Obama, go home
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
Foto: AP / Charles Dharapak
Foto: AP / Charles Dharapak
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- La visita de Barack Obama a México programada para la
primera semana de mayo será una excelente oportunidad para que el pueblo
mexicano le demuestre al mandatario estadunidense su indignación frente
al inhumano y degradante trato a que ha sido sometido por las políticas
de Washington en los años recientes. Enrique Peña Nieto y Obama
buscarán utilizar el encuentro para acarrear reflectores mediáticos y
legitimar de manera falsa los pactos cupulares que han caracterizado a
ambos gobiernos. Pero la sociedad tiene el deber de ofrecer una visión
alternativa y exigir cambios radicales en la relación bilateral.
En
su primera visita a México en abril de 2009, Obama fue recibido con los
brazos abiertos por una sociedad esperanzada en que su llegada a la
presidencia de los Estados Unidos pudiera ayudar a mejorar la situación
de los mexicanos de ambos lados de la frontera. Muchos ciudadanos
salieron a las calles para ver y saludar al afamado político que había
llegado a la presidencia de Estados Unidos bajo la promesa del “cambio”,
algunos incluso se arremolinaban en los puentes del Paseo de la Reforma
con la ilusión de poder ver el paso de la caravana del nuevo
mandatario.
Pero Obama no se dignó ni siquiera a sacar la mano de
su limusina para saludar la tradicional hospitalidad mexicana.
Simplemente se limitó a encerrarse con Felipe Calderón para girarle
instrucciones al mandatario mexicano y a su equipo. Esa actitud marcó
una diferencia radical con sus primeras visitas a Europa y a África, que
fueron caracterizadas por discursos en plazas llenas y diálogos con una
gran diversidad de actores políticos y sociales.
Desde entonces,
el presidente estadunidense ha ratificado una y otra vez su falta de
respeto para México y los mexicanos. Ha expulsado de Estados Unidos a
cientos de miles de connacionales, gastado cantidades exorbitantes en
“sellar” la frontera con México e intervenido de manera agresiva e
intrusiva en la política de seguridad mexicana. Hoy las instituciones de
seguridad y de inteligencia mexicanas se encuentran plenamente
infiltradas por las agencias estadunidenses. Los más de 70 mil muertos,
25 mil desaparecidos y 250 mil desplazados durante la administración de
Calderón son también responsabilidad de Washington.
Durante sus
primeros cuatro años, Obama no logró avanzar en su país con respecto a
la necesaria reforma migratoria, el control de armas de fuego o la
legalización de las drogas. Los pequeños pasos que empiezan a darse hoy
en estos temas no se deben a su liderazgo, sino a la acción ciudadana, a
reformas de nivel local en los estados de la Unión Americana y al
renovado interés del Partido Republicano, de derecha y abiertamente
antimexicano, de simular un falso apoyo a la comunidad “hispana” para
evitar una total desbandada del sector en las próximas elecciones.
Como
ya se ha vuelto costumbre, los Estados Unidos concibe a sus relaciones
con México más como un asunto de política interna que de política
exterior. Hoy más que nunca México se consolida como el “patio trasero”
del imperio. Mientras, Peña Nieto acepta gustoso su papel subordinado e
incluso presume su deseo de apoyar a Washington en su proyecto de
lograr la “independencia energética de América del Norte”. No
sorprendería si el mandatario mexicano incluso aprovechara la visita de
Obama para invitarlo a formar parte de su Pacto por México.
Obama
viene a México por dos razones. Primero, para acarrear el apoyo de los
votantes de ascendencia mexicana en los Estados Unidos con una muestra
de supuesta “amistad” con México. Segundo, para urgir la privatización
petrolera y respaldar la consolidación del proyecto neoliberal
enarbolado por Peña Nieto. Obama y los Estados Unidos no conocen de
principios o ideales en sus relaciones internacionales, ellos únicamente
tienen intereses estratégicos. El botín del petróleo mexicano es
particularmente importante hoy para el país vecino por el contexto de
inestabilidad política tanto en el Medio Oriente como en Asia. Y todas
las petroleras norteamericanas sin excepción tienen puesto el ojo en
Pemex.
Obama ha traicionado la esperanza de los mexicanos. Hoy, en
lugar de poner la otra mejilla, habría que demostrarle al presidente
norteamericano que no aceptamos que su gobierno siga fomentando la
muerte, la explotación y el saqueo de México y los mexicanos. Los
ciudadanos deberían mostrarle a Obama su inconformidad y decirle con
todas sus letras que si el presidente estadunidense no está dispuesto a
cambiar sus políticas y respetar al pueblo mexicano, lo mejor será que
se regrese a la Casa Blanca. Ya tenemos suficientes políticos
deshonestos en México como para importar otros más desde el norte.
De
manera paralela, también valdría la pena ir desarrollando una nueva
agenda ciudadana con respecto a las relaciones México-Estados Unidos.
Esta agenda podría incluir, por ejemplo, cancelación de todo
financiamiento militar y de seguridad hacia México, renegociación del
Tratado de Libre Comercio, incorporación de México en la OPEP, así como
una fuerte y decidida defensa de los connacionales al norte de la
frontera. Un presidente mexicano realmente digno también exigiría al
ocupante de la Casa Blanca el pago de reparaciones por la enorme
destrucción humana y material causada por la guerra contra las drogas
ideada y coordinada desde Washington. México solamente avanzará en el
concierto de las naciones a partir de una actitud digna y de acciones
decididas a favor de su soberanía y fortaleza nacional.
Twitter: @JohnMAckerman
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