Derramamos sangre pero queda un Irak "estable y próspero", se ufana Panetta
Kim Sengupta
The Independent
Periódico La Jornada
Viernes 16 de diciembre de 2011, p. 28
Ocho años y tres meses después de "liberar Irak", en un periodo que se caracterizó por una salvaje revuelta que costó la vida a decenas de miles y que dejó destrozada a la sociedad, Estados Unidos ha puesto fin, formalmente, a la guerra en el país del golfo Pérsico.
Después de que se retiró la bandera de las fuerzas estadunidenses en el "último puesto" militar estadunidense, el secretario de Defensa, Leon Panetta, dijo a los soldados: "ustedes se retiran con un gran orgullo, un orgullo duradero, seguros de que su sacrificio ha servido al pueblo iraquí a derrocar a una tiranía y dar esperanza de un futuro próspero y pacífico a las generaciones por venir".
Esta ceremonia duró sólo 48 minutos para limitar la posibilidad de un atentado, y se llevó a cabo detrás de las muy altas y fortificadas paredes que rodean el aeropuerto de Bagdad. "Derramamos aquí mucha sangre", reconoció Panetta, quien insistió: "el objetivo de nuestra misión fue convertir éste en un país soberano e independiente, con capacidad de gobernarse y garantizar su propia seguridad".
No lejos de donde se pronunció este discurso, se halla la desalentadora evidencia que desafía las aseveraciones estadunidenses de que están saliendo de una tierra estable y próspera. Más de 8 mil personas habitan en un campamento cercano, en un baldío de lodo y aguas fétidas en que se construyeron chozas con trapos y madera de desecho.
Los habitantes del campamento son sólo parte del millón 300 mil desplazados dentro de su propio país, quienes huyeron de sus hogares debido a la violencia sectaria provocada por la guerra. Hay otro millón 600 mil personas que huyeron a países vecinos de Irak, principalmente Jordania y Siria. Quienes están en esta última nación, cuyo nivel de violencia asciende, tendrán que buscar otro lugar seguro.
Existe otro tercer grupo particularmente vulnerable: unas 70 mil personas que trabajaron para el ejército estadunidense durante la invasión y a quienes se les prometió que serían recibidas como refugiados en Estados Unidos, pero muy poco se ha hecho para cumplir esta promesa. Cuando Barack Obama hacía su campaña presidencial, hace cuatro años, criticó a la administración de su antecesor, George W. Bush al afirmar: "los iraquíes que nos apoyaron son ahora objetivos de asesinato, y nuestras puertas siguen cerradas. Así tratamos a nuestros amigos".
En 2008, el Congreso estadunidense aprobó una ley para otorgar a 25 mil personas visas especiales de migración, pero sólo 3 mil de ellas han sido procesadas durante el gobierno de Obama.
De los desplazados dentro de Irak, unos 450 mil están en las peores condiciones, hacinados en 380 campamentos urbanos en todo el país. Tienen muy limitado acceso agua potable, sanidad y atención médica. Muchas de estas personas, acusadas de crear asentamientos ilegales, no pueden obtener los documentos que necesitan para registrarse en la seguridad social, solicitar un empleo o inscribir a sus hijos en la escuela. La tensión y la claustrofobia que causa esta existencia ha llevado a un aumento en los problemas sicológicos, especialmente entre niños, y también se ha incrementado la violencia doméstica.
Hakim Ibrahim, albañil desempleado, de 47 años, ha estado el en campamento Al Rahlat, en el enclave chiíta de Ciudad Sadr durante los últimos dos años junto a su esposa y cuatro hijos. "Nos estábamos quedando con mi hermano y su familia, pero éramos 11 viviendo en un departamento de dos cuartos. Se volvió imposible", señaló.
"Los policías nos dicen que volvamos a casa, pero ¿cuál casa? Vivíamos en Adamiya (región poblada principalmente por sunitas) y tuvimos que escapar porque querían matarnos. Eso fue hace cuatro años y sé que alguien ya vive con su familia en mi casa. Las condiciones de vida aquí son pésimas, pero si volvemos a Adamiya no estaremos seguros".
La turbulenta historia reciente de Irak ha repercutido en la familia de Amal (no es su verdadero nombre). El esposo de esta mujer murió en la guerra contra Irán y su hijo, Akram, fue ejecutado por el régimen de Saddam Hussein por haberse unido a un grupo clandestino de oposición. Su segundo hijo, Mazruq, murió en un ataque sectario. Amal vive en un campamento con su hija, Radwa, y tres de sus nietos. No ha recibido la compensación que le corresponde según lo establecido por el gobierno iraquí, como apoyo para las víctimas civiles de la guerra.
El Comité Internacional de Rescate, que provee de asistencia humanitaria a personas que se encuentran en situación similar a la de Amal, comentó sobre este tipo de casos: "al tiempo que el gobierno estadunidense retira a sus tropas, deja tras de sí a una región en crisis. Estados Unidos tiene la responsabilidad de socorrer a quienes resultaron desplazados durante la guerra que ellos comenzaron y proteger a los más vulnerables".
Laura Jacoby, miembro del comité en Bagdad, agregó: "nuestra principal preocupación es que al irse las fuerzas estadunidenses, los donantes internacionales se irán también. El gobierno iraquí está organizando ayuda, pero tenemos problemas muy serios tanto dentro de Irak, como en Siria y Jordania".
Familia Hayali
Lo que ocurrió con Mohamed y Nadia Hayali, una preja que criaba a dos niños pequeños en Bagdad cuando Irak fue invadido por fuerzas estadunidenses y británicas es una punzante ilustración de cómo han sido destruidas vidas a consecuencia de la violencia.
Los conocí en 2004, 18 meses después de que Bush declaró la "misión cumplida". Aunque la insurgencia crecía, había cadáveres en las calles, bombardeos continuos y cortes de electricidad, los Hayali esperaban que la paz llegara pronto.
Nadia, chiíta de 39 años, y Mohamed, sunita de 40, vivían en un barrio "mixto" de clase media en el que, anteriormente, las etiquetas sectarias no importaban. Un año más tarde, todo había cambiado para peor. A diario había atentados suicidas con bomba, escuadrones de la muerte recorrían las calles y los secuestros se volvieron comunes. Mi visita a su hogar tuvo que ser cuidadosamente planeada. Grupos de hombres con lentes oscuros recorrían el lugar a bordo de Audis y BMW; se trataba de insurgentes en busca de unidades de patrullaje estadunidenses o iraquíes.
El éxodo de la clase media de Irak había comenzado. Los Hayali, como muchos otros, decidieron irse. “¿Qué queda ahora? Todo el lugar está destruido. Eso es lo que la ‘liberación’ hizo por nosotros”, dijo Mohamed.
Él no sobrevivió. Poco después, Nadia, Mohamed, su hijo de diez años, Abdullah, y su hija de ocho, Dahlia, fueron capturados por milicianos sunitas que buscaban "informantes".
Mohamed estaba ahorrando para poner un pequeño negocio, y eso lo llevó a contactar a funcionarios del gobierno. Fue ejecutado de un balazo en la cabeza. Nadia vive ahora con sus hijos en Suecia.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
Fuente
The Independent
Periódico La Jornada
Viernes 16 de diciembre de 2011, p. 28
Ocho años y tres meses después de "liberar Irak", en un periodo que se caracterizó por una salvaje revuelta que costó la vida a decenas de miles y que dejó destrozada a la sociedad, Estados Unidos ha puesto fin, formalmente, a la guerra en el país del golfo Pérsico.
Después de que se retiró la bandera de las fuerzas estadunidenses en el "último puesto" militar estadunidense, el secretario de Defensa, Leon Panetta, dijo a los soldados: "ustedes se retiran con un gran orgullo, un orgullo duradero, seguros de que su sacrificio ha servido al pueblo iraquí a derrocar a una tiranía y dar esperanza de un futuro próspero y pacífico a las generaciones por venir".
Esta ceremonia duró sólo 48 minutos para limitar la posibilidad de un atentado, y se llevó a cabo detrás de las muy altas y fortificadas paredes que rodean el aeropuerto de Bagdad. "Derramamos aquí mucha sangre", reconoció Panetta, quien insistió: "el objetivo de nuestra misión fue convertir éste en un país soberano e independiente, con capacidad de gobernarse y garantizar su propia seguridad".
No lejos de donde se pronunció este discurso, se halla la desalentadora evidencia que desafía las aseveraciones estadunidenses de que están saliendo de una tierra estable y próspera. Más de 8 mil personas habitan en un campamento cercano, en un baldío de lodo y aguas fétidas en que se construyeron chozas con trapos y madera de desecho.
Los habitantes del campamento son sólo parte del millón 300 mil desplazados dentro de su propio país, quienes huyeron de sus hogares debido a la violencia sectaria provocada por la guerra. Hay otro millón 600 mil personas que huyeron a países vecinos de Irak, principalmente Jordania y Siria. Quienes están en esta última nación, cuyo nivel de violencia asciende, tendrán que buscar otro lugar seguro.
Existe otro tercer grupo particularmente vulnerable: unas 70 mil personas que trabajaron para el ejército estadunidense durante la invasión y a quienes se les prometió que serían recibidas como refugiados en Estados Unidos, pero muy poco se ha hecho para cumplir esta promesa. Cuando Barack Obama hacía su campaña presidencial, hace cuatro años, criticó a la administración de su antecesor, George W. Bush al afirmar: "los iraquíes que nos apoyaron son ahora objetivos de asesinato, y nuestras puertas siguen cerradas. Así tratamos a nuestros amigos".
En 2008, el Congreso estadunidense aprobó una ley para otorgar a 25 mil personas visas especiales de migración, pero sólo 3 mil de ellas han sido procesadas durante el gobierno de Obama.
De los desplazados dentro de Irak, unos 450 mil están en las peores condiciones, hacinados en 380 campamentos urbanos en todo el país. Tienen muy limitado acceso agua potable, sanidad y atención médica. Muchas de estas personas, acusadas de crear asentamientos ilegales, no pueden obtener los documentos que necesitan para registrarse en la seguridad social, solicitar un empleo o inscribir a sus hijos en la escuela. La tensión y la claustrofobia que causa esta existencia ha llevado a un aumento en los problemas sicológicos, especialmente entre niños, y también se ha incrementado la violencia doméstica.
Hakim Ibrahim, albañil desempleado, de 47 años, ha estado el en campamento Al Rahlat, en el enclave chiíta de Ciudad Sadr durante los últimos dos años junto a su esposa y cuatro hijos. "Nos estábamos quedando con mi hermano y su familia, pero éramos 11 viviendo en un departamento de dos cuartos. Se volvió imposible", señaló.
"Los policías nos dicen que volvamos a casa, pero ¿cuál casa? Vivíamos en Adamiya (región poblada principalmente por sunitas) y tuvimos que escapar porque querían matarnos. Eso fue hace cuatro años y sé que alguien ya vive con su familia en mi casa. Las condiciones de vida aquí son pésimas, pero si volvemos a Adamiya no estaremos seguros".
La turbulenta historia reciente de Irak ha repercutido en la familia de Amal (no es su verdadero nombre). El esposo de esta mujer murió en la guerra contra Irán y su hijo, Akram, fue ejecutado por el régimen de Saddam Hussein por haberse unido a un grupo clandestino de oposición. Su segundo hijo, Mazruq, murió en un ataque sectario. Amal vive en un campamento con su hija, Radwa, y tres de sus nietos. No ha recibido la compensación que le corresponde según lo establecido por el gobierno iraquí, como apoyo para las víctimas civiles de la guerra.
El Comité Internacional de Rescate, que provee de asistencia humanitaria a personas que se encuentran en situación similar a la de Amal, comentó sobre este tipo de casos: "al tiempo que el gobierno estadunidense retira a sus tropas, deja tras de sí a una región en crisis. Estados Unidos tiene la responsabilidad de socorrer a quienes resultaron desplazados durante la guerra que ellos comenzaron y proteger a los más vulnerables".
Laura Jacoby, miembro del comité en Bagdad, agregó: "nuestra principal preocupación es que al irse las fuerzas estadunidenses, los donantes internacionales se irán también. El gobierno iraquí está organizando ayuda, pero tenemos problemas muy serios tanto dentro de Irak, como en Siria y Jordania".
Familia Hayali
Lo que ocurrió con Mohamed y Nadia Hayali, una preja que criaba a dos niños pequeños en Bagdad cuando Irak fue invadido por fuerzas estadunidenses y británicas es una punzante ilustración de cómo han sido destruidas vidas a consecuencia de la violencia.
Los conocí en 2004, 18 meses después de que Bush declaró la "misión cumplida". Aunque la insurgencia crecía, había cadáveres en las calles, bombardeos continuos y cortes de electricidad, los Hayali esperaban que la paz llegara pronto.
Nadia, chiíta de 39 años, y Mohamed, sunita de 40, vivían en un barrio "mixto" de clase media en el que, anteriormente, las etiquetas sectarias no importaban. Un año más tarde, todo había cambiado para peor. A diario había atentados suicidas con bomba, escuadrones de la muerte recorrían las calles y los secuestros se volvieron comunes. Mi visita a su hogar tuvo que ser cuidadosamente planeada. Grupos de hombres con lentes oscuros recorrían el lugar a bordo de Audis y BMW; se trataba de insurgentes en busca de unidades de patrullaje estadunidenses o iraquíes.
El éxodo de la clase media de Irak había comenzado. Los Hayali, como muchos otros, decidieron irse. “¿Qué queda ahora? Todo el lugar está destruido. Eso es lo que la ‘liberación’ hizo por nosotros”, dijo Mohamed.
Él no sobrevivió. Poco después, Nadia, Mohamed, su hijo de diez años, Abdullah, y su hija de ocho, Dahlia, fueron capturados por milicianos sunitas que buscaban "informantes".
Mohamed estaba ahorrando para poner un pequeño negocio, y eso lo llevó a contactar a funcionarios del gobierno. Fue ejecutado de un balazo en la cabeza. Nadia vive ahora con sus hijos en Suecia.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
Fuente
Comentarios