Nueva etapa de la minería en la zona de San José de Gracia, Sinaloa
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Autor:
Carmen Aída Guerra Miguel
San José de
Gracia, Sinaloa de Leyva. Con el cerro de La Pirámide enfrente,
Francisco Choza Echavarría detuvo su mula, se secó el sudor con el dorso
con un gesto de coraje, y mirando al cielo le habló a su abuelo,
Antonio Echavarría Aguirre, para hacerle una recriminación y una
promesa: “Tan noble esta montaña, tanto oro que de aquí se extrajo y
ninguno se preocupó por hacer un camino a las minas; pero no descansaré
hasta que la vena se haga, no para que salgan de esta tierra sus
pobladores, sino para que se arraiguen con fuentes de trabajo”.
Completó su extraña oración con su gran
fe –minero de corazón es– en la prodigalidad de esta zona minera otrora
en esplendoroso auge, bonanza que se prolongó de 1782 –cuando se
descubrió Mina Grande– hasta 1848, cuando se estuvieron explotando de un
continuo Todos Santos, Veta Tierra, Los Hijos, Dulces Nombres y Los
Muertos.
Socavones abiertos por aquellos
gambusinos obstinados, tozudos, fuertes como roble, de pico y pala,
marro, manero y morral al hombro en el que no faltaba nunca una botella
de café con leche, tapada con un olote, sus tacos de frijoles, de
gallina y colachito salpicados con los picosísimos chilpiltines.
La historia del pasado se repite y el
oro aquel que, por falta de visión de sus primeros explotadores vino a
menos aun cuando los yacimientos minerales sólo se habían rascado por
encima, retorna. En ese tiempo se iban al oro libre que se podía extraer
con los métodos rudimentarios con que contaban, y ahora se repite. Pero
a la pala, al pico y demás, los sustituyen los compañeros, las pistolas
de barrenación y elementos que hacen posible volver sobre las huellas
de sus antepasados y llegar al corazón mismo de las vetas que contienen
el áureo metal y la plata ¡de muy buena ley!
El peregrinar de los jesuitas los llevó
al descubrimiento de San José de Gracia en el siglo XVI, donde habitaba
una raza de indios llamada Cocoyomes. Entonces los indios no sabían que
diariamente caminaban kilómetros y kilómetros –porque eran muy
andariegos– sobre una riqueza que nunca habrían de disfrutar. Corrieron
los años, los indios fueron diezmados por enfermedades y hombres; los
jesuitas, expulsados de México y algunos asesinados, y aquellas aldeas
se perdieron con el tiempo hasta que se efectuó el primer descubrimiento
de la mina más rica de la zona, que fue Mina Grande.
Ya se ha dicho que junto con el
descubrimiento de Mina Grande vienen las demás mencionadas y empiezan
las bonanzas considerables de estos fundos, que en 1848 serían
abandonadas para irse en pos de “la fiebre del oro” que obsesionó a
cientos de mineros, cuyo pensamiento giraba en torno del filón, acuñando
esta frase que ha corrido de boca en boca por generaciones “desde que
el hombre pisó tierra anda detrás del oro”.
En 1878 regresaron los mineros con sus
morrales vacíos y entre ellos llegó Francisco Peraza Martínez,
descubriendo un rico filón en Santo Tomás, y junto con éste Santa Rita y
San Judas. En 1893 vendió las minas a Anglo Mexicana Company, cuyos
trabajos principales los tenía en la mina de El Trigo, ubicada en
Badiraguato.
En 1894 se formaron dos compañías
mineras: La Pirámide, de Antonio Echavarría Aguirre, enclavada en el
cerro de El Rosario, en donde después se fundó la hacienda del mismo
nombre para dar cabida a 800 obreros; y La Purísima, formada por
Sebastián Camacho (subsecretario de Hacienda del entonces secretario
José Ibes Limantour, en el gobierno de Porfirio Díaz).
El veneno de oro continuó hasta 1910,
cuando lo detuvo el estallido de la Revolución. Cuenta la historia que a
raíz del movimiento armado algunos elementos destruyeron gran parte del
equipo de estas minas, las que después fueron rescatadas por el
presidente Venustiano Carranza y devueltas a los mineros que quedaron
aguardando a que se pacificara la República.
Desde esa fecha decreció paulatinamente
la explotación minera hasta llegar a la Segunda Guerra Mundial, cuando
los mineros que existían trabajando aquí eran Herbert Luetman que,
precisamente por ser alemán, fue confinado a prisión en Perote,
Veracruz, y además Francisco de la Rocha Table, Manuel de la Rocha y
Rosario Méndez. Después de la Guerra Mundial, los hermanos Espinoza, de
cuya familia sobrevive –como minero y de los buenos– don Rubén,
trabajaron por medio de la cianuración de jaleras dejadas por los
antiguos para lograr ¡muy buenas leyes de oro!
San José de Gracia entregó generosamente
su riqueza a muchos más –y sin embargo los pobladores aún arraigados en
estas tierras no han salido de su pobreza ancestral–, entre ellos
Francisco Echavarría Aguirre, Miguel Tarriba, Litleton Price, Rosalío
Echavarría Aguirre. En su época, el metal se recuperaba ya con sistemas
actualizados y el rugir de las plantas movidas por vapor ensordecían
varias leguas a la redonda, en contraste con el alegre sonoro silbato de
la locomotora que arrastraba los vagones cargados del rico metal a la
planta beneficiadora.
Fue en esa época cuando los beneficios
eran por amalgamación y fundición del oro, habiéndose fundido barras de
este metal precioso durante todo el tiempo de esa bonanza por más de 12
toneladas de oro. Precisamente en esos años en que en todo el país la
actividad principal era la minería, se acuñó tanta moneda de oro y plata
que nuestro peso fue tan sólido frente a la de otros países que los
viejos mineros nos legaron una frase que habrá que retomar en
conciencia: “nuestro peso a la par con Londres”.
El oro de San José de Gracia en el foro mundial
Reconocido por sus altas leyes el oro de
esta región –que oscila entre los 800 y 900 milésimos (la más alta que
es oro laminado es de los 1 mil milésimos)– reconocido en el foro
mundial, sigue esperando con sus vetas cargadas, no para ser explotado
impunemente, porque se trata de recursos no renovables, pero sí para los
que sinaloenses que hoy recurren a la producción agrícola, ganadera y
pesquera, a la industria y al comercio como únicos medios de producción,
se vuelvan hacia lo que fue “el troncón de en medio” de la economía de
nuestro país, y que si desgraciadamente mucho se perdió por la tibieza y
la indiferencia, permitiendo el saqueo indiscriminado, hoy una nueva
generación de mineros conscientes de la urgencia de crear fuentes de
trabajo están esperando los medios necesarios para acometer la empresa
en grande.
El ayer se vuelve hoy aquí, donde el cantarino
arroyo de San José de Gracia ofrece su concurso con su oro diseminado
llamado “de placer”, entre tanto una población inerme, expectante,
alterna su trabajo eventual en las minas con su magra siembra de
temporal.
El camino aquel que hizo a Francisco
Choza bajarse de la mula para clamar al cielo, está terminado. La vena
ancha, por donde pueden transitar camiones cargados hasta con 15
toneladas es obra del actual gobierno de Antonio Toledo Corro. El sueño
acariciado por décadas por un millar de habitantes, al fin se cumplió.
El equipo, combustible y demás enseres que alimentan la explotación
minera llega ahora por un camino de 83 kilómetros que parte de la
cabecera municipal Sinaloa de Leyva, en 5 horas, cuando antiguamente
había que dar un gran rodeo para lograr esta travesía en 18 horas,
cuando no llovía.
La nueva etapa de la minería en esta
zona incorpora Santa Rosa, Mina Grande, La Libertad, Los Tres Amigos, El
Nuevo Rosario, El Regalado, El Palo Chino, San Nicolás y la vieja mina
La Prieta. El ronroneo de la maquinaria ha roto un silencio de más de 40
años. Se reinicia el baile en espera de que la historia se repita para
estar “a la par con Londres
“La minería en Sinaloa tiene enormes
posibilidades, pues, pese a que las inversiones no son cuantiosas,
considero que lleva un ritmo de desarrollo saludable. Va pisando
terrenos firmes, no que por querer crecer rápido perdamos el control”,
afirmó en su momento el ingeniero Héctor Armando Ug Angulo, entonces
director de la Comisión de Fomento Minero, sucursal Culiacán, después de
anunciar que entraría en operación la planta beneficiadora de Choix, y
poco después la de Badiraguato, con una inversión de 150 millones de
pesos. Era marzo de 1983.
Visitó el licenciado Luis de Pablo
Serna, entonces director General de la CFM, para realizar una gira de
supervisión a los trabajadores de las plantas de Choix y Badiraguato,
ambas ya terminadas, faltándoles únicamente la instalación de la
subestación eléctrica que incluso ya se encontraba en cada una de ellas.
Había y un gran interés en impulsar la minería.
Tanto la planta de Choix como la de
Badiraguato tenían programado procesar oro, plata, plomo, zinc y cobre,
con una capacidad de 150 toneladas por día; las que vendrían a sumarse
con 450 más de otras plantas en instalación y 750 de ampliación. Así, de
una capacidad instalada de mil 380 toneladas diarias, la minería en
Sinaloa elevará su capacidad a 2 mil 880.
Entre las ampliaciones que se
contemplaron: la de La Minita que, de 120 toneladas, se planeaba para
300, y aun cuando llegó el equipo necesario a la unidad, no se procedía a
su instalación.
El presupuesto se redujo en un 50 por
ciento, como consecuencia de la situación crítica que vivía el país, el
ingeniero Armando Ug Angulo señaló que la minería no sufriría menoscabo
dado los magníficos precios de mercado. El oro estaba a 500 dólares la
onza y la plata a 15 dólares la onza.
En Sinaloa se estuvo obteniendo como
promedio 120 kilos de plata diarios y, aunque todos los minerales traen
oro, mencionaba el titular de la CFM que sería difícil hacer una
estimación de lo que se obtiene de este metal.
El apoyo que brindó la Comisión de
Fomento Minero a la minería de Sinaloa, independientemente de las dos
nuevas plantas que entraron ese mismo año (1983) en operación, fue de
250 millones de pesos, 100 de ellos del fondo revolvente para créditos,
más el equipo que se da en arrendamiento, tales como compresoras,
perforadoras, etcétera.
Son 30 las minas que recibieron apoyo
económico y técnico de parte de la CFM, de las cuales se sigue
extrayendo oro, plata, zinc, plomo, esencialmente.
En San Ignacio están localizadas San
Agustín, La Sinaloa, y 20 de Noviembre; en Concordia, Pánuco número 6,
Nueva Luisa, Clemen, La Merced, Nueva Jabalina, Tres Amigos, San Miguel
número 2, La California, San Jorge, San José de Pánuco, Jabalina, Santa
Rosa, Santa Lucía, San Miguel, La Brisa, Nuevo Triunfo, San Fernando,
Santa Ana, Ampliación Santa Ana, Minas del Oro y El Refugio, Nueva
Refugio I, II, III, IV y V, Cordón del Oro, Ampliación San Carlos y
Nueva Trinidad.
En Badiraguato: Mina Grande, Nuevo
Triunfo I, II; La Selva Rica, Mina Grande, Los Robles; De Cosalá, La
Victoria, Dolores, La Franca, Santa Lucía, El Mañana, El Venado, La
India, La Estrella, Sociedad Cooperativa de Santa Cruz de Alayá, la
Media Vuelta, La Buena Fe, La Buena Suerte, La Nueva Verde, Silvia María
y Ampliación Silvia María. En El Fuerte: Ampliación Año Nuevo y Año
Nuevo; en Choix: María de Jesús; de Mocorito, la mina Lupita; y en
Culiacán: Santa Cecilia y Felipe Primera.
En aquel entonces reafirmó el ingeniero
Ug Angulo de la indispensable ampliación en el manejo del equipo de que
disponía la Comisión de Fomento Minero en la sucursal de Culiacán, a fin
de que la reducción del presupuesto no fuera sensible en el desarrollo
de la minería, el que se estaba dando sobre bases firmes, “sin
apresuramientos, a un ritmo saludable”.
Al cierre de 2018, el secretario de
Economía del estado, Javier Lizárraga Mercado, informó que para Sinaloa
“la minería representa un generador de empleos para la zona serrana y un
importante sector para el desarrollo comunitario al invertir con
recursos del fondo minero en obras de alto valor”.
Y es que según datos de la industria y
del propio gobierno, la actividad representa el 1 por ciento del
producto interno bruto en la entidad, y emplea a más de 2 mil personas.
Carmen Aída Guerra MiguelFuente
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