Bolivia, elementos para entender su crisis
Es, por lo tanto, doloroso que los acontecimientos de los últimos días hayan precipitado a Bolivia hacia una crisis de grandes proporciones. La situación es caótica: rompimiento del orden constitucional, el cual será enormemente difícil reconstruir; derrumbe de las instituciones gubernamentales, que deja en manos de la derecha radical la tarea de gobernar y, posiblemente, organizar elecciones; violencia y descontrol entre los sectores del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido fundado por Morales, cuyas actividades son difíciles de encauzar con su líder en el exilio, y dudas sobre el poder que ejercerán (o no) las fuerzas armadas.
Esos descontentos se hicieron evidentes desde 2016, cuando Morales perdió el referéndum para modificar la constitución de manera que le permitiera gobernar casi indefinidamente. Esa derrota fue una primera señal. Sin embargo, mediante una peculiar interpretación de la ley electoral, relacionada con sus derechos humanos, Evo se mantuvo en el poder intentando de nuevo la reelección en 2019, esta vez en un ambiente poco favorable interna y externamente.
Desde el punto de vista externo es necesario tomar en cuenta la corriente hacia la derecha que se impuso en América Latina en 2018. Imposible, perder de vista lo que significó para las tendencias políticas en la región la destitución de Dilma Rousseff, el encarcelamiento de Lula y, finalmente, el triunfo del presidente Jair Bolsonaro en Brasil, representante de la derecha radical, ligado a los militares de los años de la dictadura; agresivo en materia internacional bajo su consigna de “limpiar América Latina de los regímenes socialistas que tanto daño han causado”.
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No es ocioso señalar el significado del gobierno de Bolivia para quien alberga el propósito de fortalecer un mapa político en América Latina, alejado de las “tentaciones socialistas”, Brasil, en particular. Bolsonaro tiene elementos poderosos para ejercer influencia en Bolivia por la cercanía con adversarios de Morales ubicados en la vecina ciudad de Santa Cruz. Asimismo por la posibilidad de presionar económicamente mediante la amenaza, explícita o tácita, de suspender sus compras de gas.
La influencia del mencionado grupo de los cuatro, decidido a fortalecer el papel de la OEA en las elecciones de Bolivia, se advirtió en dos vertientes. Primero, alentando que se diera a la Misión de Observadores Electorales atribuciones que no habían sido ejercidas por misiones anteriores. Por ejemplo, al haber hecho declaraciones sobre la necesidad de proceder a una segunda vuelta antes de que hubiera terminado el conteo de votos.
El segundo aspecto novedoso fue la insólita repercusión mediática que tuvieron las opiniones de la Misión de Observadores. Rápidamente los medios de comunicación, escritos y audiovisuales comenzaron a popularizar la idea de un fraude, a sobredimensionar la imagen de una dictadura, asociada a personajes tan condenables internacionalmente como Maduro.
No se mencionaba el hecho de que, en realidad, Morales estaba muy cerca de 10% por encima de su rival, Carlos Mesa. Debilitado respecto de su popularidad anterior, mantenía, sin embargo, el apoyo de cerca de 50% de los electores.
Ahora bien, lo importante de ese documento fueron las frases contundentes de las conclusiones: “Se encontraron irregularidades que van desde muy graves hasta indicativas. Esto lleva al equipo técnico auditor a cuestionar la integridad de los resultados de la elección del 20 de octubre pasado”.
A partir de esas frases se orquestó con gran habilidad una condena definitiva del gobierno de Morales: fraude, dictadura, sin respeto por la democracia.
De ninguna manera quiero centrar la culpa de la dramática evolución de los acontecimientos de Bolivia en una manipulación mediática. Coincido con quienes ponen la mayor responsabillidad en el empeño de Evo de mantenerse en el poder, menospreciando así los requisitos para consolidar un régimen verdaderamente democrático. Dicho empeño fue el caldo de cultivo para que pudiese prosperar una propaganda demoledora y el rápido desmoronamiento de un gobierno considerado, desde otra perspectiva, uno de los más exitosos en América Latina.
Las enseñanzas de la tragedia boliviana son múltiples. Dos de ellas sobresalen: el precio de no soltar el poder y la manera en que las corrientes hacia la derecha contaminan el conjunto de la vida política mediante medios sutiles y poderosos.
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