franco británica favoreció la maniobra soviética que, enterada de los planes que fraguaban israelíes, británicos y franceses a espaldas de los Estados Unidos, dejó hacer y aprovechando el oportuno conflicto de naturaleza político militar entre las tres potencias occidentales del Consejo de Seguridad, el 4 de noviembre de 1956 lanzó sus tanques sobre Budapest y aplastó la revuelta húngara que había comenzado el 23 de octubre sin que las perplejas potencias occidentales pudieran hacer nada.
De ese modo, con hábiles maniobras, la Unión Soviética alcanzó tres objetivos: reivindicó su imagen ante los estados y los pueblos del Medio Oriente, advirtió a Israel de su compromiso con el nacionalismo árabe, aterró a Europa con su amenaza de convertir a Londres y París en blanco nucleares, dejó a Estados Unidos con sus vergüenzas al aire frente a los árabes y, aunque pagando un alto precio, trajo de regreso al redil a los militantes y al pueblo húngaro.
En la zaga del proceso, Nikita Kruzchov estableció los límites de la crítica a que él mismo había sometido a Stalin en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética y que había alentado a los húngaros.
Parafraseando al poeta cubano Nicolás Guillen. En Egipto: desde muy lejos está todo mezclado. Allá nos vemos.
Fuente foto: Andrey Stenin - RIA NOVOSTI
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Jorge Gómez Barata (especial para ARGENPRESS.info)
Los recientes episodios en el Levante me han hecho recordar no sólo el esfuerzo que significó tratar de retener la periodización de la historia egipcia con su sucesión de edades, imperios, califatos y sultanatos, dinastías y faraones, esplendor y decadencia; seguir las peripecias del abate Jean François Champollion, empeñado en descifrar los jeroglíficos de la piedra Rosetta, paladear la sentencia atribuida a Napoleón: “Soldados desde lo alto de estas pirámides 40 siglos os contemplan”; profundizar en los anales de la dominación británica, hasta algunos episodios de la Guerra Fría, uno de ellos recién aireado por Fidel Castro que recordó aquella primera vez en que la Unión Soviética amenazó con utilizar su cohetería estratégica contra Londres y París.
Esa faceta comenzó el 29 de noviembre de 1947 cuando, al votar a favor de la Resolución 181 de Naciones Unidas que dividió a Palestina y cedió el 54 por ciento de su territorio para fundar el Estado de Israel, la Unión Soviética incurrió en uno de los grandes desaguisados diplomáticos de su historia.
Todo parece indicar que la posición de Stalin, fue inducida por una percepción históricamente correcta del sionismo original, reforzada por la actitud de los judíos, que fueron una fuerza positiva en la fundación del socialismo y del marxismo, en el desarrollo del movimiento obrero y la socialdemocracia europea, con un papel relevante en las filas de Partido Bolcheviques, que en el poder contó con una “Sección Judía”; entre otros muchos militantes, Carlos Marx, Trotski y Rosa Luxemburgo fueron judíos.
La inspiración socialista del sionismo original y el hecho de que los líderes de la Agencia Judía que repudiaban profundamente al fascismo y de alguna manera al imperialismo, hubieran nacido en la Unión Soviética; entre otros: Chaim Weizmann y David Ben Gurión, primer presidente y primer jefe de gobierno de Israel, que eran rusos y Golda Meir, primera ministra de relaciones exteriores ucraniana, crearon la percepción de que la presencia de un Estado y de una fuerza política con aquel perfil en la región pudiera equilibrar las posiciones dominantes anglo francesas y norteamericana y favorecer a la izquierda.
Aunque el cálculo no carecía de base, resultó fallido debido a que prevalecieron las hipócritas y aparentemente compasivas maniobras de Gran Bretaña y el apoyo de Estados Unidos y Francia; así como el rechazo al stalinismo que entonces tenía ya mala fama en Europa, de donde procedían la mayor parte de los emigrantes que fundaron Israel.
El hecho de que Israel se formara básicamente con judíos europeos y algunos procedentes de Estados Unidos, introdujo elementos extraños en una región lingüística, cultural y religiosamente homogénea, poblada casi totalmente por árabes. Contra esos pueblos, llamados infieles, los reyes franceses, españoles e ingleses y los papas italianos libraron las Cruzadas y en esas tierras se estableció el Reino Latino Jerusalén, más tarde los colonialistas británicos, franceses y luego los fascistas alemanes que sucesivamente subyugaron a los pueblos. Las reservas árabes e islámicas contra occidente no son gratuitas.
Debido a que la Resolución 181 no incluyó los modos como debía aplicarse; al expirar el mandato de Gran Bretaña sobre Palestina, el 14 de mayo de 1948 los líderes judíos proclamaron el nacimiento del Estado de Israel. Los árabes reaccionaron declarando la guerra. En la primera de estas contiendas Israel arrebató a los palestinos otro 26 por ciento del territorio. Durante toda la década del cincuenta se mantuvo un permanente estado de tensión en la zona.
El 26 de julio de 1956 frustrado por la negativa de ingleses y norteamericanos de cumplir sus compromisos relativos al financiamiento de la represa de Asuán, el presidente Nasser que, en virtud de un golpe militar había llegado al poder en 1952, dispuso la nacionalización del canal de Suez construido con financiamiento de Francia y Egipto, que posteriormente vendió su parte a Gran Bretaña. Para su fastuosa inauguración, el 17 de noviembre de 1869, el italiano Giuseppe Verdi compuso la ópera Aída.
En respuesta a la nacionalización, junto con Israel, Francia y Gran Bretaña fraguaron un plan para atacar a Egipto. El 29 de octubre de 1956 el Estado judío comenzó la invasión del Sinaí; de modo relámpago, sus tropas alcanzaron las márgenes del canal; mientras, desde bases en Malta y Chipre, a espaldas de los Estados Unidos, Francia e Inglaterra lanzaron 80 mil hombres y más de 100 buques, incluidos siete portaviones contra el país árabe. Nasser hundió 40 buques mercantes y bloqueo la vía acuática. Los paracaidistas agresores tomaron posiciones egipcias e Israel conquistó el Sinaí.
En aquellas circunstancias, Fidel Castro recordó que la Unión Soviética advirtió que podía utilizar sus fuerzas coheteriles contra Londres y París, lo que significaba la Tercera Guerra Mundial. El 30 de octubre Estados Unidos presentó una resolución en el Consejo de Seguridad que fue vetada por Francia y Gran Bretaña. Eisenhower insistió y dispuso cortar los créditos para la reconstrucción a Gran Bretaña y Francia. El 5 de noviembre se adoptó un alto al fuego, Israel retrocedió a las posiciones de partida y las tropas anglo francesas fueron sustituidas por fuerzas de la ONU.
Cuentan que Eisenhower y Dulles se enojaron con Gran Bretaña y Francia, entre otras cosas porque estimaron que la agresión franco británica favoreció la maniobra soviética que, enterada de los planes que fraguaban israelíes, británicos y franceses a espaldas de los Estados Unidos, dejó hacer y aprovechando el oportuno conflicto de naturaleza político militar entre las tres potencias occidentales del Consejo de Seguridad, el 4 de noviembre de 1956 lanzó sus tanques sobre Budapest y aplastó la revuelta húngara que había comenzado el 23 de octubre sin que las perplejas potencias occidentales pudieran hacer nada.
De ese modo, con hábiles maniobras, la Unión Soviética alcanzó tres objetivos: reivindicó su imagen ante los estados y los pueblos del Medio Oriente, advirtió a Israel de su compromiso con el nacionalismo árabe, aterró a Europa con su amenaza de convertir a Londres y París en blanco nucleares, dejó a Estados Unidos con sus vergüenzas al aire frente a los árabes y, aunque pagando un alto precio, trajo de regreso al redil a los militantes y al pueblo húngaro.
En la zaga del proceso, Nikita Kruzchov estableció los límites de la crítica a que él mismo había sometido a Stalin en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética y que había alentado a los húngaros.
Parafraseando al poeta cubano Nicolás Guillen. En Egipto: desde muy lejos está todo mezclado. Allá nos vemos.
Fuente foto: Andrey Stenin - RIA NOVOSTI
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