El terrorismo y sus promotores
lunes 12 de diciembre de 2011
Manuel E. Yepe (especial para ARGENPRESS.info)
Como cada año desde 1982, el Departamento de Estado de Estados Unidos incluyó hace algunos días a Cuba en su “lista negra” de países patrocinadores del terrorismo internacional.
El fariseísmo de tal inserción es evidente e indignante para quien, de alguna forma, logre escapar del sistema de dictadura mediática que ejerce la elite del poder estadounidense con alcance global.
Aún sin tomar en cuenta que la superpotencia norteamericana es el Estado terrorista mas amenazador del mundo y el pueblo cubano uno de los que más intensa y largamente ha sido víctima de la brutalidad del terrorismo de Estado que patrocina Washington, para los pueblos de todo el mundo tal acto ha sido nuevamente motivo de reproches, burlas e ironías que erosionan el precario prestigio y la autoridad de la política exterior de la Casa Blanca.
No existe una definición jurídica universalmente aceptada del terrorismo más allá del escueto entendido de que se trata del “uso real o la amenaza de recurrir a la violencia con fines políticos”. Tampoco hay una instancia internacional autorizada para calificar los actos terroristas, por lo que la humanidad está muy lejos de poderse plantear una estrategia antiterrorista mundial dirigida a lograr la extinción del flagelo.
Aunque la acusación de “terrorismo” históricamente se ha pretendido aplicar por las potencias coloniales y las oligarquías opresoras en cualquier parte del mundo a buena parte de los métodos insurreccionales que escogen los revolucionarios y patriotas para sus enfrentamientos emancipadores, los pueblos saben distinguir, por intuición, los métodos revolucionarios de lucha de los actos terroristas.
La diferencia es muy natural y se identifica por sobre las campañas cotidianas de los medios corporativos en todo el mundo: los primeros se identifican o representan las aspiraciones del pueblo, los segundos; los terroristas, carecen de escrúpulos, hieren sus sensibilidades y son por ello rechazados por la población.
Califican como métodos insurreccionales populares los que llevan a cabo unidades secretas o irregulares que, debido a su inferioridad militar evidente para el combate contra las instituciones armadas gubernamentales que defienden los intereses oligárquicos, operan fuera de los parámetros universalmente aceptados de las guerras.
Los métodos revolucionarios buscan transformar el escenario y las asimétricas condiciones de la lucha para elevar la moral combativa de las masas, atraer nuevas huestes a la lucha, ridiculizar a las fuerzas represivas de los regímenes tiránicos, llamar la atención del mundo a la guerra revolucionaria que se libra al tiempo que desnudan el carácter impopular de las oligarquías y sus servidores contra los cuales se combate.
El terrorismo genera pánico y provoca sufrimientos y muertes de personas inocentes. Los métodos revolucionarios, en cambio, se identifican con las aspiraciones populares, engendran admiración por el altruismo de quienes ejecutan las acciones y convocan a la lucha y al sacrificio en aras de una causa justa.
Esta dicotomía no debe confundirse con la práctica a que Estados Unidos ha acostumbrado al mundo para salvaguardar a las dictaduras amistosas (“friendly dictatorships”), porque ellas en verdad no son más que tiranías impuestas para proteger a las oligarquías cuando éstas ven amenazada su dominación al amparo de los métodos habituales de la democracia burguesa.
El punto de vista estadounidense que sitúa a Cuba como un Estado promotor del terrorismo se hizo oficial en 1982 cuando el Departamento de Estado de Estados Unidos incluyó a Cuba en la lista de naciones que Washington supone que brindan apoyo crítico a las actividades terroristas.
Washington jamás ha podido presentar pruebas de tal apoyo, y por ello nunca ha acusado formalmente al gobierno cubano de brindarlo; solo argumenta que Cuba asume una posición neutral con respecto al terrorismo porque no bloquea ni incauta los activos de quienes son acusados por Estados Unidos de ser miembros de grupos terroristas.
Obviamente Cuba no admite que Estados Unidos le presione a acatar su arbitraria definición del terrorismo y modificar el carácter de sus nexos en función de la óptica imperial y su lista de países, entidades o personas patrocinadores del terrorismo, elaborada a partir de los intereses políticos y económicos de Washington.
Cuba no acepta la idea que practica Estados Unidos de que pueda haber terroristas buenos y terroristas malos, según actúen a favor o en contra de quien los califica.
Es un acto prepotente pretender que, por el solo hecho de que la política exterior de Estados Unidos acuse de terrorista a otro país, los demás deban aceptarlo y actuar en consecuencia. Menos aún cuando quien se atribuye el derecho a la definición clasificatoria es reconocidamente el líder del terrorismo de Estado a nivel mundial.
Fuente
Manuel E. Yepe (especial para ARGENPRESS.info)
Como cada año desde 1982, el Departamento de Estado de Estados Unidos incluyó hace algunos días a Cuba en su “lista negra” de países patrocinadores del terrorismo internacional.
El fariseísmo de tal inserción es evidente e indignante para quien, de alguna forma, logre escapar del sistema de dictadura mediática que ejerce la elite del poder estadounidense con alcance global.
Aún sin tomar en cuenta que la superpotencia norteamericana es el Estado terrorista mas amenazador del mundo y el pueblo cubano uno de los que más intensa y largamente ha sido víctima de la brutalidad del terrorismo de Estado que patrocina Washington, para los pueblos de todo el mundo tal acto ha sido nuevamente motivo de reproches, burlas e ironías que erosionan el precario prestigio y la autoridad de la política exterior de la Casa Blanca.
No existe una definición jurídica universalmente aceptada del terrorismo más allá del escueto entendido de que se trata del “uso real o la amenaza de recurrir a la violencia con fines políticos”. Tampoco hay una instancia internacional autorizada para calificar los actos terroristas, por lo que la humanidad está muy lejos de poderse plantear una estrategia antiterrorista mundial dirigida a lograr la extinción del flagelo.
Aunque la acusación de “terrorismo” históricamente se ha pretendido aplicar por las potencias coloniales y las oligarquías opresoras en cualquier parte del mundo a buena parte de los métodos insurreccionales que escogen los revolucionarios y patriotas para sus enfrentamientos emancipadores, los pueblos saben distinguir, por intuición, los métodos revolucionarios de lucha de los actos terroristas.
La diferencia es muy natural y se identifica por sobre las campañas cotidianas de los medios corporativos en todo el mundo: los primeros se identifican o representan las aspiraciones del pueblo, los segundos; los terroristas, carecen de escrúpulos, hieren sus sensibilidades y son por ello rechazados por la población.
Califican como métodos insurreccionales populares los que llevan a cabo unidades secretas o irregulares que, debido a su inferioridad militar evidente para el combate contra las instituciones armadas gubernamentales que defienden los intereses oligárquicos, operan fuera de los parámetros universalmente aceptados de las guerras.
Los métodos revolucionarios buscan transformar el escenario y las asimétricas condiciones de la lucha para elevar la moral combativa de las masas, atraer nuevas huestes a la lucha, ridiculizar a las fuerzas represivas de los regímenes tiránicos, llamar la atención del mundo a la guerra revolucionaria que se libra al tiempo que desnudan el carácter impopular de las oligarquías y sus servidores contra los cuales se combate.
El terrorismo genera pánico y provoca sufrimientos y muertes de personas inocentes. Los métodos revolucionarios, en cambio, se identifican con las aspiraciones populares, engendran admiración por el altruismo de quienes ejecutan las acciones y convocan a la lucha y al sacrificio en aras de una causa justa.
Esta dicotomía no debe confundirse con la práctica a que Estados Unidos ha acostumbrado al mundo para salvaguardar a las dictaduras amistosas (“friendly dictatorships”), porque ellas en verdad no son más que tiranías impuestas para proteger a las oligarquías cuando éstas ven amenazada su dominación al amparo de los métodos habituales de la democracia burguesa.
El punto de vista estadounidense que sitúa a Cuba como un Estado promotor del terrorismo se hizo oficial en 1982 cuando el Departamento de Estado de Estados Unidos incluyó a Cuba en la lista de naciones que Washington supone que brindan apoyo crítico a las actividades terroristas.
Washington jamás ha podido presentar pruebas de tal apoyo, y por ello nunca ha acusado formalmente al gobierno cubano de brindarlo; solo argumenta que Cuba asume una posición neutral con respecto al terrorismo porque no bloquea ni incauta los activos de quienes son acusados por Estados Unidos de ser miembros de grupos terroristas.
Obviamente Cuba no admite que Estados Unidos le presione a acatar su arbitraria definición del terrorismo y modificar el carácter de sus nexos en función de la óptica imperial y su lista de países, entidades o personas patrocinadores del terrorismo, elaborada a partir de los intereses políticos y económicos de Washington.
Cuba no acepta la idea que practica Estados Unidos de que pueda haber terroristas buenos y terroristas malos, según actúen a favor o en contra de quien los califica.
Es un acto prepotente pretender que, por el solo hecho de que la política exterior de Estados Unidos acuse de terrorista a otro país, los demás deban aceptarlo y actuar en consecuencia. Menos aún cuando quien se atribuye el derecho a la definición clasificatoria es reconocidamente el líder del terrorismo de Estado a nivel mundial.
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