La nueva refinería, en la lista de los buenos propósitos
CONTRALÍNEA
Hace un par de semanas se aplicó en el país el quinto gasolinazo
del año. Los precios de los combustibles siguen al alza provocando un
efecto inflacionario en los productos de primera necesidad al
incrementar los costos del transporte de las mercancías; en tanto, la
nueva refinería prometida desde el sexenio pasado, planeada en el
municipio de Tula, Hidalgo, sigue arrumbada en el desván de los buenos propósitos oficiales.
Reflejo del desinterés por iniciar su
construcción es que ni siquiera se ha terminado de levantar en su
totalidad la barda perimetral que rodea el terreno donde, al menos en
proyecto, se erigirá la magna obra que deberá ayudar a aminorar el grave
déficit de gasolinas que enfrenta México y que nos ha llevado, a pesar
de ser un país petrolero, a importarlas, lo mismo que sucede con el gas
natural que compramos a Bolivia a un precio de referencia de Estados
Unidos, y cuyo incremento en su costo es la excusa presentada por el
gobierno de Peña Nieto para disparar un 8.4 por ciento de incremento las
tarifas eléctricas, al señalar que es por medio del consumo de este
combustible como se produce la mayor parte de la energía eléctrica en el
país.
Nadie asume el costo de la
irresponsabilidad por quemar a diario miles y miles de metros cúbicos de
gas natural en nuestro país, mismo que compramos a precio elevado en el
extranjero, como tampoco ninguna voz oficial se alza para exigir a la
pasada administración panista rinda cuentas sobre el millonario
quebranto ocasionado a las finanzas de Petróleos Mexicanos (Pemex) por
el incremento en la participación de la paraestatal en la firma española
Repsol, que representó una erogación de 20 mil millones de pesos, de
los cuales, ya 10 mil pueden darse por perdidos al derrumbarse las
acciones de la firma ibérica.
En el más elemental y lógico sentido
común resulta inaceptable que se hayan preferido tirar millonarios
recursos en una descabellada estrategia que, supuestamente, apuntaba a
la internacionalización de Pemex, en vez de haberlos invertido en echar a
andar la refinería en Tula. Pero contrario a lo que debería ser un
adecuado reencauzamiento de la política energética en el nuevo sexenio,
nuevamente se destinan fondos de la entidad para auxiliar a otra empresa
española; ahora, y como ya anunció la Dirección General de Pemex, se
trata de ir al rescate de los dueños del astillero en quiebra, Hijos de J
Barreras, ubicado en Vigo, España, y para lo cual ya se desembolsaron
160 millones de pesos.
Los “expertos” de Pemex justifican la
alianza al señalar que construirán hoteles flotantes que necesita la
paraestatal en sus labores de exploración y producción en alta mar. El
problema es que la firma española está prácticamente sin un centavo y
será la entidad la que tenga que aportar la mayor parte del capital; es
decir, hacer negocio total con el dinero de los mexicanos a favor de los
empresarios ibéricos, que con tan ventajoso trato no sólo se salvan de
la ruina, sino que aseguran la permanencia de su empresa al obtener
jugosas ganancias.
Resulta preocupante que en la
anunciada Estrategia Nacional de Energía no se vislumbre un cambio de
rumbo, sino que por el contrario se insista en ahondar el
desmantelamiento de la capacidad de producción de Pemex al abrir sus
áreas estratégicas al capital privado, y pareciera que no se quiere
entender lo que se ha demostrado hasta la saciedad en los hechos como
una errática política energética que desde el sexenio de Carlos Salinas
promovió la atomización de la paraestatal en cuatro subsidiarias, con lo
cual le restó importancia a sectores vitales como la refinación y la
petroquímica.
De hecho, y desde entonces, Pemex ha
abandonado su esfuerzo por aumentar la producción nacional de gasolinas,
de tal suerte que mientras el consumo interno creció en un 50 por
ciento en los últimos 10 años, la producción tuvo sólo un crecimiento
marginal que en nada subsanó el creciente déficit. Actualmente las
consecuencias son onerosas y dramáticas para la economía nacional, pues
se calcula que México importa diariamente un promedio de 400 mil
barriles de gasolinas para satisfacer el consumo interno.
Al pagar un precio alto se impacta
directamente en la economía de la población de menores recursos, que
deben sufragar con sus raquíticos ingresos el incremento mensual (los gasolinazos),
con el que desde hace varios años se viene compensando la
irresponsabilidad oficial por haber puesto a la deriva un área de
primera importancia para el desarrollo del país. De hecho, especialistas
en la materia señalan que también en buena medida parte de los ingresos
petroleros obtenidos por la exportación de crudo se han visto
seriamente menguados por la insalvable importación de gasolinas.
Una de las justificaciones expuestas
por Felipe Calderón para anunciar la construcción de la nueva refinería
fue precisamente la necesidad de hacer frente al creciente déficit de
gasolinas en México. En 2010, el entonces director de Pemex, Jesús Reyes
Heroles, estimó que la capacidad de producción de la nueva planta sería
de 300 mil barriles diarios, es decir, ayudaría en buena medida a
abatir el enorme desabasto de combustibles.
El costo estimado de la obra que aún
no comienza, 9 mil millones de dólares, ya hubiera sido en buena parte
amortizado por el costo multimillonario que representa la importación de
las gasolinas para nuestro consumo interno, y hasta sufragado en su
totalidad por los excedentes petroleros –más de 10 mil millones de
dólares–, de los que los gobiernos panistas no rindieron cuentas a los
mexicanos.
Los autores de la Estrategia Nacional
de Energía, además de pasar por alto las necesidades básicas del consumo
interno de combustibles, están enfilando un peligroso haraquiri a
las propias finanzas públicas, pues no hay que olvidar que por el
injusto régimen fiscal impuesto a Pemex, es esta empresa la que ha
subsidiado en la última década los crecientes déficits en los ingresos,
vía impuestos, del gobierno federal. De hecho, buena parte de los
evasores fiscales deben sus pellejos a las multimillonarias sangrías que anualmente se practican a los ingresos de la paraestatal.
Si la nueva administración abre de par en par las puertas de la rentable entidad a particulares, lo único que provocará será abrir dos flancos que darán al traste con los millonarios ingresos que actualmente reporta, pues dentro del pastel, los codiciosos inversionistas buscarán llevarse las rebanadas más grandes sin importarles el déficit fiscal del gobierno.
Por el momento, y en espera de la venta de garaje
que se plantea en la Estrategia Nacional de Energía para acabar de
desmantelar a Pemex, el país no tiene otra salida que seguir pagando,
con la pobreza de millones de mexicanos, la costosa importación de
gasolinas. Y todo porque siendo un país petrolero, sus políticos están
empecinados en acabar con una empresa que es y debe ser patrimonio de la
nación. Va siendo hora de que exijamos cuentas a los causantes de tan
absurda y ruinosa política energética.
*Secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas
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