Marcado deterioro amenaza con frenar la operación del Metro

Laura Gómez

Periódico La Jornada
Miércoles 1º de febrero de 2012, p. 41

El deterioro de las instalaciones del Metro es evidente tras 42 años de operaciones. Faltan lámparas, abundan las cuarteaduras, se han colocado plafones para evitar que el techo se colapse por las filtraciones de agua, las áreas de emergencia carecen de hidrantes y extintores, cuelgan los cables de electricidad, los aparatos de vía están cubiertos de basura, hay oficinas abandonadas que sirven de bodegas, en los vagones proliferan los grafitis y son comunes los cajeros automáticos inservibles. Todo esto se ha vuelto parte del paisaje cotidiano para miles de usuarios de ese sistema de transporte.

Es agobiante la presencia de vendedores ambulantes que se turnan en los vagones para vocear sus mercancías, o de indigentes que piden una dádiva, existe saturación de locales comerciales y módulos de venta de dulces y agua, por no mencionar a los llamados toreros que bloquean los pasillos, en los que además proliferan los agujeros, lo mismo que en las escaleras, todo lo cual convierte en auténtico riesgo transitar en el Metro.

Una pasajera menciona que se pueden ver salientes en las paredes que rasgan la media o la falda, o rompen la bolsa del mandado.

La situación, dicen otros pasajeros, empeora cuando llega algún convoy a la estación. Sus nueve vagones –con excepción de las líneas 4 y 6– son insuficientes para que la gente que abarrota el andén aborde al primer intento, sobre todo en las horas pico, "que ahora son casi todo el día" en estaciones como Indios Verdes, Cuatro Caminos, Pantitlán –en sus cuatro conexiones–, Constitución de 1917 y Taxqueña, que son las que registran mayor afluencia promedio en días laborables.

Una vez que uno alcanza a abordar un vagón al tope de su capacidad, dicen, se debe evitar que bolsas, mochilas o portafolios caigan al quedar prensados por las puertas, cuyas protecciones de hule desaparecieron hace tiempo. Estas aglomeraciones no han podido mitigarse ni con la "dosificación" que se ha implementado en los andenes, proceso que es supervisado por policías y vigilantes del Metro.

Los abundantes grafitis y rayones en cristales de puertas y ventanas obstaculizan la visibilidad de los pasajeros, que si no son habituales se confunden y muchas veces equivocan su destino, sobre todo porque han desaparecido las láminas con la identificación de las estaciones en el interior de los vagones o las tienen de una línea distinta a la que transitan. "Es un desmadre, si no sabes, te pasas porque nadie te da chance de salir. Tienes que hacer uso de la fuerza y recibir hasta mentadas para lograrlo, aun cuando te separe un tramo muy pequeño de la puerta, y eso cuando el piso no está levantado o mojado, porque entonces te patinas", afirma otro usuario.

Las constantes filtraciones de agua no sólo han dejado huella en las paredes de las estaciones, sino incluso han provocado que en algunas estén a punto de caer pedazos del techo. La colocación de plafones –láminas de plástico– lo ha evitado, aunque no que el agua escurra por las cubiertas de aglomerado de las paredes, y provoque que estén hinchadas o de plano desprendidas.

Los espacios para emergencas tampoco se salvan. Muchos se han convertido en monumentos a la ausencia de hidrantes o extintores, y s vuelvan basureros; también es visible el daño en los anuncios colocados en pasillos o andenes. En varios se pueden observar estructuras metálicas para cubrir fisuras que el paso del tiempo ha provocado y que no han sido reparadas.

Sin embargo, los usuarios "nos hemos acostumbrado porque sigue siendo el transporte más rápido de la ciudad y el más barato, pero las autoridades deberían gastar un poquito en mejorar sus instalaciones antes de que esté peor".

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