Pobre Argentina: el Imperio contraataca
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Autor:
Prensa Latina
Cuánto trabajo costó a los argentinos deshacerse del yugo del FMI, y su actual gobierno vuelve a abrirle la puerta. Cada “recomendación” del organismo ya fue aplicada en varias ocasiones, desde la década de 1940, por los países de la región con los mismos resultados: profundización de la desigualdad, crecimiento del desempleo y pérdida del poder adquisitivo
Mencionarle el Fondo Monetario Internacional (FMI) a un argentino es mentar la soga en casa del ahorcado.
Si en Chile no es el caso, se debe mayormente a la inimaginable
capacidad de olvido que caracteriza a la población local. Servidor era
aún un escuincle pero mis recuerdos son netos: en 1955, confrontado a
una inflación juzgada intolerable, el entonces presidente Carlos Ibáñez
del Campo contrató una asesoría económica extranjera. Así llegó a
Santiago la llamada Misión Klein-Saks (o Klein-Sacks).
Chile padecía los coletazos de la Gran Depresión iniciada en 1929, y las consecuencias de la II Guerra Mundial (1939-1945).
El FMI fue creado el 27 de diciembre de
1945, y Chile, disciplinadamente, ingresó a la entidad el 31 de
diciembre del mismo año. No obstante, Ibáñez del Campo contrató asesores
privados ligados a la banca estadunidense. Para el caso daba igual. Los
creadores del desastre vinieron a ofrecer consejos para remediar el
desastre.
La Misión Klein-Saks llegó rápidamente a las conclusiones que buscaban quienes promovieron su contratación: El Mercurio y Agustín Edwards Budge. El editorial de El Mercurio
del 3 de julio de 1955 indica que los técnicos de la misión: “vendrían,
sin prejuicios de ningún género, a examinar objetivamente lo que hay
que hacer para reorganizar el país económica, financiera y
administrativamente” (de donde se puede concluir que Agustín Edwards
Eastman no fue el primer Edwards traidor a la patria; es tradición
familiar).
Como suele suceder, el alcance limitado
de las tareas confiadas a la Misión Klein-Saks (controlar la inflación,
estabilizar la moneda) devinieron un programa completo de transformación
económica tan neoliberal como hubiese podido concebirlo el FMI. El
dogma era el mismo: la inflación se combate limitando el consumo –ergo–, reduciendo los salarios y la actividad económica.
Documentos disponibles en la Biblioteca
Nacional precisan: las conclusiones de la misión sintetizaron que “Chile
estaba sufriendo las consecuencias de consumir más de lo que producía”.
Ese es, hasta el día de hoy, uno de los dogmas que tararea el FMI ante
cualquier problema en cualquier país. Las recomendaciones de la Misión
fueron las mismas que el FMI distribuye hoy en día:
- Reducir el déficit fiscal y limitar el crédito bancario al sector privado (para reducir la inflación);
- Eliminar los reajustes automáticos de sueldos y decretar la libertad de negociación de remuneraciones;
- Eliminar el sistema que fijaba múltiples tipos de cambio;
- Aumentar las importaciones y diversificar las exportaciones;
- Atraer capitales extranjeros;
- Eliminar los controles de precios;
- Reformar el sistema tributario.
Para reducir el déficit fiscal hay que
reducir los presupuestos del Estado, y por ende los servicios públicos y
la capacidad del Estado de incidir en la economía. Limitando el crédito
bancario al sector privado se reduce la actividad económica, aumentando
el desempleo y reduciendo el consumo.
Eliminar los reajustes automáticos de
salarios persigue el mismo objetivo. La “libertad de negociación de
remuneraciones” se traduce por la regresión salarial que traen consigo
las negociaciones entre poderosos y miserables.
Eliminar las tasas de cambio múltiples
acaba con las tasas preferenciales –suerte de subsidio– que los
gobiernos acuerdan a cierto tipo de consumos, o a ciertos tipos de
actividad, y suele traducirse en el aumento del precio del pan y los
insumos básicos…. Aumentar las importaciones le abre “oportunidades de
negocio” al capital extranjero y mata la industria nacional (cuero y
calzado, textiles, siderurgia…), reduciendo aún más el empleo y la
capacidad de consumo. Diversificar las exportaciones le facilita el business a los capitales nacionales.
Atraer capitales extranjeros se traduce
como “Caballo de Troya”, negocio que aprovecha la elite local aliándose a
ellos y cobrando una propina. Eliminar los controles de precios permite
restaurar libremente el lucro, o más bien el nivel de lucro que los
poderosos estiman necesario para llevar adelante su abnegada labor.
Reformar el sistema tributario quiere decir, derechamente, bajarle los
impuestos al riquerío y al gran capital. De paso, se aumentan los impuestos indirectos como el IVA, esos que paga el personal.
Las consecuencias de lo que precede
pueden resumirse en la masiva huelga que tuvo lugar el año 1957, que
terminó con una brutal represión y una veintena de muertos en Santiago.
¿Entiendes ahora por qué mencionarle el FMI a un argentino es mentar la soga en casa del ahorcado?
Ahora bien, hace unas semanas (6 de mayo
de 2018), Mauricio Macri anunció que Argentina le pedirá un crédito al
FMI. Ese crédito, de un monto de 50 mil millones de dólares, no
tranquilizó ni a los mercados –el peso siguió cayendo– ni a los
argentinos. De ahí que el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, fuese a
la TV a contar cuentos: “Estamos hablando de un Fondo Monetario muy
distinto al que conocimos hace 20 años… El Fondo ha aprendido de las
lecciones del pasado, así como todos los hemos hecho, y es un Fondo muy
distinto…” ¿En serio? ¿Cambió realmente el FMI?
La prensa bonaerense habla de “Una
relación tóxica de 6 décadas”, precisa que “Argentina entró al FMI con
la Revolución Libertadora”, o sea el nombre que se dio la dictadura
cívico-militar que derrocó y sucedió a Juan Domingo Perón, y recuerda
que: “Sus exigencias [del FMI] siempre fueron catastróficas”.
La comentarista rusa Inna Afinogenova
(RT) cuenta que las cinco veces que el FMI acudió al rescate de
Argentina desde la década de 1950, las recetas fracasaron y el destino
de los dineros prestados fue por lo menos incierto…
Lo que recuerda que, cuando el FMI le
prestó 4 mil 800 millones de dólares a la Rusia de Boris Yeltsin (1995),
ese dinero no tardó en regresar a los bancos occidentales bajo la forma
de depósitos secretos a nombre de los oligarcas rusos. Los miles de
millones del FMI “reaparecieron en cuentas bancarias chipriotas y suizas
algunos días después de acordado el crédito”. “Los banqueros de Wall
Street se fugaron de Rusia con todo lo que pudieron llevarse” (John
Stiglitz). El rembolso del crédito quedó a cargo del pueblo ruso.
En 1958 el acuerdo de Argentina con el
FMI desembocó en una fuerte devaluación y la caída del PIB. En la década
de 1970 la dictadura militar recibió otro préstamo que se tradujo en
una hiperinflación desbocada. En 2001, una dura crisis económica obligó a
Argentina a acudir de nuevo al FMI. ¿Recuerdas cómo acabó? Los
argentinos no lo olvidan: más crisis, más inflación, más pobreza, más
descontento social… y el tristemente célebre “corralito”…
Argentina no fue una excepción. Lo reconoció el propio FMI, lo que llevó la prensa financiera internacional a titular:
“IMF admits disastrous love affair with the euro and apologises for the inmolation of Greece” (El FMI admite su desastrosa relación amorosa con el euro y pide disculpas por la inmolación de Grecia).
El Director Ejecutivo del FMI admitió:
“Hemos fracasado en Grecia y Ucrania”, mientras que la propia entidad
felicitó a Portugal: “El FMI felicita a Portugal por ‘desobedecer’ sus
recetas de austeridad”.
En un artículo publicado en 2016, tres
funcionarios del FMI –Jonathan D Ostry, Prakash Loungani y Davide
Furceri– afirmaron que las políticas neoliberales son ineficaces y
aumentan la desigualdad, algo así como el Vaticano poniendo en duda la
existencia de Dios.
(Neoliberalism: Oversold? http://www.imf.org/external/pubs/ft/fandd/2016/06/ostry.htm)
En enero de 2013, Olivier Blanchard,
economista jefe del FMI, admitió que el FMI se había equivocado en los
cálculos que lo llevaron a endurecer las políticas de austeridad,
sumiendo a varios países europeos en una recesión que generó millones de
desempleados. Simple “error de cálculo”, sobre un coeficiente conocido,
el coeficiente multiplicador. El que descubrió el “error de cálculo”
fue un estudiante en prácticas…
La lista de los fracasos del FMI es muy
larga, de Argentina (1955) a la crisis asiática (1997) y al
desangramiento de Grecia en nuestros días. Las recomendaciones siempre
fueron las mismas: austeridad, austeridad, austeridad. O bien, puesto en
el lenguaje de la Misión Klein-Saks:
- Reducir el déficit fiscal y limitar el crédito bancario al sector privado (para reducir la inflación);
- Eliminar los reajustes automáticos de sueldos y decretar la libertad de negociación de remuneraciones;
- Eliminar el sistema que fijaba múltiples tipos de cambio;
- Aumentar las importaciones y diversificar las exportaciones;
- Atraer capitales extranjeros;
- Eliminar los controles de precios;
- Reformar el sistema tributario.
Aunque un economista ordinario (lo son
casi todos) no lo entienda, suele suceder que las mismas causas generen
los mismos resultados.
A pesar de ello, el FMI y Mauricio Macri
están resueltos a reincidir en el crimen. Ambos, al servicio de
intereses que los sobrepasan, están facilitando el contraataque del
Imperio. Mientras tanto, los ministros de Hacienda de Argentina cambian
con más frecuencia que los entrenadores de la albiceleste. Esa en la que
hasta Messi falla los penales.
¡Pobre Argentina!
Luis Casado*/Prensa Latina
*Historiador, novelista, presidente de la Asociación para la Unidad de Nuestra América en Costa Rica.
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