Mutilados los principios de la diplomacia mexicana
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El
principio diplomático de respeto a la libre autodeterminación de los
pueblos y la no intervención, que durante el siglo pasado fue sustento
de la política exterior de México y sirvió de valladar, en el campo del
derecho internacional, a las pequeñas naciones en contra de las
agresiones injerencistas de las grandes potencias, se ha convertido, por
obra y gracia de nuestra tecnocracia, en una abierta alianza con los
dictados estadunidenses para atacar al gobierno de Venezuela, como quedó
demostrado en la 47 Asamblea General de la Organización de los Estados
Americanos (OEA), celebrada en Cancún, Quintana Roo.
La sumisión a favor de los criterios
marcados por el gobierno estadunidense en la persona del secretario
general del organismo, Luis Almagro, tuvo como su principal coligado y
promotor nada menos que al canciller mexicano, Luis Videgaray Caso; el
objetivo central de ambos personajes no fue precisamente analizar el
contexto social, económico y político por el que atraviesan las naciones
del continente sino imponer la intromisión del organismo en la
soberanía venezolana en la redacción de un escrito donde se exigía al
gobierno de Nicolás Maduro un calendario electoral y la anulación de la
Asamblea Nacional Constituyente.
Desde mayo pasado, en Washington, tanto
Almagro como Videgaray buscaron maniobrar para que Venezuela aceptara
una agenda que transgredía sus principios como nación libre y soberana,
argumentando la falta de democracia, la represión y violación a los
derechos humanos. En el contexto del encuentro de Cancún y bajo la
aparente premisa de defender los fundamentos democráticos en los 34
países miembros de la OEA, la dupla nuevamente trató de sacar adelante
la aprobación de un documento condenando al régimen de Maduro mediante
hostigantes cabildeos.
Al final no lo consiguieron y obtuvieron
a cambio la respuesta puntual de la canciller venezolana, Delcy
Rodríguez, quien dio un repaso general a Videgaray sobre las violaciones
sistemáticas del gobierno mexicano a los derechos de sus ciudadanos y
le recordó la demanda de justicia por la que aún claman los padres de
los 43 normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos desde septiembre del
2014. La canciller Rodríguez habló también de las desapariciones
forzadas y las ejecuciones extrajudiciales en México, mismas que
constituyen una permanente violación a los derechos humanos.
Ya con antelación, y luego de que el
secretario de Relaciones Exteriores de México asegurara en una
entrevista que Venezuela “no es una democracia; estamos viendo rasgos
francamente autoritarios”, Delcy Rodríguez había replicado al
funcionario que México era presa del narcotráfico, la violencia social y
el asesinato de periodistas figurando como uno de los países más
peligrosos del mundo. Luego de tan puntual reconvención, a Videgaray
Caso le ajustó como traje a la medida el aforismo de ver la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio.
Indudable que en el actual escenario de
crecientes agresiones del gobierno estadunidense, con Donald Trump al
frente, la OEA dejó ver sin recato alguno su función de brazo ejecutor
Estados Unidos. Entre los asuntos abordados ni Luis Almagro ni el
anfitrión Luis Videgaray, incluyeron temas como la cancelación de las
relaciones diplomáticas con Cuba firmadas por Barack Obama y anuladas
hace unas semanas de manera unilateral por Trump.
El uruguayo Almagro había manifestado en
mayo de 2015, a su llegada al cargo, que sería una “prioridad de su
mandado” el reingreso de la nación caribeña al seno de la OEA, de donde
fue expulsada en 1962 luego del triunfo de la revolución socialista.
Como los demuestran los hechos, en 2 años “las prioridades” de
secretario general cambiaron diametralmente.
En la cumbre de Cancún tampoco se dio un
pronunciamiento enérgico contra la construcción del muro en la frontera
con México ni por el retiro de los Estados Unidos del acuerdo de París,
concerniente al problema global del cambio climático, puntos sugeridos
por la canciller venezolana durante la 47 Asamblea del organismo
continental. El diálogo invocado por los detractores de Maduro como
instrumento de solución al conflicto venezolano no fue exigido en la
misma correspondencia al gobierno estadunidense para modificar su
actitud beligerante.
El epílogo dejado sobre la mesa de los
debates en el evento de la OEA por los diplomáticos venezolanos fue
tajante: el organismo se ha convertido, a 69 años de su fundación, en un
instrumento para socavar los derechos de las naciones. Su historia
misma y su génesis se han encargado de poner en tela de juicio su
imparcialidad como un instrumento válido para resolver los problemas de
los 34 países miembros, y menos para salvaguardar la democracia.
Por ejemplo, nada hizo la OEA para
evitar que en 1954 un grupo de mercenarios derrocaran en Guatemala al
gobierno del presidente Jacobo Arbez, por oponerse a los intereses de la
empresa estadunidense United Fruit Company. O la invasión de la
República Dominicana, en 1965, por 42 mil marines yanquis.
Tampoco alzó la voz durante la invasión de Fuerzas británicas a las
Islas Malvinas de Argentina, en 1982. Estados Unidos no únicamente
otorgó su apoyo político y militar a Gran Bretaña sino que impuso
sanciones económicas al gobierno argentino. La OEA dócilmente guardó
silencio, lo mismo que durante el golpe militar a Granada en 1983.
No puede dejar de mencionarse que sus
organismos, como la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos
(CIDH), se han convertido en un apéndice más de los intereses
estadunidenses y de las poderosas trasnacionales y esto se explica
porque los recursos que permiten su funcionamiento son aportados en
buena parte por el gobierno de estados Unidos, por lo que su verdadera
función no es resolver las violaciones a los derechos humanos y los
múltiples despojos de grupos sociales e indígenas sino desviar la
atención al origen de los graves conflictos sociales al darse un
creciente saqueo a los recursos naturales en todo el continente,
aplicando un terrorismo de Estado donde participan las fuerzas
policiales y castrenses.
El deterioro en la credibilidad e
imparcialidad de la OEA parecen condenarla a una desintegración gradual y
constante; la fundación de organismos como la CELAC (Comunidad de
Estados Latinoamericanos y Caribeños), donde no se incluyeron ni a
Canadá ni Estados Unidos, es una muestra de la búsqueda de alternativas
reales de representación más adecuadas para la legítima defensa de los
intereses de los países latinoamericanos.
La dirigencia de Luis Almagro se ha
convertido, al igual que la de muchos de sus antecesores, en instrumento
injerencista, en este caso en la crisis política que enfrenta
Venezuela. Pero ya de tiempo atrás la OEA se mostró también apática con
los golpes parlamentarios registrados en Paraguay (2012) y Brasil
(2016). Esta última nación ahora debe soportar a un ambicioso y
extraviado Michel Temer, que además de haber borrado los programas
sociales de la depuesta presidenta, Dilma Rousseff, ha desatado una
incontenible ola de corrupción y descontento social.
LA OEA que dice velar porque la voluntad
de los pueblos se cumpla, consintió que el golpe “institucional” contra
Rousseff dejara sin su representante legítima a 54 millones 500
brasileños que dieron voto para llevarla a la Presidencia.
Ahora con la vergonzosa actitud del
“aprendiz de canciller”, Luis Videgaray, México echa por la borda su
tradición diplomática y se suma como un alfil más en el tablero de las
jugadas políticas que el gobierno estadunidense hace con el
incondicional apoyo de la OEA, buscando derrocar al gobierno de Nicolás
Maduro. El petróleo y las riquezas naturales de Venezuela son el
verdadero objetivo y no la manipulada defensa de la democracia y los
derechos humanos. Para Trump y sus trasnacionales esos temas son meras
patrañas.
Martín Esparza Flores*
*Secretario general del Sindicato Mexicano de Electricistas
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