La crisis, una vez más, se descarga sobre las espaldas del pueblo trabajador

18 de noviembre de 2016

En este mes se rememora la siniestra ejecución del Che. El que nos enseñó que ser revolucionario, entre otras muchas cosas, al contrario de ser sólo buena gente, consiste en que al revolucionario ha de dolerle el hígado cuando algo no salga bien.
Viene a propósito de que me duele el hígado por lo mal que van los “asuntos de Estado” para las masas trabajadoras, por lo bien que “los otros” disponen sus jugadas, y lo bien que aparentemente les salen. Por consiguiente, la más elemental noción de la lucha de clases indica que si a ellos bien, a la clase trabajadora, muy mal.
Tienen problemas, pero resuelven. El más inmediato y último obstáculo lo ha resuelto la antes denominada oligarquía —en moderno: IBEX 35—, concluyendo muy luiscatorcemente: “El Estado soy yo”; mandando al compañero Pedro Sánchez al rincón de los trastos. Reafirman de manera clara que incluso la teatralización, las dramatizaciones y componendas pasan por la imposición oligárquica.
Continúan los problemas en el orden político y la inestabilidad se acrecienta. El desafecto hacia el sistema parlamentario burgués se extiende y su máquina, al servicio del gran capital, transmite un putrefacto hedor. Pero se ha de asegurar, por encima de todo, que la marcha monopolista del capital no sea obstaculizada por circunstancias políticas o sociales ajenas. Hay que garantizar en lo posible que la próxima legislatura lidie las dificultades venideras con la máxima fiabilidad. Había que impedir unas terceras elecciones que, previsiblemente, romperían el aparato bipartidista del régimen y que los ¿socialdemócratas? predilectos de la burguesía se convirtieran en algo residual (según todos los pronósticos) y que “los populistas de extrema izquierda” fueran la “oposición”.
El problema del capital reside en su propia marcha, en las condiciones que permitan el mantenimiento o acrecentamiento de sus beneficios. Es el problema económico que continuamente hay que zanjar, y al que no hay que poner trabas desde instancias políticas o sociales. El ordenamiento burgués está para garantizar esa cuestión primordial.
Solamente un insignificante dato para comprobar las dificultades económicas a las que se enfrenta y la coerción a la que se somete la próxima legislatura del régimen: ha de hacer frente a una descomunal burbuja de deuda acumulada que exige para renovaciones y nueva deuda 5 000 millones de euros semanales. La deuda del banco de España con el eurosistema alcanzaba, en julio pasado, 293 100 millones de euros. Además, según un trío de economistas discordantes, no marxistas, los datos económicos que ofrece el Gobierno son falsos; según estos economistas la deuda pública nacional alcanza el 171% del PIB. Una barbaridad.
Mientras, se pretende que la clase trabajadora, partiendo de una situación de profunda pobreza, alcance las más altas cimas de la miseria. Algunos datos. En 2013 el paro juvenil ascendía a algo más del 55%; ahora, según el INE ha “descendido” al 46,5%. Un gran triunfo, teniendo en cuenta los “contratos” temporales por horas o días sueltos, por la galáctica cifra de 200 € mensuales. Además, la emigración juvenil, desde 2009, registra la salida de 218 000 jóvenes viajeras/os por el mundo. El riesgo de pobreza infantil es sólo del 29,6%, hijos de las masas trabajadoras, de graves consecuencias para su desarrollo humano. Segundo país de Europa en desempleo femenino. Trabajos —de mujeres, sobre todo— de 15 o 18 horas semanales por 300 € al mes. ¿Para qué seguir?
Demandan más duras medidas antiobreras y antipopulares, aumentar el sufrimiento y extenderlo a más amplias masas, por lo que no nos queda otra que programar y planificar, desde comités y células, nuestra actividad entre las masas trabajadoras. Con audacia y paciencia, con tenacidad y convicción comunistas.
Cuando tanto nos acosa la postmodernidad, bien está recordar al Che y su dolor de hígado.
Consigamos urgentemente que el hígado nos deje de doler.
Julio Mínguez

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