Las zapatistas, ayer y hoy
Los veinte años del EZLN en Oventic, Chiapas. Foto: Fabián Ontiberos |
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Cuando en enero de 1994 el EZLN irrumpió en el espacio político nacional, una de las tantas sorpresas que provocó fue que cerca de 30% de sus insurgentes eran mujeres. Más aún, la publicación de la Ley Revolucionaria de las Mujeres en El despertador mexicano (órgano informativo del EZLN) confirmó el reclamo de igualdad de esas indígenas no sólo en relación con los derechos y obligaciones de los reglamentos zapatistas, sino también con ciertas demandas básicas del feminismo: derecho a decidir número de hijos, a elegir la pareja, a no ser golpeadas o maltratadas físicamente, entre otras. Por primera vez en nuestro país un grupo de mujeres indígenas ponía en entredicho algunas de sus normas culturales al exigir públicamente sus derechos, y así expresaba una nueva identidad política. ¿Cómo ocurrió eso?
Mujeres tzeltales, tzotziles, tojolabales y choles cuestionaron sus condiciones de vida durante un largo proceso formativo, de reflexión y discusión con distintas personas y organizaciones, como las religiosas de la Coordinadora Diocesana de Mujeres, y grupos como Comaletzin y K´inal Antzetic. Tener conciencia feminista no requiere conocer la teoría feminista, sino únicamente comprender que estar subordinada o discriminada por ser mujer entraña una injusticia. Con esa toma de conciencia, muchas de ellas desarrollaron un notable sentido de justicia, que encontró un terreno fértil en el discurso igualitario del EZLN. El giro radical que dieron las zapatistas tuvo resultados espectaculares, como consignó Guiomar Rovira (Mujeres de maíz / Era): hombres aprendiendo a hacer frijoles mientras mujeres aprendían a leer; militantes sirviendo el desayuno a sus jefas; soldados obedeciendo a capitanas; turnos de intendencia equitativos; matrimonios de mutuo acuerdo y divorcios ídem; todo ello en torno a un ideal igualitario: que “todo sea parejo”.
A partir de la difusión de la Ley Revolucionaria de las Mujeres y de las posteriores apariciones públicas de varias comandantes (tales como Ramona, Trini y Esther), la fuerza simbólica del zapatismo caló hondamente en mujeres de otros pueblos indígenas. A lo largo de estos 20 años las zapatistas han sido un modelo a seguir para las indígenas que en varios estados reivindican sus demandas específicas como mujeres. Todavía en nuestro país son mayoría las que, dentro de sus comunidades, enfrentan la exclusión en la toma de decisiones y sufren diversas prácticas sexistas, en especial la violencia. Algunas de ellas han empezado a confrontar determinadas tradiciones opresivas y a exigir recursos para su educación y fortalecimiento político. Así, muchas ya han pasado de ser víctimas pasivas a convertirse en activistas, lo cual ha ido configurando un cambio cultural dentro de sus propias comunidades. Estas activistas indígenas matizan esa idea tan difundida de que su opresión proviene de los usos y costumbres tradicionales al insistir en que sus mayores conflictos surgen de la miseria y explotación de sus pueblos, de la carencia de servicios públicos de calidad y de la violencia del Estado, especialmente cuando se militariza la zona donde habitan.
Además, dado que en nuestro país lo que caracteriza la situación de las comunidades indígenas es un conjunto de horrores (la exclusión, la explotación, la discriminación…) que afectan también a los varones, la mirada sobre lo que ocurre a sus compañeros, sus hijos, sus hermanos, las ha llevado a dar una doble batalla: Al mismo tiempo que luchan contra las brutales prácticas que afectan a todas ellas, impulsan la idea de que es posible desarrollar nuevas relaciones más igualitarias entre mujeres y hombres, por ejemplo, con una mayor participación femenina en los cargos comunitarios. Y sin abandonar el compromiso con sus comunidades, ni olvidar sus raíces culturales, ellas denuncian algunos usos y costumbres tradicionales que las afectan o violentan como mujeres.
Estas nuevas líderes indígenas, que empiezan a constituir ya una masa crítica capaz de transformar la sobrerrepresentación masculina en la dirección política de los pueblos indígenas, enfrentan las tensiones que surgen al defender sus derechos humanos en contextos donde los hombres que los vulneran arguyen que son usos y costumbres culturales. De ahí que ellas busquen un difícil equilibrio desde una postura que reconoce la importancia de su cultura al mismo tiempo que exige que se reconozcan sus derechos específicos. Precisamente por eso todavía hoy la Ley Revolucionaria de las Mujeres es un texto fundamental que sirve para legitimar los reclamos de las mujeres.
En la búsqueda de acceso a la justicia y al conocimiento, las activistas indígenas desarrollan procesos de sensibilización y formación no sólo para otras mujeres, sino también para sus compañeros. Y aunque falta mucho para que las y los indígenas de nuestro país logren una ciudadanía plena, con equidad y respeto a todos sus derechos, es indudable que ese trabajo de descolonización patriarcal y de respeto a la multiculturalidad contribuye sustantivamente a ello. Y es indudable la gran deuda que sigue existiendo con las zapatistas, el EZLN y su valiosísima Ley Revolucionaria de la Mujeres.
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