2016, el año en que la educación pública podría privatizarse
El
sistema mundo que estamos viviendo en la actualidad es producto de
varios siglos de acumulación de capital y transferencia de valores; los
medios e instrumentos de producción con los que se realiza cada
mercancía se van sofisticando cada vez más, como también las formas de
organización y explotación de la fuerza de trabajo. La revolución
industrial no hubiese sido posible sin el previo despojo del territorio
de América, sin el saqueo de sus recursos naturales y materias primas,
sin la explotación humana en diversas formas de servidumbre y
esclavitud.
Del
mismo modo, la hipertecnologización del capitalismo contemporáneo es
parte de este largo proceso de acumulación y transferencia de valores
que ha hecho posible la revolución de las tecnologías en la información,
la comunicación y la robótica, pero que también demanda formas nuevas
de organización del trabajo, habilidades, destrezas y conocimientos que
deben portar los trabajadores para reproducir el capital a partir de
estos mismos contextos y avances tecnológicos.
Hoy
las grandes empresas que controlan la economía mundial y supeditan la
política a sus intereses particulares han encontrado en el uso y
producción de nuevas tecnologías digitales –no sólo aplicadas en
herramientas para la comunicación y el conocimiento, también en los
automóviles, sistemas de lavado de ropa o hasta en los servicios
privados de escaneo de “fotomultas”, por citar algunos ejemplos
concretos– una vía rápida para acrecentar sus descomunales fortunas.
La
innovación, la información y el conocimiento se han convertido en
elementos fundamentales para dinamizar los procesos productivos, pero
también han acelerado el flujo vertiginoso de las mercancías. La lógica
inducida en la sociedad es el hiperconsumo: ya no se les concibe como
algo acumulable, sino desechable; ahora induce a comprar y cambiar el
teléfono celular o la tableta digital en el menor tiempo posible.
Es
en este contexto del capitalismo mundial donde se sitúan las reformas
educativas de la globalización económica, no es para nada fortuito que
en México, después de 3 años de la modificación constitucional al
Artículo 3 y la ausencia de un modelo educativo como resultado,
reaparezca la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE) para anunciar en voz del secretario de educación
Aurelio Nuño, ahora sí, el nuevo proyecto de educación para nuestro
país.
Lejos de atender el interés
público de la nación, el anunciado proyecto de educación responde a las
necesidades de los grandes consorcios económicos que plasmaron sus
intereses en la Ley de Competitividad publicada en enero de 2015 y que
tiene como uno de sus objetivos primordiales “dinamizar la inversión
pública, privada y social en infraestructura, capital humano,
capacitación laboral, formación de competencias de emprendedores y
trabajadores y el establecimiento de mecanismos que fomenten la
productividad laboral; el impulso al emprendimiento y escalamiento
productivo y tecnológico de empresas; la investigación y desarrollo, así
como la innovación aplicada”.
Es
aquí donde el sistema educativo adquiere sentido para los grandes
empresarios, de modo que lo que se presentará este 2016, será lo mismo
que están impulsando los organismos financieros internacionales en
materia educativa y que han llamado modelo STEM, por sus siglas en
inglés o CTIM en español, y que se refiere al desarrollo de la ciencia,
tecnología, ingeniería y matemáticas aplicadas al mejoramiento de la
productividad y el aumento de las ventas, respondiendo precisamente a lo
que demandan las empresas inmersas en el capitalismo de base cognitiva y
que advierten en el conocimiento, la información y la innovación el
derrotero para su rápida expansión y crecimiento económico.
Según
las proyecciones de la OCDE en “Políticas prioritarias para fomentar
las habilidades y conocimientos de los mexicanos para la productividad y
la innovación”, emitido en mayo de 2015, lo que llevará a México por el
camino del crecimiento a la par de los países más desarrollados es el
impulso de economías de valor agregado, como la economía digital, para
lo cual se necesita transferir tecnologías a través de la inversión
extranjera en la industria de los electrónicos, las comunicaciones y los
transportes, eso explica la cantidad tan considerable que han destinado
para estos dos últimos sectores en el presupuesto aprobado para 2016.
Advierten
un gran potencial de consumidores de Tecnologías de la Información y la
Comunicación, dado que México está entre sus países miembros con menor
penetración de banda ancha y fija, así como de adultos que usan
internet, pero también de menor proporción de empresas involucradas en
ventas electrónicas; sin embargo, éste es un campo abierto que tiene
dificultades para encontrar mano de obra con las competencias
necesarias.
En medio de este
escenario económico, lo previsible para el futuro de la educación, al
menos en el discurso exacerbado de la elite surrealista que dibuja un
México siempre glorioso, enfilado irreversiblemente al progreso de la
globalización, es que los maestros del entreguismo dispongan de
nuestro sistema educativo, sobre todo en educación media y superior,
para la formación y capacitación de mano de obra tecnificada.
Hablamos
de competencias digitales, organizacionales, comunicativas, lógico
matemáticas, innovadoras y emocionales, que conjuntamente componen lo
que se concibe como “capital humano”; no es un gasto, sino una inversión
en conocimientos, habilidades y destrezas que para el empresario se
traducirán en mayor competitividad; innovación en la producción,
mercadotécnica y venta rápida de las mercancías.
Las
expectativas, sin embargo, podrían ser peores para los estudiantes: la
OCDE reconoce que no toda la demanda de empleo requiere de altas
competencias, la verdad es que las empresas mexicanas tienen entre su top ten
de reclutamiento de empleados las siguientes categorías: representantes
de ventas, secretarias, asistentes, personal administrativo, obreros y
recepcionistas, que se refieren a empleos casi siempre precarizados y
que tendrán que capacitarse en conocimientos mínimos desde la escuela
pública, de ahí la necesidad de monitorear competencias escuetas desde
la educación básica, a través de exámenes estandarizados.
El
renovado proyecto educativo que se presentará este 2016 reforzará los
mecanismos de privatización. Aunado a la “autonomía de gestión”, es
decir, la descentralización del financiamiento educativo hasta llegar a
la base del núcleo familiar y de cada centro escolar, seguirán
embargándose por décadas los presupuestos educativos de la federación
por endeudamiento público, a través de los bonos de infraestructura que,
junto a la compra de tabletas digitales sin programa pedagógico,
implican de facto el tránsito de recursos públicos hacia el sector
privado y no nos extrañe ver entre los beneficiarios de las licitaciones
a las empresas constructoras y de las telecomunicaciones predilectas
del peñanietismo.
No descartemos
otras desviaciones para la canalización de recursos públicos so pretexto
de la educación digital, como la renta de plataformas virtuales al
estilo de los convenios ya realizados para la capacitación laboral con
el magnate de las comunicaciones Carlos Slim, así como la inversión en
I+D, investigación y desarrollo, para transferir ciencia y tecnología
producida en instituciones públicas, pero aplicada en las empresas
privadas; otras opciones son el pago condicionado de las becas de
Prospera a la culminación de estudios relacionados con el CTIM o las
becas-crédito a través de préstamos de bancos particulares que cobrarán
por sus intereses media vida laboral del trabajador profesionista.
En
estos momentos, demandar una consulta nacional incluyente sobre la
educación que necesita el pueblo mexicano parecería contradictorio,
porque sabemos que no es el diálogo sino la represión el rostro que el
Estado y los empresarios han mostrado para imponer la reforma educativa.
Sin embargo, también es cierto que es necesario porque detonaría la
movilización de la conciencia crítica organizada, evidenciando la
ausencia de un proyecto nacional de educación emanado desde la
ciudadanía, cohesionaría la pluralidad de posturas antagónicas al
proyecto neoliberal y fortalecería las experiencias alternativas, que
sin reconocimiento oficial, construyen desde abajo la escuela para la
emancipación social.
Lev Moujahid Velázquez*
*Doctor
en Pedagogía Crítica y Educación Popular, miembro de la Coordinadora
Nacional de Trabajadores de la Educación en Michoacán
[BLOQUE: OPINIÓN][SECCIÓN ARTÍCULO]
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