Mujeres del Movimiento de 1968: la batalla después de la matanza estudiantil
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Autor:
Viridiana García
La lucha de las madres, esposas, hermanas y amigas de las víctimas de la represión del Movimiento Estudiantil de 1968 está invisibilizada, pese a su papel fundamental en la búsqueda de la verdad y la justicia. En entrevista, la doctora Oikión Solano destaca la contribución de la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas en ese periodo de la historia
La participación de madres, esposas,
hermanas y amigas de aquellos que fueron encarcelados, desaparecidos y
asesinados en el Movimiento Estudiantil de 1968 ha quedado
invisibilizada, cuando desde su condición de género y en colectivo
fueron protagonistas en la construcción de este suceso histórico,
explica la investigadora Verónica Oikión Solano. En entrevista, cuenta
cuál fue la contribución de las mujeres en el 68, ahondando en la Unión
Nacional de Mujeres Mexicanas (UNMM).
“La invisibilidad y el olvido de los
contingentes femeniles en la coyuntura del 68 forman parte de la
tendencia a desvalorizar tareas o formas de comportamiento sólo porque
son femeninas, y son resultado de los componentes patriarcales de la
sociedad, que han fomentado modelos tradicionales de feminidad”, asegura
a Contralínea la doctora en historia por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Durante el conflicto estudiantil de
1968, agrega, las mujeres como conjunto “tendieron a ser importantes
difusoras informales a través de sus redes cotidianas más cercanas,
realizando un importante papel de sensibilización y movilización,
destacando su contribución al movimiento popular desde su posición de
género”.
La integrante de la Academia Mexicana de
Ciencias indica que fueron miles de mujeres las que participaron en las
movilizaciones de 1968: no sólo estudiantes, también mujeres
organizadas en sus sindicatos, oficinas, barrios y colonias.
“Recuérdese a las mujeres de la
comunidad de Topilejo, cercana a la Ciudad de México, y su solidaridad
con el movimiento estudiantil. […] La gran mayoría eran mujeres
estudiantes y profesoras de las distintas escuelas y facultades de la
UNAM, del Politécnico, de la Escuela Nacional de Agricultura de
Chapingo, de El Colegio de México, de las Normales Rurales e incluso de
universidades privadas como la Iberoamericana. Algunos contingentes
estudiantiles de provincia se trasladaron a la Ciudad de México para
apoyar y adherirse al movimiento durante esos meses. Aunque es muy
evidente que la movilización fue realizada en su gran mayoría por
sectores citadinos del Distrito Federal de aquel entonces”.
Antes de la masacre
Un par de días antes del 2 de octubre
de 1968, refiere Oikión Solano, madres, hermanas y esposas de los
estudiantes detenidos, acompañadas de las propias estudiantes (muchas de
ellas brigadistas), marcharon desde el Monumento a la Madre y por el
Paseo de la Reforma, siguiendo el trayecto de la avenida Juárez, hasta
desembocar en la Cámara de Diputados en el centro histórico de la Ciudad
de México.
Aquel lunes 30 de septiembre, narra la
historiadora, el contingente fue convocado por la UNMM mediante volantes
distribuidos por toda la capital, y se engrosó hasta sumar 5 mil
mujeres, muchas de ellas madres de familia, trabajadoras, oficinistas,
campesinas, intelectuales, maestras, profesionistas, artistas, amas de
casa. Exigían libertad a los presos políticos y se solidarizaban con la
movilización estudiantil.
“La descubierta de la marcha llevaba dos
grandes mantas: una, exigiendo diálogo y no a las bayonetas, con una
imagen de una madre y un estudiante, así como con grandes letras: Unión
Nacional de Mujeres Mexicanas; expresando con ello, vivamente, su
carácter de género con acentuación maternalista. La otra manta tenía la
leyenda: ‘El diálogo es el vehículo de la inteligencia, mas no las
bayonetas’. También se portaba una bandera nacional con un crespón negro
en señal de duelo por los estudiantes caídos. En tanto, ante los
reclamos de las manifestantes, fueron ubicados cordones policiacos para
amedrentar…”
La doctora en historia agrega que,
“frente a la Cámara de Diputados, en la calle de Donceles, se escuchó la
voz de la Unión por medio de su vocera, Dolores Sotelo, una comunista
de larga trayectoria que testimonió la solidaridad de las mujeres
afiliadas a la UNMM ‘con la lucha estudiantil’. También tomaron la
palabra madres de familia exigiendo el cese de la represión y el
cumplimiento del pliego petitorio del Consejo Nacional de Huelga.
Además, se levantaron los puños para hacer la V de la victoria, se
guardó 1 minuto de silencio y se cantó el himno nacional”.
La noche del crimen en Tlatelolco
La investigadora de El Colegio de
Michoacán relata su experiencia del 2 de octubre de 1968: “Había un gran
entusiasmo que se contagió a las bases estudiantiles, sobre todo entre
las mujeres. Yo misma –estudiante de secundaria con 13 años de edad–
estuve en las manifestaciones convocadas por el Consejo Nacional de
Huelga porque mi hermana y su novio (en ese entonces estudiantes en la
Escuela Nacional Preparatoria número 1, en San Ildefonso) me llevaban a
las concentraciones estudiantiles. El miércoles 2 de octubre de 1968
fuimos a Tlatelolco: dijimos a mis padres que íbamos al cine. Muy tarde,
después de la masacre, los militares nos separaron por grupos. A mí me
permitieron la salida junto con unas amigas de mi hermana, también
estudiantes de la Preparatoria, y pudimos salir de aquel infierno. A mi
hermana se la llevaron a la cárcel preventiva para ficharla, y a su novio lo trasladaron junto con muchos estudiantes al Campo Militar número 1, donde permaneció varios días”.
La doctora Verónica Oikión Solano señala
que “la matanza en la Plaza de las Tres Culturas ha quedado grabada en
la memoria colectiva, y es un hito muy relevante para entender los
cambios y transformaciones que lentamente se han venido dando en el
México del siglo XXI. En el México actual ya no quedan rastros de esas
organizaciones de mujeres participantes activas en el 68. Aunque durante
los años 70, 80 y 90 del siglo XX surgieron otros colectivos y
organismos femeniles con objetivos democráticos y para abrir vías a la
participación femenil en el espacio público, y para cuestionar el orden
social masculino de la sociedad”.
Tras la masacre de 1968
En voz de Martha López Portillo de
Tamayo, quien asumió la presidencia en septiembre de 1967, la Unión
Nacional de Mujeres Mexicanas exigió el 31 de octubre de 1968 ante el
subprocurador [general de Justicia] del Distrito Federal, José Dzib
Cardoso, que fuesen excarceladas mujeres que habían sido presas el 2 de
octubre en Tlatelolco. También pidió la libertad de Ana María Rico Galán
y de María del Carmen Hermosillo, quienes tenían ya 2 años de encierro
por su participación en organizaciones político militares, explica la
doctora Oikión Solano.
El activismo de las mujeres no cesaba.
Las dirigentes de la UNMM se presentaron el 4 de noviembre de ese año en
un debate público organizado por la Cámara de Diputados en torno del
artículo 145 del Código Penal. Esta exigencia, dice, se sumó a una
batería de derechos políticos que enlistó la UNMM como “permanentemente
conculcados para las mujeres, dejándolas en un plano secundario y sin
equidad frente a un orden social hegemónico y antidemocrático de
carácter varonil”.
La historiadora recalca que, desde su
fundación, la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas repudió el artículo
145 porque vulneraba fuertemente la efectividad de sus derechos
políticos, y subraya uno de los lemas esenciales de esta organización:
“Pugnar porque la mujer actúe decididamente en defensa de los derechos
constitucionales, tales como: derecho de asociación y de reunión;
libertad de pensamiento y de expresión; por la derogación de todo
ordenamiento que viole esos derechos, tales como el artículo 145 del
Código Penal […]; demandar para las mujeres los mismos derechos
políticos que para los hombres, sin discriminación, para ocupar puestos
públicos y de elección popular; luchar por una representación auténtica y
libremente elegida por el pueblo mexicano”.
Precisa que desde su creación, la
organización se reconoció de izquierda, con posturas progresistas y de
cambio social, en donde las mujeres aglutinadas a ésta se asumieron como
sujetos sociales con idearios pacifistas y con un fuerte compromiso por
la paz del mundo con una visión trasnacional.
La investigadora Oikión Solano destaca
que el pronunciamiento de la UNMM fue más allá: se dirigió a toda la
nación con la finalidad de que fuera entendido como una respuesta al Cuarto informe de gobierno
de Gustavo Díaz Ordaz, quien había declarado que quienes agredían a la
sociedad eran los estudiantes. “La Unión insistió en la falta de
libertades democráticas y demandó el freno de la generalizada represión.
Éste fue especialmente un acto de deliberada subversión frente al
Estado autoritario, que mostró la gran enjundia del movimiento femenil”.
La participación y el dolor femenino invisibilizado
El movimiento estudiantil de 1968 fue de
carácter popular por los contingentes de distintos sectores de la
población que se agruparon en torno suyo. El ejemplo de ello es el
involucramiento de la UNMM, cuyo accionar produjo la participación y la
adhesión de gran número de mujeres.
Los testimonios dan cuenta de cómo sus
integrantes se constituyeron en participantes activas en las
manifestaciones, y su amplia dimensión explica el entrelazamiento de un
gran cúmulo de sociabilidades femeninas, afirma la académica de la UNAM.
Declara que no cuenta con mayor
información para poner en evidencia cómo se organizaron las mujeres
(madres, esposas, hermanas, compañeras) para exigir justicia al Estado
mexicano ante sus hijos o seres queridos asesinados o desaparecidos; sin
embargo, observa que fuentes bibliográficas y testimoniales dan cuenta
de cómo los presos políticos y sus familiares buscaron intensamente
desde la vía jurídica mostrar su inocencia.
“Se pueden revisar los procesos ilegales
a que fueron sometidos los estudiantes y los argumentos de sus abogados
defensores en la colección publicada por el Comité 68 Pro Libertades
Democráticas”, indica.
—¿Estas mujeres son quienes quedaron más afectadas después de esta tragedia?
—Mi convicción es que el dolor
individual por la pérdida de sus hijos, esposos o hermanos fue
resignificado a la luz de la gran dimensión social y política que
adquirió el movimiento de 1968. Las mujeres sufrieron individualmente,
pero en su condición de género y en colectivo fueron protagonistas en la
construcción del gran hito histórico que significó interpelar a las
estructuras anquilosadas del Estado autoritario en su conjunto.
—¿Cuál es la relevancia de conocer el papel de estas mujeres en este suceso que hasta la fecha ha quedado impune?
—Las y los jóvenes de hoy tienen poca
inclinación por la Historia. Los planes de estudio y los textos y
manuales no dicen nada de esta historia soterrada femenil durante el 68;
ha quedado ocultada y por tanto ha sido invisibilizada por décadas. Un
pueblo que no conoce su Historia está condenado a repetir errores del
pasado. Hace falta que la educación pública en México, en todos sus
niveles, impulse una cultura por la lectura, y, sobre todo, una lectura
que entusiasme a las y los jóvenes por el conocimiento de su pasado, que
se sientan orgullosos por los grandes logros de sus padres, sus
abuelos, de su propio pueblo. Abogo entonces por una historia viva,
crítica y que imbuya de valores que prefieran por encima de todo: una
cultura por la paz; y que insuflen desde la infancia conciencia social.
Sólo así se revertirán las atrocidades de la espiral de violencia que
agobia a México en pleno siglo XXI.
Viridiana GarcíaFuente
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