‘‘¡Pinches oaxacos, ríndanse!’’, gritaban policías federales el domingo en Nochixtlán
Aspecto que presenta la estación Nochixtlán de la PF, la cual fue incendiada por los pobladoresFoto Víctor Camacho
Arturo Cano
Enviado
Periódico La Jornada
Viernes 24 de junio de 2016, p. 5
Viernes 24 de junio de 2016, p. 5
Asunción Nochixtlán, Oax.
Pese a lo que se dice, la Policía Federal (PF) mexicana sí parece
tener protocolos para enfrentar las protestas sociales. Uno de los
puntos de ese manual ordena, si nos atenemos a las recientes actuaciones
de la corporación, amedrentar a los locales con frases cargadas de
racismo y palabras soeces.Aquí, cuentan pobladores que estuvieron cerca de los federales el pasado domingo, los gritos fueron: ‘‘¡Pinches oaxacos, ríndanse!’’, ‘‘¡Viejas chapulineras, váyanse a hacer tortillas!’’, ‘‘¡Putos huarachudos!’’, y linduras por el estilo (en Chiapas, según testimonios de los docentes, les gritan ‘‘¡Pinche gente comechangos!’’) Los gritos iban siempre acompañados de cartuchos de gas lacrimógeno, cuando no de balazos. Del otro lado, además de piedras, la ofensa que resume las muchas que lanzaron fue: ‘‘¡Pinches lamehuevos del gobierno!’’
Los policías federales no contaban con que la despectiva expresión de ‘‘oaxacos’’ también alcanzaba a sus aliados en la refriega, los policías de Gabino Cué. En la primera fila de ataque, cuenta uno de los reporteros que se encontraba –como la mayoría– en el flanco de los uniformados, había unos 80 elementos. El resto se mantenía atrás.
Luego de un rato de escuchar los gritos de ‘‘oaxacos’’, los estatales reaccionaron encabronados y comenzaron a enfrentar verbalmente a los federales: ‘‘¡Si tienen muchos huevos váyanse enfrente, cabrones!’’, les gritaban. Ese desencuentro no impidió que los estatales rescataran a una mujer gendarme que tropezó y, en el piso, comenzó a recibir patadas de indignados pobladores. Sus compañeros, según el testimonio de un fotógrafo, la abandonaron, pero una veintena de estatales volvió por ella y la rescató a macanazo limpio.
El choque entre la población de este pueblo mixteco y las policías Federal y estatal duró tanto tiempo que los reporteros avecindados en la capital del estado tuvieron tiempo de llegar a hacer su cobertura. Cuatro de ellos arribaron a esta población alrededor de las ocho y media de la mañana del pasado domingo. La balacera ya había comenzado. Un poco después lograron llegar cuatro más. Para entonces, el ‘‘enfrentamiento’’ entre la población de Nochixtlán y las fuerzas del orden llevaba ya unas dos horas. La mayoría de los periodistas que lograron llegar quedaron, por un mero asunto logístico, del lado de los contingentes policiacos: 400 elementos de la Policía Federal y 400 de la estatal.
Sus imágenes, que comenzaron a circular casi de inmediato porque ellos lograron enviarlas en ese momento a muchos medios y redes sociales, fueron esenciales para que la Policía Federal, que en un principio argumentó que sus elementos acudieron desarmados, aceptara que sí llevaban armas, y que las utilizaron.
Uno de los colegas cometió la ‘‘imprudencia’’ de hacer fotos detrás de los policías federales que, hincados o pecho a tierra, disparaban contra los pobladores que atacaban con piedras y cohetones. Lo obligaron a borrar sus fotos. Uno más perdió su celular a manos de la policía, por estar ‘‘periscopeando’’. Y a un tercero el teléfono le fue arrebatado por los pobladores.
Un reportero gráfico que estuvo en Nochixtlán el domingo
explica en la pantalla de su computadora el video que pudo captar. Se lo
sabe de memoria. Va señalando, uno a uno, a los ocho policías federales
que disparan a un costado de la Vulcanizadora Reyes, que se ha hecho
célebre por estas mismas imágenes.
Hacia el mediodía, llegaron los refuerzos. Una treintena de elementos de la Gendarmería Nacional –unos bajaron de un helicóptero y otros arribaron por tierra–, todos armados, tomaron posiciones y comenzaron a disparar. Agotado el abastecimiento, los elementos en tierra recibieron el respaldo de otro helicóptero que lanzó gases desde el aire.
Los reporteros que cubrieron el choque piensan que los mandos decidieron la retirada cuando se disparó el último cartucho de gas. ‘‘Comenzaron a aventar piedras, pero después se replegaron, tal vez porque entre más tiempo pasaba llegaba más gente a enfrentarlos’’, dice uno de los fotógrafos. Al mirar que los policías se replegaban, ‘‘la gente se envalentonó y avanzó. Fue cuando golpearon a la gendarme’’, añade.
En Nochixtlán confluyen las carreteras libre y de cuota. La segunda sigue bloqueada y por la primera los pobladores sólo permiten el paso de vehículos pequeños, no sin antes pedir ‘‘una cooperación para las familias de los caídos’’.
Aproximadamente a un kilómetro del bloqueo está el hotel Juquila, al que pobladores le prendieron fuego porque, según testimonios, en su azotea se apostaron francotiradores que dispararon contra la multitud. ‘‘De ahí y de la marisquería que está enfrente’’, dice una vecina de la zona.
‘‘Mis hijos estaban enfrente del hotel y sintieron que los balazos venían de ahí. A un muchacho que estaba frente a ellos le tocó una bala y ahí quedó. Se comenta que fue desde la azotea del hotel, pero no lo puedo asegurar porque no lo vi’’, dice Martha Castellanos, presidenta del DIF en el vecino municipio de San Andrés Sinaxtla, quien el domingo se hizo cargo, con dos médicos, de una de las cinco ambulancias que no se dieron abasto para atender a los heridos.
La ambulancia hizo numerosos viajes entre las nueve de la mañana y las dos de la tarde. ‘‘En unos viajes llevábamos dos, en otros tres heridos”. Los galenos se encargaban de determinar en un segundo la gravedad de las lesiones y determinaban si se les trasladaba al hospital o al dispensario que se improvisó a las afueras de la iglesia. ‘‘A los menos dañados los llevamos al templo. No paramos porque todo mundo gritaba: ‘¡Ambulancia, ambulancia!’’’
La estación Nochixtlán de la Policía Federal está en el extremo contrario del lugar del enfrentamiento. Los pobladores le prendieron fuego.
La construcción aloja una patrulla calcinada y en el patio también hay un par de computadoras destrozadas y un montón de papeles. Entre los libros de partes informativos y de control de salida de armas y chalecos quedó también, ya sin su marco, la foto oficial del Presidente de la República, que colgaba en una de las paredes.
A unos pasos de ahí, está el enorme letrero que despide a los visitantes: ‘‘Vuelve pronto. Nochixtlán, ciudad de calidad y calidez humana’’.
Fuente
Hacia el mediodía, llegaron los refuerzos. Una treintena de elementos de la Gendarmería Nacional –unos bajaron de un helicóptero y otros arribaron por tierra–, todos armados, tomaron posiciones y comenzaron a disparar. Agotado el abastecimiento, los elementos en tierra recibieron el respaldo de otro helicóptero que lanzó gases desde el aire.
Los reporteros que cubrieron el choque piensan que los mandos decidieron la retirada cuando se disparó el último cartucho de gas. ‘‘Comenzaron a aventar piedras, pero después se replegaron, tal vez porque entre más tiempo pasaba llegaba más gente a enfrentarlos’’, dice uno de los fotógrafos. Al mirar que los policías se replegaban, ‘‘la gente se envalentonó y avanzó. Fue cuando golpearon a la gendarme’’, añade.
En Nochixtlán confluyen las carreteras libre y de cuota. La segunda sigue bloqueada y por la primera los pobladores sólo permiten el paso de vehículos pequeños, no sin antes pedir ‘‘una cooperación para las familias de los caídos’’.
Aproximadamente a un kilómetro del bloqueo está el hotel Juquila, al que pobladores le prendieron fuego porque, según testimonios, en su azotea se apostaron francotiradores que dispararon contra la multitud. ‘‘De ahí y de la marisquería que está enfrente’’, dice una vecina de la zona.
‘‘Mis hijos estaban enfrente del hotel y sintieron que los balazos venían de ahí. A un muchacho que estaba frente a ellos le tocó una bala y ahí quedó. Se comenta que fue desde la azotea del hotel, pero no lo puedo asegurar porque no lo vi’’, dice Martha Castellanos, presidenta del DIF en el vecino municipio de San Andrés Sinaxtla, quien el domingo se hizo cargo, con dos médicos, de una de las cinco ambulancias que no se dieron abasto para atender a los heridos.
La ambulancia hizo numerosos viajes entre las nueve de la mañana y las dos de la tarde. ‘‘En unos viajes llevábamos dos, en otros tres heridos”. Los galenos se encargaban de determinar en un segundo la gravedad de las lesiones y determinaban si se les trasladaba al hospital o al dispensario que se improvisó a las afueras de la iglesia. ‘‘A los menos dañados los llevamos al templo. No paramos porque todo mundo gritaba: ‘¡Ambulancia, ambulancia!’’’
La estación Nochixtlán de la Policía Federal está en el extremo contrario del lugar del enfrentamiento. Los pobladores le prendieron fuego.
La construcción aloja una patrulla calcinada y en el patio también hay un par de computadoras destrozadas y un montón de papeles. Entre los libros de partes informativos y de control de salida de armas y chalecos quedó también, ya sin su marco, la foto oficial del Presidente de la República, que colgaba en una de las paredes.
A unos pasos de ahí, está el enorme letrero que despide a los visitantes: ‘‘Vuelve pronto. Nochixtlán, ciudad de calidad y calidez humana’’.
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