Las estufas ahorradoras de leña en Yucatán, proyecto que ha perdurado en comunidades de la península

Enviada
Periódico La Jornada
Lunes 18 de marzo de 2019, p. 7
Tekax de Álvaro Obregón, Yuc., En comunidades mayas de la península de Yucatán, una estufa ahorradora de leña va más allá del objeto en sí mismo: es el reflejo de historias de vida, la vía por la que mujeres indígenas han transitado para participar de forma activa y ser ejemplo de la necesidad de entender el contexto cultural, social y las condiciones ambientales antes de desplegar programas que incluyan la entrega de bienes.
El uso de fogón de tres piedras es el método tradicional para cocinar en esta zona del país. A ras de suelo, dentro de las casas, el fuego se enciende en el centro de las rocas y el humo inunda la habitación. El hollín sirve para espantar insectos y cubre las hojas de palma de guano con el que están hechos los techos, lo que prolonga su vida útil.
Sin embargo, las mujeres, quienes son las encargadas de cocinar y tortear, se ven expuestas a las llamas y al tizne que llega directamente a los pulmones; los niños también son vulnerables a los accidentes. Además, el uso de leña contribuye a la degradación forestal.
Hecha con materiales locales
En este contexto, agrupaciones como el brazo empresarial de la asociación civil U’yool’ché, la cooperativa Túumben K’óoben (del maya nuevo fogón) y el Fondo Mexicano para Conservación de la Naturaleza (FMCN), han desplegado esfuerzos a través de la introducción de ecotecnias como estufas ahorradoras de leña y ollas solares.
El FMCN ha recibido financiamiento del Fondo Canadá para Iniciativas Locales que se aplica en programas de capacitación e introducción de tecnologías, y en 2015 colaboró con Túumben K’óoben.
Desde el hogar de la señora Marcia Chanche Moo, en el pueblo de Salvador Alvarado (San Agustín), situado en el municipio de Tekax, Yucatán, Dulce Magaña –coordinadora del proyecto Túumben K’óoben– cuenta que ha sido largo el camino para la cooperativa.
En 2006, cuando comenzó su proyecto y construyeron las primeras estufas en la región, no se habían tenido en cuenta el diseño, ubicación y hasta el material del mueble (principalmente sascab –roca calcárea que se utiliza en esta zona para construir– cal, pegazulejo y otros de tipo orgánico que sirven de aglutinante) , por lo que una gran parte de éstas no se utilizaron. Tras haber supervisado mil artefactos y hacer adecuaciones, encontraron que cerca de 70 por ciento aún está en uso.
Aprendimos que la base tiene que ser decisión de la usuaria y los modelos deben atender las necesidades locales, explica Dulce. Además, se requiere que los materiales sean de fácil acceso regional.
Desde que se levanta, como a eso de las seis y media de la mañana, doña Marcia –una de las beneficiarias desde hace nueve años de una estufa ahorradora– prende la candela para poner nixtamal; frijoles y hasta el agua con la que se bañará por la tarde. Aquí se cocina el desayuno, la comida y la cena. Lleva una gasa en en el dedo gordo de su pie derecho porque es diabética y cocinar con el fogón de tres piedras le implicaría mucho malestar.
Además, cuenta que una de sus dos hijas se recibió como chef y usa el mueble para cocinar. Hace poco, cuando hubo que darle mantenimiento a la estufa, la joven veinteañera tuvo que preparar platillos en el fogón tradicional: “Lloraba y decía ‘ya no quiero usar eso nunca’”, recuerda entre risas.
Para entrar en una comunidad se requiere un líder, agrega Dulce. Así se echa mano de promotoras que viajan para tomar talleres y explica a las demás los beneficios y operación de este mueble: Permite tener poder de gestión con organización.
Por ejemplo, las mujeres de Salvador Alvarado: luego de las estufas siguieron los talleres de costura y después el apoyo para hacer hamacas. Hoy venden sus productos a los visitantes que pasan por el ejido.
Otra lección aprendida es la necesidad de involucrar al beneficiario con algún sistema de crédito. Enrique Cisneros Tello, del Fondo Mexicano para Conservación de la Naturaleza, dice: lo que tú compras, lo cuidas.
Dulce detalla que en la localidad de Chunhuás, en Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, se han otorgado 35 microcréditos para las estufas y en cuatro comunidades suman 120. La regla es que el beneficiario no debe estar comprometido previamente con más de dos préstamos.
La lógica que debe prevalecer en un futuro, dice Cisneros, es escuchar las experiencias de asociaciones locales para evitar dispendio de recursos por la entrega de tecnología que dejarán en el olvido.

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