No desfalleceremos; es la revolución del pueblo, clamor en la plaza Tahrir
Rodrigo Hernández Tejero
Especial para
Periódico La Jornada
Viernes 11 de febrero de 2011, p. 36
El Cairo, 10 de febrero. "Esta no es la revolución de los egipcios. No es la revolución de los árabes. Es la revolución del pueblo, es nuestra esperanza". Son palabras de Sahid Abbas, uno de los millones de egipcios que han tomado las calles de El Cairo desde hace más de 15 días y que ha tenido que regresar al volante de su taxi para dar de comer a su familia. Me muestra como la periferia de su ciudad intenta recobrar la normalidad. Miles de coches se amontonan en unas calles que reciben invitados de especial envergadura: cientos de tanques apostados en puentes y autopistas.
La cercanía al centro parece elevar la tensión de los egipcios. Vendedores ambulantes han cambiado su mercancía habitual por grandes banderas del país árabe, mientras las entradas de la plaza Tahrir (liberación), auténtico centro neurálgico del movimiento social, están protegidas por retenes populares que controlan el ingreso a cualquier persona no deseada.
Después de vivir protestas, enfrentamientos, incendios y redadas, la plaza podría servir como escenografía para cualquier película con alto presupuesto. Gigantescas alambradas, improvisados puestos médicos, miles de piedras amontonadas y un sin fin de personas que han hecho de este lugar una pequeña ciudad, conviven junto a cientos de puestos de control y carros blindados militares.
Nadie sabe hasta qué punto se puede confiar en los militares. Son muchos los que duermen entre las ruedas de los carros de asalto y ruegan porque continúen cuidándoles, pero cada vez son más los que critican su falta de apoyo, observando su labor como una manera de contenerlos no de ayudarlos. "Hace más de una semana que no podemos salir de aquí, por un lado porque nos lincharía la policía secreta si lo hacemos y además el ejército no nos permite salir en bloque a manifestarnos", me cuenta Ahma.
Aunque gran parte de los egipcios espera que las fuerzas armadas den un paso más, los militares intentan ocupar una posición supuestamente neutral. "Esta no es nuestra misión", responde un comandante ante los reproches recibidos de cientos de manifestantes, refugiándose en la orden de proteger a los ciudadanos egipcios y recordándoles que nunca han disparado contra ellos.
Youssef, un campesino de baja estatura que ha llegado hasta El Cairo junto con toda su familia para protestar "hasta las últimas consecuencias", se retira cabizbajo de la discusión. Con su salario no es capaz de alimentar a sus hijos y se lamenta una y otra vez de no poder darles una vida digna.
Al despuntar la tarde de hoy se dieron a conocer las primeras declaraciones de una reunión llevada a cabo por la cúpula militar del país. "Lo que quieran se hará", dijeron. A partir de ahí, un enjambre de personas fue dirigiéndose hasta la plaza central, alentados por la información en los medios y las declaraciones de la Agencia Cenral de Inteligencia (CIA) y el presidente Barack Obama.
Poco podían disimular su alegría los ahí reunidos. Desfilaban entre cánticos y gritos debajo de pancartas que animaban a los árabes a levantarse para conseguir gobernarse.
Pero una vez más, Mubarak decidió olvidar las peticiones de su pueblo y en un comunicado que bien podía haber pronunciado hace 20 años, truncó los sueños de los manifestantes. Las sonrisas, banderas y bailes se tornaron en llantos, zapatos volando y lamentos.
Comienzan entonces las especulaciones, los rumores, los deseos. "Claro que se irá, pero su orgullo no le permite decirlo ante las cámaras", dice uno. "Mejor que gobiernen ellos a que lo haga el ejército", reponden otros. Pero las suposiciones van dando paso a la ira.
Grandes pantallas de televisión situadas en toda la plaza retransmitían los distintos canales de noticias en directo. Todos ellos emitían imágenes de ese lugar. Los egipcios se saben protagonistas de la historia.
"No solamente lo necesitamos nosotros, los argelinos, los marroquíes o los jordanos deben despertar y darse cuenta de que un cambio es posible", grita un joven a varios micrófonos. La Plaza de la Liberación no sólo ha llegado hasta las televisiones de todo el mundo, sino también a la Internet y a las redes sociales del mundo árabe. Amman, Beirut o Rabat miran con atención todo lo que sucede y los egipcios, al igual que los tunecinos, se saben símbolos de un nuevo movimiento.
Y, ante la incapacidad europea y la ambigüedad estadunidense, parece que Israel está siendo el único país que intenta involucrarse en lo que sucede en la nación vecina. Algo que conocen a la perfección tanto las autoridades egipcias (que han recibido el apoyo constante de Shimon Peres) como los millones de personas que se manifiestan contra Hosni Mubarak,
La presión ha llegado hasta tal punto, que los retenes realizados tanto por los militares como por los ciudadanos egipcios tienen especial atención a la hora de controlar los pasaportes de cualquier extranjero. Los más perjudicados en este caso comienzan a ser los periodistas que, agredidos durante estos días por grupos partidarios de Mubarak, ahora ven como también gran parte de los manifestantes los miran con recelo ante la posibilidad de que sean agentes encubiertos.
Grandes medios de comunicación empiezan a retirar a sus informadores, con la excusa de un descenso del interés sobre lo que sucede, pero sabiendo en realidad las dificultades que tienen para garantizar su seguridad. Mientras, los reporteros freelance de todo el mundo se mueven por las oscuras calles del centro de la ciudad, intentando pasar desapercibidos y siempre acompañados de jóvenes egipcios que conocen la importancia de dar a conocer lo que continúa sucediendo.
La mayor parte de ellos se ha olvidado de los grandes balcones y los hoteles de lujo desde donde se ha retransmitido lo sucedido en la Plaza de la Liberación. Y serán los que acompañen en el día de hoy a los millones de egipcios que se esperan llegarán a estas calles. "Nos hemos demostrado que podemos organizarnos, ahora hay que enseñarles que no desfalleceremos", me cuenta un joven egipcio que ha decidido acompañarme al hotel para que nada me suceda. En tan sólo unos días estos manifestantes me han enseñado su valor, su integridad y su empatía, pero además han demostrado al mundo que una revolución egipcia, una revolución árabe, una revolución del pueblo, es posible.
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Especial para
Periódico La Jornada
Viernes 11 de febrero de 2011, p. 36
El Cairo, 10 de febrero. "Esta no es la revolución de los egipcios. No es la revolución de los árabes. Es la revolución del pueblo, es nuestra esperanza". Son palabras de Sahid Abbas, uno de los millones de egipcios que han tomado las calles de El Cairo desde hace más de 15 días y que ha tenido que regresar al volante de su taxi para dar de comer a su familia. Me muestra como la periferia de su ciudad intenta recobrar la normalidad. Miles de coches se amontonan en unas calles que reciben invitados de especial envergadura: cientos de tanques apostados en puentes y autopistas.
La cercanía al centro parece elevar la tensión de los egipcios. Vendedores ambulantes han cambiado su mercancía habitual por grandes banderas del país árabe, mientras las entradas de la plaza Tahrir (liberación), auténtico centro neurálgico del movimiento social, están protegidas por retenes populares que controlan el ingreso a cualquier persona no deseada.
Después de vivir protestas, enfrentamientos, incendios y redadas, la plaza podría servir como escenografía para cualquier película con alto presupuesto. Gigantescas alambradas, improvisados puestos médicos, miles de piedras amontonadas y un sin fin de personas que han hecho de este lugar una pequeña ciudad, conviven junto a cientos de puestos de control y carros blindados militares.
Nadie sabe hasta qué punto se puede confiar en los militares. Son muchos los que duermen entre las ruedas de los carros de asalto y ruegan porque continúen cuidándoles, pero cada vez son más los que critican su falta de apoyo, observando su labor como una manera de contenerlos no de ayudarlos. "Hace más de una semana que no podemos salir de aquí, por un lado porque nos lincharía la policía secreta si lo hacemos y además el ejército no nos permite salir en bloque a manifestarnos", me cuenta Ahma.
Aunque gran parte de los egipcios espera que las fuerzas armadas den un paso más, los militares intentan ocupar una posición supuestamente neutral. "Esta no es nuestra misión", responde un comandante ante los reproches recibidos de cientos de manifestantes, refugiándose en la orden de proteger a los ciudadanos egipcios y recordándoles que nunca han disparado contra ellos.
Youssef, un campesino de baja estatura que ha llegado hasta El Cairo junto con toda su familia para protestar "hasta las últimas consecuencias", se retira cabizbajo de la discusión. Con su salario no es capaz de alimentar a sus hijos y se lamenta una y otra vez de no poder darles una vida digna.
Al despuntar la tarde de hoy se dieron a conocer las primeras declaraciones de una reunión llevada a cabo por la cúpula militar del país. "Lo que quieran se hará", dijeron. A partir de ahí, un enjambre de personas fue dirigiéndose hasta la plaza central, alentados por la información en los medios y las declaraciones de la Agencia Cenral de Inteligencia (CIA) y el presidente Barack Obama.
Poco podían disimular su alegría los ahí reunidos. Desfilaban entre cánticos y gritos debajo de pancartas que animaban a los árabes a levantarse para conseguir gobernarse.
Pero una vez más, Mubarak decidió olvidar las peticiones de su pueblo y en un comunicado que bien podía haber pronunciado hace 20 años, truncó los sueños de los manifestantes. Las sonrisas, banderas y bailes se tornaron en llantos, zapatos volando y lamentos.
Comienzan entonces las especulaciones, los rumores, los deseos. "Claro que se irá, pero su orgullo no le permite decirlo ante las cámaras", dice uno. "Mejor que gobiernen ellos a que lo haga el ejército", reponden otros. Pero las suposiciones van dando paso a la ira.
Grandes pantallas de televisión situadas en toda la plaza retransmitían los distintos canales de noticias en directo. Todos ellos emitían imágenes de ese lugar. Los egipcios se saben protagonistas de la historia.
"No solamente lo necesitamos nosotros, los argelinos, los marroquíes o los jordanos deben despertar y darse cuenta de que un cambio es posible", grita un joven a varios micrófonos. La Plaza de la Liberación no sólo ha llegado hasta las televisiones de todo el mundo, sino también a la Internet y a las redes sociales del mundo árabe. Amman, Beirut o Rabat miran con atención todo lo que sucede y los egipcios, al igual que los tunecinos, se saben símbolos de un nuevo movimiento.
Y, ante la incapacidad europea y la ambigüedad estadunidense, parece que Israel está siendo el único país que intenta involucrarse en lo que sucede en la nación vecina. Algo que conocen a la perfección tanto las autoridades egipcias (que han recibido el apoyo constante de Shimon Peres) como los millones de personas que se manifiestan contra Hosni Mubarak,
La presión ha llegado hasta tal punto, que los retenes realizados tanto por los militares como por los ciudadanos egipcios tienen especial atención a la hora de controlar los pasaportes de cualquier extranjero. Los más perjudicados en este caso comienzan a ser los periodistas que, agredidos durante estos días por grupos partidarios de Mubarak, ahora ven como también gran parte de los manifestantes los miran con recelo ante la posibilidad de que sean agentes encubiertos.
Grandes medios de comunicación empiezan a retirar a sus informadores, con la excusa de un descenso del interés sobre lo que sucede, pero sabiendo en realidad las dificultades que tienen para garantizar su seguridad. Mientras, los reporteros freelance de todo el mundo se mueven por las oscuras calles del centro de la ciudad, intentando pasar desapercibidos y siempre acompañados de jóvenes egipcios que conocen la importancia de dar a conocer lo que continúa sucediendo.
La mayor parte de ellos se ha olvidado de los grandes balcones y los hoteles de lujo desde donde se ha retransmitido lo sucedido en la Plaza de la Liberación. Y serán los que acompañen en el día de hoy a los millones de egipcios que se esperan llegarán a estas calles. "Nos hemos demostrado que podemos organizarnos, ahora hay que enseñarles que no desfalleceremos", me cuenta un joven egipcio que ha decidido acompañarme al hotel para que nada me suceda. En tan sólo unos días estos manifestantes me han enseñado su valor, su integridad y su empatía, pero además han demostrado al mundo que una revolución egipcia, una revolución árabe, una revolución del pueblo, es posible.
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