Tlahuelilpan: cuando la ordeña de ductos transformó a un pueblo de agricultores
PROCESO
TLAHUELILPAN, Hgo. (Proceso).– A través de la luz que proyecta un reflector se dibujan las siluetas rígidas de cuerpos calcinados sobre una tierra carbonizada. Están regados y en posiciones disímbolas: uno quedó bocarriba, con los brazos al aire, sus manos como garras y su rostro con un rictus de dolor.
Son las 2:00 de la madrugada del sábado 19. Siete horas antes el lugar parecía una fiesta: cientos de hombres y mujeres, muchos de ellos acompañados de niños, se amontonaban debajo de un géiser de gasolina de más de 10 metros de altura expulsado de una toma clandestina abierta en el ducto de Tuxpan a Tula. Decenas de lugareños recogían el combustible con cubetas y bidones ante la mirada impávida de soldados.
“Se desbordó la gente; hubo euforia para llenar bidones”, admitió el gobernador de Hidalgo, Omar Fayad Meneses.
A las 18:56 horas la euforia se convirtió en pánico. El combustible se incendió y una aterradora llama transformó la milpa en un infierno. Hombres y mujeres corrían incendiados como antorchas lanzando alaridos de dolor; otros se revolcaban en el pasto y la tierra para aplacar las llamas, ayudados por vecinos que no fueron alcanzados por el fuego. Las autoridades decían que hubo 21 muertos al instante y que otros 71 lugareños sufrieron quemaduras de distintos grados. Medio centenar se reportaban como desaparecidos.
En la madrugada del sábado 19, sobre el terreno, el reportero Mathieu Tourliere contó 54 cuerpos calcinados. Estaban regados alrededor de la toma clandestina. Con el avanzar de las horas el número de fallecidos llegaría a 66.
Tlahuelilpan se encuentra a 124 kilómetros al norte de la Ciudad de México, a siete kilómetros del Arco Norte y apenas 15 kilómetros de Tula, Hidalgo.
La mitad de los pobladores se dedica a la agricultura. Cultivan alfalfa –casi 50% de la superficie cultivable se destina a esa leguminosa–, así como maíz, chile, calabaza, tomate, jitomate y frijol. Otro 35% trabaja en empresas cercanas, como la Refinería y la Termoeléctrica de Tula; 10% se dedica al comercio en pequeña escala.
En 1974 Petróleos Mexicanos firmó acuerdos con los agricultores del municipio para que permitieran que bajo sus tierras pasaran los ductos que transportan combustibles. Los pobladores sabían que los señalamientos amarillos de “no excavar, no construir, no perforar”, eran zonas de riesgo, pero desde hace dos años se volvieron la guía para perforar y extraer hidrocarburos de los ductos.
Antes circulaban por las carreteras camiones cargados de pacas de alfalfa, fresca o seca. Desde hace aproximadamente dos años esos camiones esconden contenedores de gasolina. También se disparó la venta de garrafones y bidones de plástico en los tianguis de los martes y en los comercios improvisados al pie de la carretera.
En una población con ingresos precarios, esa actividad ilegal reactivó la economía de la zona.
El parque vehicular creció también en Tlahuelilpan, así como en los municipios aledaños de Tezontepec, Tlaxcoapan y Tula. El combustible barato permitió tener más autos. Hoy Tlahuelilpan padece congestión vehicular.
En Tezontepec comenzaron a enfrentarse grupos rivales que llegan a cargar gasolina. Las muertes se fueron extendiendo conforme se fueron involucrando en el saqueo personas en condiciones de pobreza, que de pronto se encontraron con camionetas y dinero.
En tan sólo dos años, un modesto empleado vestido de uniforme naranja que suele trasladarse en camión a su trabajo en la Refinería de Tula puede ganar tanto dinero que puede remodelar su vivienda y comprarse un vehículo del año.
En los últimos seis meses se han escuchado balaceras en las calles de las colonias cercanas a Tlahuelilpan. En Cerro de la Cruz agentes de la policía que intentaron asegurar depósitos clandestinos fueron golpeados en dos ocasiones.
Los dueños de los campos de cultivo comenzaron a observar entre sus parcelas a mujeres y hombres con celular y vestidos de forma poco adecuada para el trabajo agrícola.
“Son halcones y no nos hacen nada a los que ya nos conocen”, cuenta un agricultor que cada semana recorre su parcela en los campos de Tezontepec, donde cruza otro de los ductos que va de Tula a Salamanca.
De manera paralela, una oleada de trabajadores de Tamaulipas y Veracruz llegaron a la zona a trabajar en la Refinería Miguel Hidalgo, instalada a seis kilómetros de Tula, muy cerca de Tlahuelilpan. Muchos de esos empleados, quienes viven en condiciones de privilegio, ayudan a abrir las tomas clandestinas.
En Tlahuelilpan –un municipio conflictivo, según los pobladores– los delitos de robo de auto y a casas habitación comenzaron a declinar, pues los delincuentes cambiaron de giro: hoy se dedican al robo de combustible.
Los huachicoleros de la región venden gasolina hasta a cinco pesos el litro. Primero la ofrecían de manera discreta, pero a mediados de 2018 abrieron sus casas para vender el combustible.
El 18 de agosto de 2015 hubo una fuga en uno de los ductos de Pemex que pasan por el municipio. Las autoridades locales desalojaron a un sector de la población y lo albergaron en el auditorio municipal.
El 17 de mayo de 2017 se registró la primera gran fuga en el ducto que va de Tuxpan a Tula, cerca del lugar que hoy enluta a Tlahuelilpan. El combustible corrió por algunos de los canales de aguas negras que riegan los cultivos de la zona.
Ese día también la gente se lanzó a los canales para llevarse la gasolina que flotaba sobre el agua. Los agricultores, que comenzaron comprando combustible barato para sus autos, hicieron grandes filas a la orilla del canal.
El año pasado, esta comunidad enfrentó cinco fugas de gasolina y tres incendios en los ductos. En uno de ellos Ángel Barañano, director de Protección Civil del municipio, salvó la vida de los lugareños y se convirtió en héroe.
Los pobladores desconocen si existe un protocolo de seguridad en caso de fuga de combustible, simulacros o información al respecto.
Guadalupe López Aguilar vive a unos 100 metros del ducto. La tarde del viernes 18 pasaron por su calle decenas de personas con bidones, jarras y botellas. A lo lejos veía el géiser que escupía gasolina a 10 metros de altura.
“Ya era una toma vieja”, sostiene. Apunta con el dedo a la distancia y dice: “Hay una aquí, otra allá, otra más allá”.
Un vecino que pide omitir su nombre coincide: “Esa toma tenía dos años, pero de medio año para acá se agudizó el problema; todos sabían de su existencia: las autoridades municipales, estatales y hasta los militares. ¿Por qué no hicieron nada?
Él y doña Guadalupe recuerdan que un grupo de militares resguardaba la zona en el momento en que la población saqueaba el combustible.
“¿Por qué no les dijeron que había riesgo, que no debían entrar? Ahorita llega el gobierno federal y puro show”, señala el vecino.
Doña Guadalupe deplora: “Esto se pudo evitar”.
Los militares que forman parte del cerco de seguridad en la zona se pasean con las armas hacia abajo. “Sí estábamos cuando salió la gasolina y llegó la gente, pero ellos (los huachicoleros) tienen una estrategia: mandan a las mujeres y a los niños por delante y no podemos hacer nada”, dice uno de los soldados.
A las 00:45 horas del sábado 19 el presidente Andrés Manuel López Obrador llegó a la zona de la tragedia. Con semblante adusto, ingresó rápidamente al Colegio de Bachilleres de Tlahuelilpan, donde se unió a los integrantes de su gabinete.
–¿Cambia la estrategia? –preguntó alguien.
–No, no cambia… Al contrario. Esto desgraciadamente demuestra que hay que terminar con esta práctica que llevó a esta tragedia.
Y añadió: “No es sólo este municipio ni este estado. Es una práctica que se ha generalizado; la gente no ha tenido alternativas. Vamos a darle oportunidades para que no sean obligados a tomar este camino riesgoso”.
Y prometió: “Habrá más vigilancia y atención”.
Es la misma madrugada y cientos de pobladores, desesperados y ansiosos, rompen la valla de los militares e ingresan al lugar de la tragedia. Caminan sobre la tierra calcinada. Cuando ven un cuerpo lo alumbran con sus celulares. Angustiados, buscan a sus familiares y conocidos.
Se escucha un llanto desgarrador. Una mujer acaba de identificar el cuerpo de su hijo, tendido a unos metros de distancia de la toma clandestina. Los vecinos guardan silencio en solidaridad. El luto es colectivo.
Este reportaje se publicó en la edición 2203 de la revista Proceso que ya empezó a circular.
Fuente
Comentarios