El calentamiento global colapsa a la Ciudad de México
Los
efectos del calentamiento global han acelerado el encuentro de la
Ciudad de México con su inexorable colapso: altos niveles de
contaminación, vialidades aletargadas y un deficiente transporte público
son los factores que aunados al incontenible desarrollo inmobiliario en
manos de voraces desarrolladores, produjo en las últimas 2 décadas una
desordenada expansión urbana, donde la calidad de vida se ha deteriorado
al grado de representar un problema de salud pública.
Hoy, millones de habitantes del Valle de
México pagamos las consecuencias de nuestros gobernantes por no atender
los problemas de contaminación derivados del creciente uso del automóvil
y la falta de control y vigilancia permanente de las más de 40 mil
industrias asentadas en la zona metropolitana, cinco mil de las cuales
se consideran altamente contaminantes y 500 de ellas en situación
crítica.
Sexenio tras sexenio, las políticas
públicas se dedicaron a sembrar asfalto por doquier, mediante la
construcción de nuevas vialidades y segundos pisos; ahora, en
consecuencia lógica, cosechan un parque vehicular de 5,3 millones de
automotores y una enorme contaminación por la quema de combustibles
fósiles.
Pero además, la desmedida y galopante
corrupción, permitió cambios arbitrarios de uso de suelo para autorizar
desarrollos inmobiliarios en zonas densamente pobladas y sin
posibilidades de expansión urbana de manera equilibrada y racional. Ahí
están ejemplos palpables como el corredor Reforma donde se ha demostrado
la insuficiencia de servicios como agua, luz, gas, pero se sigue
permitiendo su anárquico crecimiento poblacional sin tomar en cuenta a
los miles de empleados que laboran diariamente en su vasta zona de
oficinas.
En delegaciones como Cuauhtémoc, se
disparó sin planeación alguna la construcción de vivienda, no
precisamente de interés social, sin que las autoridades hicieran los
mínimos estudios de impacto social y ambiental. Colonias como San Rafael
y Santa María La Rivera, son claros ejemplos de este caos urbano y vial
donde los miles de nuevos vecinos enfrentan inseguridad, falta de
servicios e, incluso, un espacio donde acomodar sus vehículos,
recurriendo a la invasión de calles y a la lucha por apropiarse de todo
lugar disponible en la vía pública.
Es hora de que las políticas públicas
retomen el impulso al transporte público de cero emisiones contaminantes
como lo son los trolebuses, el Metro, el Tren Ligero y el impulso a los
tranvías que en el siglo pasado ayudaron a que la ciudad de México
fuera calificada, más allá del comparativo literario, como la región más
transparente.
Debemos reflexionar en qué momento se
priorizó el transporte público movido por combustibles fósiles en
abierto desplazamiento al que utiliza electricidad. Las cifras hablan de
un absoluto abandono a estos sistemas de transporte que todavía en la
década de 1980 representaban una forma de traslado seguro para millones
de habitantes. De 850 trolebuses que recorrían la ciudad hace más de 2
décadas, ahora existen unos 280, 60 de los cuales se encuentran varados
por falta de mantenimiento al grado de que las ocho rutas que aún
existen, una se encuentran inhabilitada por falta de unidades.
Lamentable que todavía hace 1 década, se movilizaban en trolebús medio
millón de personas, ahora, por el abandono y la falta de inversión
apenas y trasladan a la mitad.
De hecho, en la infraestructura urbana
creada en los ahora desmantelados ejes viales, se construyeron en sus
contraflujos los postes para el cableado eléctrico de los trolebuses.
Ahora, estas estructuras son mudos testigos del extravío y descuido que
se tuvo por cuidar el medio ambiente, a través del impulso y
fortalecimiento a un transporte público no contaminante, para ceder paso
a un transporte altamente contaminante como el que ahora recorre las
avenidas.
El Metro es otra muestra de la falta
planeación para garantizar el traslado rápido, seguro y confiable de
millones de personas. Hace un par de años se elevó la tarifa de 3 a 5
pesos, anunciándose que los recursos extras serían para la adquisición
de un número mayor de trenes y la reparación de decenas de estos que se
encontraban inactivos por falta de recursos para comprar refacciones y
ponerlos en funcionamiento.
Es hora de que estos recursos sean
empleados en beneficio de sus habituales usuarios, en su mayoría gente
de escasos recursos que no cuenta con los medios para adquirir un auto y
que tiene en este medio de transporte su única opción para llegar a sus
centros de trabajo o estudio. Esta inyección de recursos debe ser
extensiva al Tren Ligero, medio al que también se le ha dejado a deriva
pues de 24 unidades, únicamente 18 funcionan en condiciones aceptables.
Si realmente existe la preocupación de
nuestras autoridades tanto de la zona metropolitana como del área
federal, por el calentamiento global y la creciente concentración de
ozono en la ciudad capital y en todo el Valle de México, deben avocarse
sin dilaciones a replantear las actuales políticas públicas, para
alentar un transporte de pasajeros eficiente, accesible y seguro,
utilizando nuevas tecnologías para alentar un resurgimiento los tranvías
eléctricos, los trolebuses y más unidades al Sistema Colectivo Metro.
Por supuesto que los automotores no son
del todo responsables de los altos niveles de contaminación, pues como
ya se demostró, ni con el endurecimiento del Doble Hoy No Circula se
lograron abatir los índices superiores a los 100 Imecas; en este
redimensionamiento tendrá que existir una estrategia multisectorial para
que organismos como la Procuraduría Federal de protección al Medio
Ambiente (Profepa) realicen un calendario permanente de inspecciones a
las miles de industrias que también contribuyen a la emisión de miles de
toneladas de contaminantes. Y no como ahora sucede, que se hacen
presentes por la agudización de la contingencia ambiental.
Ante la gravedad de la situación donde
debe privar, ante todo, la salud pública, los capitalinos debemos
preguntarnos si no es el momento exacto de pedir que se haga realidad la
añeja propuesta de iniciar un proceso de descentralización, no
únicamente de los disparatados desarrollo inmobiliarios, sino de buena
parte de la estructura burocrática que debe ir a atender problemas
inherentes a su naturaleza administrativa a los diversos estados del
país donde más se requiere su presencia. La ciudad no da para más y
resulta inaceptable el recibir distinción como la metrópoli más
congestionada del mundo, por su asfixiante tráfico vehicular.
Por eso, desde el seno mismo de los
movimientos sociales debe impulsarse un Consejo Metropolitano que ponga
en el centro del debate de los asuntos ambientales la salud de los
mexicanos que habitamos el Valle de México. Las políticas públicas deben
ser consensadas con la sociedad y no asumidas unilateralmente, porque
asuntos como el calentamiento global no pueden tomarse a la ligera ni
ser decisión de unos cuantos. La ciudad se colapsa y urge salvarla.
Martín Esparza*
*Secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas
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