El hombre que venció el imperialismo
Fidel Castro
Martín Esparza Flores
Distante sólo 120 kilómetros de la
nación más poderosa del mundo, la Cuba del ahora extinto Fidel Castro ha
librado en medio siglo una de las batallas más dignas y heroicas que
un pueblo puede enarbolar ante una política norteamericana
intervencionista que a lo largo de la historia ha impedido a las
naciones de América Latina tener gobiernos que fortalezcan su soberanía y
su desarrollo económico en bien de sus empobrecidas mayorías.
La historia de la Revolución Cubana que
se gestó desde el asalto fallido al cuartel Moncada en 1953 se forjó con
el tesón, entrega y amor a su patria, de un puñado de valientes
encabezados por Fidel Castro, quienes desde su guerra de guerrillas
incubada en la Sierra Maestra, soñaron con una Cuba libre; ilusión
nacionalista que mantuvo viva la llama de su esperanza hasta alcanzar el
triunfo en contra del gobierno del dictador Fulgencio Batista, el 1 de
enero de 1959.
Cuando los revolucionarios cubanos
entraron victoriosos a La Habana, el 9 de enero, la riqueza nacional
cubana era detentada por ambiciosos terratenientes, muchos de ellos
extranjeros que controlaban la producción de caña de azúcar, la
incipiente industria y las refinerías; los habitantes de la isla era
alegres sólo en apariencia porque en el fondo les agobiaba una lacerante
miseria.
Un
millón de cubanos eran analfabetas por lo que entre las primeras
medidas dictadas por el comandante Castro fue iniciar un programa masivo
de alfabetización. Al día de hoy, en Cuba no hay un solo niño que
carezca de alimento, escuela y atención médica, situación que no ocurre
con muchos países del continente, incluido México.
En sus dos primeros años, el gobierno
revolucionario expropió refinerías de capital norteamericano que
buscaban boicotear el proyecto socialista al negarse a procesar crudo de
origen soviético; lo mismo ocurrió con empresas estadounidenses como
las centrales azucareras y las compañías telefónicas y de electricidad.
La promulgación de la Ley Agraria permitió desmembrar latifundios
superiores a las 420 hectáreas donde la explotación a los trabajadores
agrícolas era inhumana. De igual forma se estableció la participación de
los obreros en los beneficios de las empresas donde antes recibían
salarios de hambre a cambio de extenuantes jornadas.
Las medidas adoptadas por Fidel Castro
molestaron al gobierno norteamericano que desde entonces dictó un
embargo en contra de la isla y buscó por todos los medios echar abajo un
gobierno que cimentó sus raíces en una inquebrantable conciencia
popular, a través de fallidas invasiones y más de 600 atentados en su
contra.
En los actuales momentos en que el
neoliberalismo y su capitalismo salvaje hacen crisis en el ámbito global
afectando el nivel de vida y la supervivencia misma de millones de
personas, el discurso revolucionario y humanista del comandante Fidel
Castro debe ser retomado como la bandera de lucha de los oprimidos de
todo el mundo. Su espíritu y su egregia figura perdurarán por siempre y
deberán ser inspiración de las nuevas generaciones por alcanzar un mundo
más justo.
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